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La escritora inglesa junto a un muñeco de Hitler. (Foto: Ático de los Libros)
C iudad Juárez, Chihuahua, 14 de marzo 2011. (RanchoNEWS).- Antes de que metiera la cabeza en el horno y la reina de Inglaterra la convirtiera en «dame» (en plan 'sir' Arthur Conan Doyle sin Sherlock Holmes), Beryl Bainbridge se dedicó, durante una pequeña pero fructífera temporada (a juzgar por lo que surgió de aquella aventura) a etiquetar botellas de vino. Y como Freda, la rubia y gorda protagonista de La excursión (El Ático de los Libros), se sentía afortunada porque estaba convencida de que en aquel lugar podía conocerse a gente de lo más interesante. Lo que no sabemos es si, como la orondona y optimista protagonista de una de sus más aclamadas novelas (merecedora del Premio The Guardian y finalista del prestigioso Booker Prize), se topó con un cádaver el único día de fiesta que decidió sumarse a una excursión campestre con su amiga Brenda. Una nota de Laura Fernández para El Mundo:
Ciertamente La excursión no es una novela negra al uso. Es extremadamente divertida (las conversaciones entre Freda y Brenda no tienen desperdicio, están literalmente bañadas en oro que destilara un vibrante humor negro) y tiene aspecto de fábula. Recuerda, salvando las distancias (sobre todo, las distancias que tienen que ver con el frío), a las delirantes sátiras de Arto Paasilinna (el autor de Delicioso suicidio en grupo) y a una versión picante de las desventuras de Wilt (la más descacharrante creación de Tom Sharpe), sin olvidar al más tierno (pero también más descaradamente crítico) Evelyn Waugh (y sus Seres queridos).
La historia arranca cuando Freda y Brenda, que además de un trabajo horrible comparten un estudio horrible y minúsculo, son invitadas a la excursión que organiza la fábrica (que dirigenn los italianos Vittorio y Rossi). Freda está convencida de que es la mejor (y la única) oportunidad que tendrá para conquistar a Vittorio y dejar para siempre su sitio en la cadena de etiquetado. Por eso le hace tanta ilusión. A Brenda no le hace ilusión en absoluto. Porque Rossi (el otro propietario) está obsesionado con ella y tiene la sensación de que tendrá que pasarse toda la excursión huyendo de su acoso. Y no se equivoca.
Así que Brenda (con su vestido negro de lana) se dispone a pasar por su particular infierno (sin una sola copa de más) mientras Freda (que lee mucho: poesía, pensamiento, política, lo que ella llama «las tres pes») trata de convertir las caricias intercambiadas con Vittorio en los pasillos de la fábrica en algo más (algo que la saque para siempre de su aburrida vida). Hasta que aparece el cadáver. Pero, ¿de quién es el cadáver? ¿Y por qué se empeña en convertir su único día libre en un amago de novela de Agatha Christie? Para descubrirlo, hay que leer a Beryl, sin duda una de las escritoras más brillantes (y divertidas) que ha dado la novela inglesa en los últimos años.
Beryl Baindrige nació en Liverpool en 1932. No estudió demasiado, porque a los 14 años la expulsaron del colegio. Digamos que nunca fue una chica corriente. Un año después de dejar el colegio, se enamoró de un prisionero de guerra alemán (corría el año 1947) que esperaba a ser repatriado, y durante los siguiente seis años se escribió con él. Todos sus intentos de que se le permitiera volver a Inglaterra fueron en vano; jamás regresaría, así que acabaron dejándolo. Para cuando eso ocurrió, Beryl había cumplido los 21 (y el mundo estaba en el año 1953).
Un año después, la jovencita que empezó a escribir «para pasar el rato» (acabaría completando y publicando 18 novelas), se casó con un tipo llamado Austin Davies, con el que tuvo dos hijos. Aunque tampoco duraron demasiado. Austin se fue y Beryl se convirtió en madre soltera. Fue entonces cuando aceptó el empleo en la fábrica de etiquetado de botellas. Y volvió a casarse. Y tuvo una tercera hija. Y entonces metió la cabeza en el horno y trató de despedirse del mundo, pero la cosa no funcionó. Alguien la detuvo a tiempo. ¿Y qué hizo después? Se metió a actriz de teleserie (sí, participó en «Coronation Street»). Por entonces ya escribía, y sus protagonistas parecían, a ratos, «increíblemente repulsivos», según aseguró uno de los editores que la rechazó.
Dedicada a la escritura desde entonces (más o menos alcanzada la década de los 60), Beryl fue construyendo una leyenda que aún hoy sigue viva. La escritora falleció el pasado mes de julio a los 77 años y ahora, Ático de los Libros se dispone a recuperar toda su obra. Empezó el año pasado, con el rescate de la exitosa La cena los infieles (de la que tuvo que reimprimir enseguida) y continúa con la que sin duda es su obra maestra del humor negro, con cádaver y picnic de fondo.
Mayor información: Beryl Bainbridge
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