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Manuscrito de un poema del pintor español. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 29 de noviembre, 2008. (RanchoNEWS).- Se traduce por primera vez en España una antología de los poemas del artista. Dos exposiciones subrayan la importancia de su relación con la literatura. Una nota de Javier Rodríguez Marcos para El País:
«Era como beber petróleo para escupir fuego». Lo dijo Kahnweiler, el marchante de Picasso, al hablar de Las señoritas de Aviñón, y aquel incendiario juicio sobre la pintura del artista más famoso del siglo XX tampoco chirriaría aplicado a su poesía. La antología Poemas en prosa (Plataforma) –traducida del francés por Ana Nuño, y que recoge más de cien composiciones de un total de 350 fechadas a modo de diario– permite, por primera vez en España, acercarse a la faceta literaria del pintor malagueño.
«En el fondo soy un poeta que se malogró», le dijo Picasso (1881- 1973) a su amigo el fotógrafo Roberto Otero en los años sesenta, cuando ya había dejado de escribir poemas. Lo había hecho compulsivamente a partir de abril de 1935, con 54 años y la vida partida entre el divorcio de Olga Koklova y su relación con Marie-Thérèse Walter. El artista se volcó en la poesía hasta el punto de bromear con la posibilidad de que la posteridad pudiera recordarlo como «un poeta del que se conservan algunas pinturas». No es casual, por lo demás, que todo esto ocurriera en una década, la de los treinta, en que Picasso ilustró las Metamorfosis, de Ovidio; Lisístrata, de Aristófanes, y La obra maestra desconocida, de Balzac.
A lo largo de su vida, el autor de Guernica ilustró un total de 156 títulos. Veinticinco de ellos pueden verse hasta el próximo domingo en la exposición Picasso y los libros, que muestra en el Museo de Bellas Artes de Bilbao parte de los fondos de la Colección Bancaja, una de las más completas del mundo dedicada a la obra gráfica del artista. Carmen, de Mérimée, y La tauromaquia, de Pepe Illo, acompañan a Sueño y mentira de Franco, el folleto satírico editado a beneficio de la República con un texto y 18 aguafuertes firmados por el propio Picasso.
Con todo, y aunque André Breton le dedicó un temprano artículo, el Picasso escritor fue poco conocido en vida. Cuando en 1989 Gallimard publicó en Francia sus escritos, el mundo descubrió algo más sobre un hombre torrencial del que creía saberlo todo. De un torrente, en efecto, parecen nacer sus poemas: escritos sin puntuación, en francés y castellano, y a los que la crítica ha emparentado con la escritura automática surrealista. Androula Michaël, autora de la edición de Poemas en prosa, niega desde París ese parentesco: «No sigue ningún modelo, pero estaría más cerca del dadaísmo. Lo que caracteriza sus poemas es la acumulación». Para la historiadora, el valor de los poemas de Picasso va más allá de su fama como pintor. Eso sí, en ellos «la escritura lineal se transforma a veces en espacial y sus manuscritos incorporan dibujos».
«Picasso forma parte de la misma estirpe de pintores escritores que Dalí, Max Ernst o De Chirico, aunque literariamente no esté a su altura», sostiene por su parte Juan Manuel Bonet, autor de Diccionario de las vanguardias en España (Alianza) y gran defensor de la relación entre las artes. Fue, en su etapa como director del Museo Reina Sofía, el primero en colocar al lado del Guernica la maqueta del pabellón de la República que albergó el cuadro en 1937.
Bonet es, además, uno de los comisarios de Picasso. El deseo atrapado por la cola, la muestra que hasta el 11 de enero puede verse en el centro cultural Bancaja de Valencia y que en febrero de 2009 viajará al Círculo de Bellas Artes de Madrid. La exposición se articula en torno a la farsa surrealista del mismo título –«teatro pre-absurdo», lo llama Bonet– escrita por el malagueño en 1941 y que el 19 de marzo de 1944, en plena ocupación alemana, fue objeto de una histórica lectura en casa de Michel y Louise Leiris. Aquella tarde, Brassaï inmortalizó a los participantes en la obra: entre otros, Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Raymond Queneau y Dora Maar.
«Soy hijo de un padre blanco y una copita de aguardiente andaluz mi madre era la hija de una chica de 15 años nacida en Málaga en los percheles», dice un poema de Picasso que Enrique Morente ha adaptado en su último disco, Pablo de Málaga. «Escribía con gracia y talento, pero con pocas comas y puntos. Hubiera sido más fácil cantar la guía telefónica». Es la particular forma en que el cantaor describe los poemas del artista.
Pese a que están sembrados de referencias, es muy difícil seguir la peripecia biográfica de su autor en unos poemas que se van espaciando en los años cuarenta hasta detenerse en 1959. Para entonces su poesía, atravesada siempre por la guerra y el sexo, se había vuelto más clara. En 1952, escribe: «La lumbre del aceite de las farolas que de noche ilumina en el Madrid de la tarde de mayo los nobles rostros del pueblo fusilado por la extraña rapaz en el cuadro de Goya es la misma semilla horrenda plantada a manos llenas de proyectores en el pecho abierto de Grecia por gobiernos que exudan pavor y odio». Picasso tenía 73 años y muchos poemas en el cajón. Quedaba lejos ya el jocoso comentario de su madre: «Me dicen que escribes. Te creo capaz de cualquier cosa. Si un día me dijeran que has oficiado una misa, también me lo creería».
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