La rebelde escritora irlandesa. (Foto: RanchoNEWS)
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iudad Juárez, Chihuahua. 8 de mayo de 2024. (RanchoNEWS).- La escritora irlandesa Edna O’Brien, que lleva muchos años viviendo en Londres, se mudó hace poco a una avenida de imponentes fachadas decimonónicas, una calle que en los años setenta del siglo XIX, cuando la construyeron, era conocida, según me cuenta la propia O’Brien, por las muchas queridas y mantenidas que en ella vivían. Las agencias inmobiliarias han dado en llamar a este rincón del distrito de Maida Vale «la Belgravia del futuro»; [Belgravia es un distrito residencial de Londres que data de los años veinte del siglo xix y cuyo centro está en Belgrave Square. (N. del T.)] por el momento, lo que parece es una zona de obras, por la gran cantidad de viviendas en rehabilitación que pueden verse, reproduce CUARTA PROSA.
O’Brien trabaja en un tranquilo estudio con vistas a la pradera, muy verde, del inmenso jardín privado que hay detrás de su casa: un jardín muchas veces más extenso, seguramente, que la localidad agrícola del condado de Clare en que iba a misa de pequeña. Hay una mesa, un piano, un sofá, una alfombra oriental de un color rosado más profundo que el de las paredes de falso mármol, y, más allá de la puerta corredera que da al jardín, los plátanos suficientes como para llenar un pequeño parque. En la repisa de la chimenea hay fotos de los dos hijos, ya mayores, que la escritora tuvo de un matrimonio temprano –» aquí vivo más o menos sola»– y la famosa fotografía lírica de una Virginia Woolf muy joven, [Retrato de Virginia Woolf (en la época, Virginia Stephen) a los veinte años de edad. Fotografía hecha en 1902 por el fotógrafo británico George charles Beresford (1864-1938)] protagonista de la obra de O’Brien Virginia: A Play. Encima de la mesa, orientada al campanario de la iglesia que se ve al fondo del jardín, hay un ejemplar de las obras reunidas de J. M. Synge, abierto por un capítulo de Las islas Arán; un ejemplar de la correspondencia de Flaubert yace sobre el sofá, con las páginas abiertas por un intercambio epistolar con George Sand. Haciendo tiempo mientras yo llegaba, O’Brien ha estado firmando libros de una edición especial de quince mil ejemplares de sus cuentos selectos y escuchando un disco de coros de óperas de Verdi, para enardecerse en el cumplimiento de su tarea. Todo lo que lleva puesto para la entrevista es de color negro, de modo que resulta imposible no percibir la blancura de la piel, los ojos verdes, el pelo caoba. El colorido es espectacularmente irlandés, igual que la dulce fluidez de sus palabras.
Philip Roth: En Malone muere, su compatriota Samuel Beckett escribe lo siguiente: «Dejemos claro, antes de seguir adelante, que no perdono a nadie. Les deseo a todos una atroz existencia entre los fuegos de un infierno helado y las execrables generaciones venideras». Esta cita va como epígrafe de Madre Irlanda, el libro de memorias que publicó usted en 1976. ¿Utiliza usted este epígrafe para darnos a entender que lo que escribe sobre Irlanda tampoco está absolutamente libre de tales sentimientos? Yo, francamente, no percibo tamaña dureza en su obra. Edna O’Brien: Elegí ese epígrafe porque hay, o había en mi vida, especialmente en aquel momento, muchas cosas que no perdono, y di con alguien que lo decía con más elocuencia y ferocidad de las que yo habría podido expresar.