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Luis Buñuel, en su casa de México en agosto de 1977, con su perra Tristanita. (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 2 de noviembre de 2013. (RanchoNEWS).- El autor de Un perro andaluz alardeaba de indiferencia respecto a lo que se escribía sobre él. Con una excepción: Luis Buñuel, novela. Un encargo hecho a Max Aub en 1967 por editorial Aguilar, truncado en 1972 por la muerte del escritor. Una nota de Agustín Sánchez Vidal para El País:
Puedo dar fe del recelo y curiosidad del cineasta ante aquel proyecto. En junio de 1980, tras medio mes de estancia en su casa de México, me despedí de él antes de regresar a España. Y al preguntarle si tenía algún encargo me pidió que averiguara el paradero del original.
Gracias a Federico Alvárez, yerno de Aub y director en Madrid del Fondo de Cultura Económica, tuve acceso a aquel cúmulo de documentos, notas y cintas magnetofónicas. El material, ordenado en más de un centenar de carpetas, sobrepasaba las cinco mil hojas, que servirían de base al volumen de 561 páginas que en 1985 editó en Aguilar bajo el título Conversaciones con Buñuel. Todavía sigue siendo una de las mejores fuentes de información sobre el realizador.
Pero ¿y el proyecto original, Luis Buñuel, novela? Este último término,aplicado a un personaje de carne y hueso, se lo inspiró un libro de Louis Aragon, Henri Matisse, roman. Aunque modelos propios no le faltaban. En carta al cineasta, Aub definía su proyecto como una especie de «Jusep Torres Campalans de nuestra generación». Es decir que, junto a este apócrifo suyo y Vida y obra de Luis Álvarez Petreña, el dedicado al director habría completado un tríptico biográfico sobre las vanguardias. Y suponía la reincidencia en un formato libérrimo, donde en lugar de integrar los ingredientes novelísticos (documentación ambiental, personajes, opiniones…), se iban a ofrecer –como diríamos hoy-- deconstruidos e interactivos.
Llama la atención que, a la hora de su balance sobre el vanguardismo, Aub comenzara situando el epicentro en un pintor cubista como Picasso --eso venía a ser en 1958 su Campalans-- y terminase recurriendo a un cineasta surrealista como Buñuel. Lo cual le permitía retratar el siglo veinte, cuyos exponentes más característicos habrían sido el jazz y el cine.
Tales querencias fílmicas suponían un trasunto de su propia experiencia vital. Además de profesor en la Escuela de Cine de México, había colaborado en obras como Sierra de Teruel (L’Espoir) de André Malraux y Los olvidados de Buñuel. Y se han rodado casi una treintena de películas sobre argumentos o guiones suyos.
Sin embargo, el realizador aragonés no iba a resultar presa fácil de cobrar. Aub se desespera al no encontrar ni un solo cura que hable mal del cineasta. Comprueba, consternado, que Buñuel conoce una inacabable recua de clérigos a lo largo y ancho del mundo, con los que puede pasarse horas hablando de teología y que, a la hora de la verdad, constituyen su más sólida red de apoyo, junto a los comunistas. Por primera vez ha recurrido al magnetofón, aun sabiendo que no garantiza mayor veracidad. Sabe de las limitaciones de cualquier novela al desentrañar el hondón último de la realidad, ya sea el Quijote o El laberinto mágico. De manera que decide proporcionar al lector las distintas versiones. No para que escoja, sino para que las tenga todas por ciertas.
Viendo que el libro parece inevitable, y curándose en salud, el realizador trama una significativa revancha en El discreto encanto de la burguesía, que se dispone a filmar en 1972. En ella hay un jardinero moribundo que pide confesión. Acude un obispo y el agonizante le cuenta que muchos años atrás envenenó a sus amos, que resultan ser los padres del prelado. Este lo escucha, lo absuelve muy cristianamente y, a renglón seguido, agarra una escopeta y lo deja seco. Pues bien, el director había asignado a Max Aub el papel del asesinado asesino moribundo. El escritor no pudo interpretarlo. Murió mientras se rodaba la película.
