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La escritora brasileña de origen argentino. (Foto: Guadalupe Lombardo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 9 de marzo 2011. (RanchoNEWS).- Paloma Vidal cierra los ojos –emulando, sin querer, a la protagonista de uno de los relatos de Más al sur (Eterna Cadencia)–, como si así pudiera interrumpir el flujo de la memoria. No es la primera vez que regresa a Buenos Aires, aunque esta vez lo haga con el primer libro que publica en castellano, escrito en portugués y traducido por ella misma. Acá nació, en 1975. Tenía dos años cuando sus padres –ambos psicoanalistas– se exiliaron en Brasil «de un momento a otro», en ese otoño de 1977. Una narradora puede ver a su papá y a su mamá ordenando objetos del nuevo departamento, que en su recuerdo es «inmenso», el noveno piso de un edificio frente a la Praça do Lido. «¿Recuerdo o imagino?», se pregunta. La vacilación surca el horizonte de los cuentos, como si fuera la ruta incierta de la migración de los pájaros y sus probables desvíos. Las respuestas distan de ser categóricas, prefieren el humus de la duda. «Mis padres nunca me contaron detalles y nunca pregunté, pero es muy probable que no se acuerden, que los actos cotidianos de esos días hayan entrado en una nebulosa de la memoria que obedece a un instinto de preservación», conjetura esa muchacha que se deja llevar por las imágenes, «no para reconstruir lo que es irreconstruible, sino para tornar visibles las marcas que ese viaje pudo haber dejado en mí y en ellos». Una nota de Silvina Friera para Página/12:
Vidal habla con un acento tan «familiar», un porteño de impacto amortiguado, que más de una vez, seguramente, se encontrará ante la disyuntiva de tener que despejar el meollo de cierta extrañeza constitutiva, si le preguntaran de dónde viene y dijera de San Pablo, adonde se mudó recientemente, después de años de residir en Río de Janeiro. Quizá podría responder, medio en broma, que es «una falsa argentina», como hace la narradora de uno de sus relatos. «La imagen de la llegada me la contaron, y sin embargo la sensación que tengo es que la puedo recordar; es un relato que me lo repitieron tantas veces que se transformó en algo mío –subraya Vidal a Página/12–. Por eso la pregunta central es: ¿recuerdo o imagino? Ante esa pregunta, la narradora opta por mezclar. ¿Esto es mío o me lo estoy robando? También está un poco esa idea del robo de las experiencias; me identifico con la discusión de la memoria vicaria, de la memoria que es de otros, porque finalmente la memoria es el distanciamiento de una experiencia que sucedió. Pero acá habría un desdoblamiento más: me estoy acordando de algo que en realidad no viví. O que no sé si viví».
En la nota a la edición argentina, Vidal, docente y traductora, repasa lo que significó traducir su propio libro. Parecía natural que ella lo hiciera. «No hacerlo sería no asumir que muchas veces escuchaba el texto en castellano. Era no asumir una condición ambivalente, incierta, que hasta hoy me hace soñar en castellano cuando estoy en la Argentina y me imposibilita hablar en esa lengua con mi hijo nacido en Brasil». Más al sur está organizada en dos partes enhebradas entre sí: «Viajes» y «Fantasmas». La primera despliega el cuento más autobiográfico y extenso –dividido a su vez en tres «capítulos»– en el que la narradora efectúa un «viaje al pasado» y reconstruye los desarraigos familiares, desde el abuelo nacido en Barcelona, sus padres exiliados en Brasil, y ella misma en Londres, donde siempre será una extranjera, «casi invisible para la mirada indiferente de los ingleses». En la segunda parte, en cambio, distintas mujeres que acarrean la mochila de la extranjería enfrentan sus identidades escindidas.
A Vidal le interesa reflexionar sobre la resistencia a integrarse desde la lengua. «Mis padres viven en Brasil hace 34 años y a veces me pregunto por qué no aprendieron la lengua con su fonética correcta. Yo lo vivo ahora, en una escala muy distinta, desde que me mudé. Pensaba que cuando me fuera a vivir a San Pablo me iba a mimetizar, que mi acento cambiaría. Y sin embargo la tendencia es al revés: sigo hablando un carioca que sé que les produce ruido a los paulistas –admite la escritora, autora del libro de cuentos A duas mãos (2003) y de la novela Algum lugar (2009)–. Uno se aferra a esa extrañeza; hay un goce de la extrañeza, pero también hay una necesidad de querer tener algo propio. A los que viven muchos años en Brasil y son extranjeros, como mis padres, les molesta cuando alguien les pregunta ‘¿de dónde sos?’. En los cuentos aparece esa pregunta desplazada, que tiene sentidos distintos dependiendo de cómo se vive esa experiencia. Lo que ocurre es que el sentido deja de tener importancia y uno se empieza a fijar en la propia lengua. Me pasa cuando estoy dando clases; llega un momento en que tengo la clara sensación de que los alumnos ya no están prestando atención a lo que estoy diciendo, al contenido, sino al ruido que produce mi acento».
El encanto que genera Más al sur es expansivo y contagioso. Esa «voz autónoma» –como la define el escritor brasileño Luiz Ruffatto–, esos «cuentos en sordina» –según plantea Joao Gilberto Noll–, inoculan una adicción. En ínfimas dosis la violencia política también está narrada de un modo tangencial. Y punzante. «Mi madre, mi padre y yo estamos ahí para despedir a una querida amiga, que vino a Río de Janeiro antes que nosotros y nos ayudó mucho al llegar –recuerda una de las narradoras–. El barco va cruzar el Atlántico hasta Barcelona, donde nuestra amiga se va a vivir, a miles de kilómetros de su país, en el que su hijo menor fue secuestrado y asesinado por el régimen militar». Vidal revela que sólo a través de la transversalidad podía afrontar las astillas de la dictadura. «Yo no podía contar esa experiencia directamente porque la viví de una manera desplazada, con pequeñas señales de que había algo que no estaba bien, que había sufrimiento, desgarramiento. La idea fue recuperar esos recuerdos de cómo fue para mí, recuerdos que son pequeñas escenas donde nada está dicho muy claramente. Los relatos se aproximan a la experiencia del exilio de un modo bastante transversal, pero en el fondo la intención era recuperar esas memorias de infancia, aunque también había un intento de mostrar las distintas formas de desplazarse. La pregunta de dónde venís, de dónde sos, tiene sentidos muy distintos para el abuelo inmigrante, para los padres exiliados, y para el personaje que recuerda estos viajes. Me fui dando cuenta de que me interesaban estas diferencias; que no quería crear un relato único, sino experimentar con distintas posibilidades».
Después de traducirse a sí misma, Vidal puede arriesgar una respuesta acerca de cuál siente que es «su» país. «Estoy más cerca de Brasil que de acá –reconoce–, por las vivencias y porque tengo hijos. Estoy más del lado de allá; algo obvio para todo el mundo, pero también es verdad que ser hija de padres extranjeros no adaptados produce cierta indefinición.» Y sin embargo, una ráfaga en su mirada parece desmantelar lo dicho. «La honestidad de los pájaros les prescribe firmeza de rumbo», se lee hacia el final del libro. Sabia como las aves que tanto aparecen en sus cuentos, la sonrisa de Paloma vuela por el umbral de sus labios y alimenta el misterioso encanto de las fronteras.
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