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Retrato de Willy Coppens, piloto belga. (Foto: El País)
C iudad Juárez, Chihuahua, 14 de marzo 2011. (RanchoNEWS).- La Gran Guerra, desde dentro. Como vivencia personal. Nunca fue tan próxima, tan íntima y a la vez tan terrible la experiencia bélica de ese conflicto, con todos sus cañones, su sufrimiento atroz y sus múltiples ejércitos y escenarios –el Somme, Verdún, Ypres, Marne, Chemin des Dames, sí, pero también los menos conocidos, como Mesopotamia (el asedio de Kut Al-Amara) o el África del Este–. Jamás contó nadie la I Guerra Mundial como la cuenta el escritor Peter Englund (Boden, Suecia, 1957), historiador y miembro de la Academia sueca, en La belleza y el dolor de la batalla (Roca editorial, 2011). Una nota de Jacinto Antón para El País:
Lo hace, magistralmente, a través de 20 personajes muy diversos, del húsar austrohúngaro al piloto belga de la aviación británica pasando por el cirujano de campaña estadounidense, el artillero alemán (judío) o el cazador de montaña italiano. Veinte personas absolutamente reales, de carne y hueso, que vivieron la guerra –todos en el frente menos una colegiala alemana y un funcionario francés, que ponen el contrapunto de la retaguardia– y que nos la cuentan a través de la pluma de Englund, uno a uno, casi al oído de tan cerca, con la empatía de las trincheras, alternándose en sus relatos.
El libro, de lectura apasionante, se estructura en pequeñas entradas cronológicas de entre una y tres páginas, 277 fragmentos en total a través de los que seguimos las grandes líneas del conflicto y, paso a paso, las vicisitudes de los personajes, cuatro de sexo femenino. Sufrimos con ellos, compartimos los tremendos sucesos en que se ven envueltos, sus estados de ánimo, sus expectativas, sus miedos, su dolor, vemos a través de sus ojos la devastación y el espanto (¡tantos cadáveres, hervideros de moscas y gusanos!) y atravesamos la guerra para emerger en la súbita y asolada paz de 1918 profundamente conmovidos.
Englund recalca que se trata de «una obra de historia, un libro sobre gente real confeccionado con el material que dejaron, cartas, diarios, memorias; no he inventado nada». Lo que ha hecho, dice, «es aprovechar todo lo que suele quedar aparte en la gran historia global, los sentimientos individuales, incluso los sueños, cosas que están en las fuentes pero que suelen ser descartadas o aprovechadas en una mínima parte por los historiadores». Miembro del jurado del Nobel de Literatura, a Englund le ha influido Mario Vargas Llosa, «no para escribir ficción pero sí para crear una gran pintura con muchos personajes».
Entre las escenas más tremendas, inolvidables –recordemos además que Englund ha sido corresponsal de guerra–, el ataque con gas clorado al que asiste la enfermera rusa Sophie Bocharski –la chica ve cómo huyen hacia ella centenares de soldados ciegos babeando y vomitando –«¡una niebla nos persigue!»–, la matanza de armenios que presencia el oficial de caballería venezolano (¡) adscrito al ejército otomano, Rafael de Nogales (un aventurero con hechuras de Lawrence de Arabia pero en el bando opuesto), o las 10 jornadas en el indescriptible infierno de la cresta 321, en pleno Gólgota de Verdún, del militar francés René Arnaud.
¿De dónde procede el interés del autor por la I Guerra Mundial? La dedicatoria del libro es a un soldado llamado Carl Englund que murió en combate en Amiens en 1917... «Era un pariente lejano», aclara. «La Gran Guerra es apasionante porque supone el inicio de una nueva era».
Esos cuatro años y medio de guerra, desde el disparo de Sarajevo el 28 de junio de 1914 al armisticio el 11 de noviembre de 1918, cambian profundamente a nuestros personajes. A alguno tanto que lo matan (un australiano, en Galípoli). También hay quien desaparece (un soldado danés del ejército alemán), queda mutilado (el aviador) o se vuelve loco (un soldado italiano). Habrá asimismo quien descubra, en medio de tanta tragedia, el amor (la conductora de ambulancias australiana en el ejército serbio). Y quien vea un rinoceronte.
Nuestro húsar, altivo y elegante al inicio, acaba desmontado, embutido en un uniforme gris hechtgrau y aprendiendo a usar –o tempora!-– la ametralladora. El soldado Buchanan, apasionado naturalista, estará junto al cazador y explorador Selous cuando este caiga abatido por una bala alemana en Tanganika. Andresen verá desde su trinchera el derribo del as Immelmann. Todos sin excepción sufren impensables transformaciones. Incluso hay quien deviene héroe (y gana la Cruz Victoria: Alfred Pollard).
A ratos te parece estar en una novela de Ken Follet o de Irwin Shaw, tal es el poder narrativo del texto; pero aquí, subrayémoslo de nuevo, todo es real. Englund ha realizado un trabajo colosal, casi demiúrgico. Ha resucitado a los personajes con toda su carga de emociones para que nos cuenten de primera mano, en directo, los acontecimientos en que se vieron involucrados. Hasta los olores nos llegan. El libro incluye retratos de los 20 protagonistas, así que el lector, que ya les ha puesto sentimientos y corazón, puede ponerles también rostro. Elegirlos, a los personajes, «ha sido buena parte del secreto, había muchos para escoger, he intentado cubrir un amplio espectro». Tendrá sus favoritos. «Sí», ríe Englund. «La jovencita alemana, el cirujano...».
No se crea que la perspectiva cercana, íntima, personal, de la guerra redunda en perjuicio de la visión global. El tapiz es completísimo. En esas 20 voces está ¡toda la I Guerra Mundial! Del Gran Berta –el mortero de asedio Krupp– y los zepelines a los cambios en la ropa interior femenina y la neurosis de guerra. Todo tiene cabida. La guerra aérea, los buques corsarios –un personaje oye el fragor del último combate del Emdem–, el pus gonorreico, la disolución del ejército ruso, el avance de la cirugía reparadora de los rostros destrozados, la introducción de los nuevos cascos de acero...
Englund cierra su libro con un personaje que no aparece hasta la última página. Ese personaje, el número 21, un cabo alemán, nos anuncia que ha decidido dedicarse a la política.
Es Adolf Hitler.
Mayor información: Peter Englund
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