Un Buñuel de cuerpo entero se encontraba al final de la novela en la que deberían haber desembocado tantos esfuerzos. Pero el intento quedó inconcluso. Y a partir de ahí sólo caben reconstrucciones.
La que ahora presenta Carmen Peire sólo coincide parcialmente con la prologada por Federico Alvárez. En otros aspectos es bien distinta. Sigue, según sus propias palabras, el esquema de uno de los manuscritos de Aub. Y con ese criterio se rescatan y editan los archivos denominados «prólogos», los catalogados como «biografía» y los que recogen las opiniones de Buñuel sobre la religión, el cine o la política. A ello se suman las del escritor acerca de las vanguardias artísticas. Y sobre ese bastidor se han entretejido las conversaciones entre el novelista y el director, transcritas de sus grabaciones magnetofónicas. No todas, sino las encontradas en la Fundación Max Aub de Segorbe, que se ofrecen en DVD. El resto, al parecer, se ha perdido.
Es una presentación más adecuada a los propósitos del escritor, especialmente en la Segunda Parte, ensayística. Cierto que Aub arrastra algunos errores, como fechar sistemáticamente Un perro andaluz en 1928 (en compensación, es el primero en datar Las Hurdes correctamente, en 1933). Otros son de tanto bulto que ha de tratarse de lapsus, como la nula apreciación de influencias del ultraísmo en la promoción de Lorca, que no se corresponde con los hechos. Discutibles resultan sus opiniones sobre Dalí. Y su apuesta por la lectura manierista de modernismos y vanguardias quizá destiña en exceso sobre el surrealismo.
Pero en todo momento sabe muy bien de lo que habla y sus juicios siempre son atendibles. Es consciente de que las épocas no se suceden, sino que se encabalgan, y que en la suya el arte derivó en una aventura de la metáfora. Sus páginas rayan a menudo a gran altura. Conoce de primera mano el proceso cultural internacional e hispano, de modo que no se deja engatusar por artificios contables como la famosa Generación del 27. Antes bien, restablece un trenzado de tendencias mucho más fluido y creíble, donde los regeneracionistas, bohemios, anarquistas y ultraístas se entremeten con literatos mucho más de atril y cartapacio.
Con respecto al cineasta, esta edición facilita un acceso ordenado a sus vivencias, películas y temáticas, incluido un índice onomástico del que carecía la de Aguilar en 1985.
Todo lo cual marca las diferencias entre ambos libros. El presentado por Federico Alvárez consistía –básicamente— en la transcripción de las tres tandas de conversaciones de Aub con Buñuel, seguidas de las cuarenta y cinco mantenidas con su entorno de familiares, amigos y colaboradores (aunque faltaban algunos tan importantes como Luis Alcoriza, Jean-Claude Carrière y Pepín Bello, los tres entrevistados por el novelista). Mientras que la edición de Carmen Peire atiende, de modo preferente, a la reconstrucción del proyecto original, la obra póstuma de un gran escritor y testigo del siglo XX.
Con ello, el lector se va a encontrar en lo sucesivo ante una tesitura enriquecida, pero complicada. Por un lado, ahora se le ofrecen materiales ausentes de las Conversaciones de 1985. Por otro, no aparecen en él las entrevistas con los allegados al cineasta, 360 páginas de gran valor testimonial, acrecentado por el fallecimiento de la mayoría de ellos. Los interesados en Buñuel preferirán el primero; los que rastreen a Aub, el segundo. Ambos resultan imprescindibles para quienes deseen completar el rompecabezas o recorrer el máximo trecho del laberinto.
Luis Buñuel, novela. Max Aub. Edición de Carmen Peire. Cuadernos del Vigía. Granada, 2013. 604 páginas + DVD audio (101 minutos). 45 euros. Se publica la semana que viene.
Agustín Sánchez Vidal es catedrático de Historia del Cine en la Universidad de Zaragoza y autor de ensayos como Buñuel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin (Planeta) o Luis Buñuel (Cátedra). También colabora en el volumen La España de «Viridiana», coordinado por Amparo Martínez Herranz y de inminente publicación en las Prensas Universitarias de Zaragoza. Escribió junto a Carlos Saura el guion de la película Buñuel y la mesa del rey Salomón (2001).
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