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La compositora. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 16 de marzo 2011. (RanchoNEWS).- La mejor compositora estadounidense, según la revista Time, o, simplificando aún más, la Bob Dylan femenina: esos son algunos de los halagos con los que pecha Lucinda Williams (Lake Charles, Luisiana, 1953) desde hace años, sin que le pestañee su arrastrado acento sureño. «Yo encuentro difícil hacer el tipo de canción sociopolítica con el que Dylan se labró primero la fama», admite desde su refugio en Los Ángeles. Acaba de estrenar Blessed, su décimo trabajo de estudio, una maravilla, y no hacía falta la aclaración. Lo suyo va de otra cosa: la propia vida expuesta en canal. «Nunca me planteo un tono o un concepto antes de escribir cada álbum; mis canciones hay que considerarlas individualmente y expresan el momento por el que atravieso». Una nota de Ramón Fernández Escobar para El País:
Tanta transparencia puede llevar a equívocos: «Me ocurrió con Real love, uno de los temas de Little honey [2008], mi disco previo. Todo el mundo creía que aludía a mi marido, pero en realidad la escribí antes de conocerle y estaba destinada a West, mi trabajo anterior». Con West y su melancólica producción a cargo de Hal Willner, la cantautora se zambulló en el dolor por una ruptura sentimental y por la pérdida de su madre. Nada que ver con el nuevo disco, al que Williams, casada desde 2009 con el ex ejecutivo discográfico (ahora su representante) Tom Overby, añade las maquetas que grabó en su cocina.
La dulzura conyugal, sin embargo, no se apodera del álbum mucho más allá de esa Kiss like your kiss del cierre, escrita a medias con Elvis Costello para la serie True blood y por la que Williams aspiró en febrero, sin éxito, a su cuarto grammy. Como contraste, Costello incendia algún tema con la guitarra. «Estaba en Los Ángeles grabando su disco con T Bone Burnett y se pudo pasar por el estudio: nunca le había visto tocar con semejante saña». La canción que titula el álbum sí refleja optimismo y el valor de las pequeñas cosas. «No nos damos cuenta de su importancia y de la fortuna que tenemos», apostilla.
Blessed se vuelve sombrío para hablar de la muerte con apellidos: la de un antiguo representante o la de Vic Chesnutt, el cantautor de la silla de ruedas. «No podía creer que se hubiera suicidado, fue un shock. Creo que la depresión y una montaña de facturas médicas pudieron con él, pero siempre me enfado cuando alguien se quita la vida. Tenía otro amigo al que vi por última vez en un festejo: pocas semanas después me llegó la noticia de su suicidio». Y hay un único amago de canción protesta, la escalofriante Soldier's song. «Prueba de que no es lo mío, casi me ha salido una canción amorosa. A Steve Earle, por decir uno de mi generación, éstas se le dan mejor», bromea Williams, que reconoce haberse inspirado para la estructura (acciones paralelas, la de la guerra y la del hogar) en dos composiciones de Jimmy Webb, Galvestone y la muy versionada By the time I get to Phoenix. «Aunque la mía es más oscura, por real: vivimos inmersos en un océano bélico».
¿Y qué hay de los estereotipos? Lucinda Williams, la perfeccionista y poco prolífica. Lo segundo resulta falso desde Car wheels on a gravel road (1998), su obra maestra, de larga forja: ya no se dan eternas esperas entre discos. «En este me han sobrado temas», ironiza. «Y respecto a lo primero, soy obsesiva-compulsiva, pero creo que mi tendencia a posponer las cosas supera mi perfeccionismo. Aunque sin él quizá las canciones no serían buenas».
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