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El intelectual argentino en su lugar predilecto, un bar del centro de Buenos Aires. (Foto: Ñ)
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de marzo de 2011. (RanchoNEWS).- Un faro con mostachos. Una máquina de lectura. Fuente de inspiración y de pasiones. La viva voz del intelectual de izquierda. Un símbolo del desacato. Un hombre que hablaba con todo su ser, con sus manos, sus gestos, con su respiración. David Viñas cosechó una legión de admiradores, privilegio que se les concede a pocos escritores. En las memorias de Josefina Ludmer, Rodolfo Edwards, Maximiliano Crespi, Damián Tabarovsky, Juan Carlos Kreimer y María Gabriela Mizraje, el legado del viejo Viñas se multiplica en escenas, frases y anécdotas que encarnan un modo de ocupar el espacio con el cuerpo de su obra. Una nota de Silvina Friera para Página / 12:
La primera que tira del paño de los recuerdos es una de las más destacadas críticas literarias del país: Ludmer. «Viñas fue mi maestro y me considero con orgullo una de sus discípulas más antiguas. En los años ‘60 viajaba todos los viernes a Rosario para fascinarnos con sus clases de literatura argentina. No sólo porque era un actor consumado que performanceaba el saber –se agachaba para hacer de «niños y criados favoritos», corría al rincón para viajar a Europa–, sino porque fue la primera vez que pude ver funcionar, en sus clases y después en sus escritos que devoré y copié, una máquina de lectura: una articulación perfecta entre cierta literatura, cierta ideología, cierta política y cierta lengua. Con esa máquina podía explicarlo todo y el mundo se hacía visible. Con él éramos Contorno y anti Sur, un poco anarquistas y revolucionarios», evoca Ludmer.
A mediados de los ochenta, las aulas de la carrera de Letras desbordaban por la presencia de Viñas, Beatriz Sarlo, Ludmer, Ricardo Piglia y Enrique Pezzoni. «En ese dream team, Viñas era el número nueve, un viejo zorro del área, siempre dispuesto a meter su estocada en la esgrima verbal», plantea el poeta Rodolfo Edwards. «Nunca dejaban de asombrarme los enredos que hacía con las palabras, tanto en su escritura como en su ‘habladura’, pero siempre salía airoso, como un león emergiendo de las aguas. Yo sentía que en su voz, las palabras adquirían otra dimensión, se transformaban en grandes lenguas de fuego. Guardo también la imagen del gran David argentino en su pose de combate por los bares de Corrientes. Desde veredas distintas, Viñas y Jauretche compartieron bigotazos y una pasión por el país que siempre nos servirá de ejemplo».
Maximiliano Crespi (1976) pertenece a una generación para la cual el nombre de Viñas «es menos el de un crítico que el de un personaje épico». El autor de El revés y la trama. Variaciones críticas sobre David Viñas cuenta que cedió a la tentación de releer la decena de cartas amarillas en las que el viejo refuta o elude magistralmente las hipótesis del libro. «No busco en esos garabatos casi ilegibles la seña de una complicidad, sino un tono, una voz que de pronto presiento en retirada. Como su propio texto en la enrevesada prosa de la tradición crítica argentina, su monólogo se me hace elíptico, pero a la vez clásico; limpio, consistente y filoso, como arrancado de atrás de una bocanada de humo una tarde fría en el bar La Paz», compara el docente y crítico. «La voz áspera va tomando una solidez casi mineral, avanza de a frases cortas, teje una retórica de la protesta –propia de la enunciación asamblearia– que, paradójicamente, la liga a la tradición de la voz pública en la palabra liberal –reflexiona Crespi–. Abandonando el espacio de su inscripción, perentoria, la voz asume, en consonancia con su mirada crítica, implacable con los adjetivos, su inflexión ideológica. Es la misma voz que traen sus libros; una voz en acto, en escena, en presente: la viva voz del intelectual de izquierda que afirma su función cuando se compromete y se promete devolver el trabajo crítico a ese rol de acción política tantas veces resignado en las heladas aguas del cálculo egoísta».
Ante todo un cuerpo y una voz. Una cierta forma de ocupar el espacio y de instalar un habla. Es lo que le viene a la mente a Damián Tabarovsky. «Pero para mí, que apenas lo conocí, es sobre todo un texto. Uno solo, fundamental. Debería definirse a Literatura argentina y realidad política como una operación para repensar a fondo cada uno de esos cuatro conceptos, problemáticos si los hay. El talento de Viñas surge en no prestarle atención a la letra conectora, al ‘y’. No se trata de construir un mapa de la relación entre literatura ‘y’ política, entre Argentina ‘y’ realidad; sino en entender a la literatura como imbricada en un espacio político, en un solo movimiento. La literatura no desemboca sobre lo político, la política no coloniza a la literatura; sino que funciona como operación que genera efectos de orden político-literario», aclara el escritor.
Lo que va a narrar el escritor y editor Juan Carlos Kreimer sucedió en un almuerzo «viñesco», el año pasado. Hay que imaginar el gesto adusto, las mandíbulas levemente contraídas, el enérgico bigotazo de siempre, serruchando las palabras.
–Cero condescendencia –dijo Viñas–. Cuando uno concede algo para salvar otras situaciones, después no hay vuelta, sólo retórica.
«Se refería a los malabarismos de muchos intelectuales progres para apoyar lo menos malo. Su pensamiento crítico le impedía aceptar que, pese a eso, era lo mejor que se podía hacer», explica Kreimer que, junto con Daniel Divinsky, estaba sellando el acuerdo de reconversión a novela gráfica de la emblemática Los dueños de la tierra. «Hay zonas oscuras que ningún discurso, dijo, por mejor intencionado que fuera, logra cubrir. El resto del almuerzo, habláramos de lo que habláramos, todas sus frases mantenían ese tono implacable, sin dejar pasar una». Para la adaptación, Kreimer marcó las expresiones y tramos más representativos del texto insignia de Viñas. «De todas las oraciones salía algún dardo de fuego hacia lo obvio, hasta las dedicadas a la relación de amor entre el protagonista y la mítica Señorita Singer. Esa incorruptibilidad y su valor para decir lo que pensaba sin importarle quedar bien con nadie fue su verdadera militancia: un faro con mostachos».
Florencia Abbate subraya que desde la década del ’50 Viñas no dejó en ningún momento de enriquecer y agitar la vida cultural argentina, a través de sus lúcidas y provocativas reflexiones. «Su mirada crítica, que siempre se mantuvo deliberadamente en una posición marginal al establishment –atrincherada en espacios como la universidad, los cafés y por supuesto los libros–, fue insobornable y se convirtió en referente no para una sino para varias generaciones de escritores y lectores, que hoy compartimos la tristeza por su muerte», afirma la escritora, egresada de la carrera de Letras de la UBA. «Su capacidad para generar polémicas fue todo un estilo de vida y una moral. Por sobre todas las cosas, Viñas simboliza para mí la fuerza de la pasión y de las convicciones. Los verdaderos intelectuales son personas apasionadas que sienten que en todos y cada uno de los temas que abordan su propia vida está en juego».
El viejo –qué duda cabe– ha dejado marcas indelebles. No sólo en los que peinan canas. «Viñas es un símbolo del desacato a los criterios comerciales y de mercado, a la búsqueda de éxito o rédito personal, a la moderación biempensante, al conformismo del sentido común, a la resignación –enumera Abbate–. Creo que por eso, en los años ’90, mientras en el campo de la crítica literaria comenzaba a imponerse una prosa cientificista, deslavada y a menudo con planteos insignificantes, él siguió practicando ese género en desuso: el ensayo, que había tenido una rica tradición en la Argentina, ya desde Sarmiento. Gracias a Viñas sabemos también que el intelectual no es un opinólogo mediático que se queda en niveles epidérmicos de análisis, sino una persona dedicada a profundizar en sus grandes preocupaciones, y que por ello es capaz de establecer relaciones entre campos que a menudo se analizan por separado, como la historia político-económica de nuestro país y sus manifestaciones culturales y literarias».
La voz de María Gabriela Mizraje llega quebrada por el cansancio, la emoción y el dolor. Como si necesitara tomarse unos segundos para desovillar el nudo en su garganta, avanza despacio por los últimos días de Viñas. «Perdonen la tristeza –dice parafraseando a Vallejo–. David recordó al autor de Poemas humanos hasta el final y saltó las vallas de su limitada cama de internación con todas sus metáforas, su memoria histórica, su ironía invencible, su humor dosificado, sus referencias literarias, sus asociaciones colosales». El testimonio de Mizraje pone «en escena» esos relatos que suelen sustraerse a la mirada del lector. «La sala de terapia del Güemes la asemejaba a un barco, y se acordó de Eva y habló de San Martín, la batalla de Caseros, Waterloo, los avatares del papado, Muerte en Viena de Frank Tallis, la literatura argentina anterior a la vanguardia de los ’20», repasa la escritora, crítica y docente. «Argentina marcaba su pulso constante, su desesperada esperanza, su ronca persistencia, su preocupación visceral. A lo largo de un cuarto de siglo me repitió una y otra vez que él quería llegar hasta el Bicentenario; no hablaba desde ninguna bandería sino desde una especie de épica del amor a esta tierra», analiza Mizraje. «A partir de la segunda mitad de los años ’80 me escribió, haciendo equilibrio sobre las letras, oraciones que se sostenían sólo sobre la inicial de cada una de las palabras que las componían. Nos habíamos perfeccionado en esa adivinanza del entendimiento. Esta misma sensación, profunda, trazando puentes por encima de todo, fue la que sentí en estos días aciagos. Era imposible que David no hablara, lo hacía con todo su ser, con sus manos, con sus gestos, con su respiración, con la mirada que me sostenía fija. Y me dijo tantas cosas...»
Edwards propone quizá el epitafio perfecto para Viñas: «Yo nunca retrocedo, ni para tomar envión».
* Hoy a las 17 se realizará un homenaje a David Viñas en en el Auditorio Borges de la Biblioteca nacional (Aguero 2501).
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