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La obra propone escenas abiertas, sin un sentido fijo o lineal. (Foto: Página/12)
A rgentina, 24 de noviembre, 2007. (Carolina Prieto/ Página/12).- Andrea Servera es una coreógrafa y docente atípica: estudió técnicas y géneros de los más diversos, dio clases en villas y barrios carenciados, enseñó durante tres años en la Cárcel de Mujeres de Ezeiza, integró el grupo El Descueve y se formó en el Taller de Danza Contemporánea del San Martín, junto a grandes maestros locales y extranjeros. Durante cuatro años bailó en shows de Ricky Martin y, cuando viajó a Nueva York para perfeccionarse, las clases le resultaron tan aburridas que prefirió volcarse al hip hop, el breakdance y el afro, danzas más callejeras y nacidas lejos de la academia. Con este bagaje de intereses y de experiencias, produjo una serie de obras memorables. Planicie Banderita fue una explosión de ritmos latinoamericanos, danzas hipnóticas, juegos escénicos en torno de las relaciones entre los sexos con vitalidad, frescura y ausencia total de solemnidad. El espectáculo fue un boom en el Centro Cultural Recoleta y después viajó por Inglaterra. Interior Americano fue un trabajo montado con chicos de la villa La Cava, que se vio en el Malba y luego giró por Alemania y Austria; Ezeiza, un trabajo de videodanza documental filmado en la cárcel; y Noreste, una pieza de videodanza que integró la programación del Festival Kagel organizado por el CETC.
Servera acaba de estrenar en la Ciudad Cultural Konex La sombra de un pájaro en vuelo, una obra distinta de las anteriores, con un clima moroso que exige de parte del espectador la capacidad de serenarse y apreciar pequeños detalles –ya sean a nivel del movimiento, de los sonidos o de las imágenes–, en un ambiente onírico, casi fantástico. Tres mujeres y dos hombres, una gran pantalla donde se proyectan imágenes rurales y algunas animadas captadas por la mirada original de Karin Idelson, y un puñado de situaciones lúdicas que coquetean con la ternura, el humor y algo de dolor. Ésta es la primera aparición de Servera como directora tras el accidente de autos que tuvo hace dos años y que la sometió a una prolongada recuperación. «Las primeras ideas e imágenes las tuve en el hospital. Estando ahí quería hacer algo en relación a la danza y tuve la idea de trabajar con algo que planteara otra realidad, como una imagen o un cuadro, hasta que llegamos al video. Quería seguir mezclando lenguajes y convoqué a Laura Zapata y Gabriel Espinosa, dos chicos que conocí trabajando con la Fundación Crear Vale la Pena en barrios carenciados. Quería que tuvieran una experiencia como profesionales y ellos estuvieron dispuestos más allá de las complicaciones que surgieron, porque viven lejos o porque no tenían plata para el colectivo. Pero pudimos hacerlo». Con un subsidio de Prodanza y con el apoyo económico del Chapter Arts Centre de Gales, dieron forma a un trabajo sugestivo con momentos de sosiego y otros más explosivos. En este sentido, Zapata protagoniza dos escenas prodigiosas: es una experta bailarina de breakdance y lo hace al ritmo del cacareo de un par de gallinas, y hasta se lanza en un reggaetón cuya base sonora proviene de unos chanchos.
«Tenía ganas de hacer algo mucho más abierto, sin un sentido fijo ni guiar demasiado al espectador y ser, tal vez, menos complaciente. Me gusta cuando las cosas no las entendés de una, cuando un disco lo querés escuchar más de una vez», explica la mujer de Sebastián Shachtel (de La Portuaria, responsable de la banda sonora con excepción de los temas en vivo que toca Espinosa). Tal vez por ello, más que buscar un relato único, la propuesta apunta a generar estados y sensaciones fugaces como alude el título. «La lentitud de la obra tiene que ver con que yo estoy más contemplativa: durante meses caminé con muletas, después con bastón, y sentía que la gente me pasaba por encima. La primera escena es bien calma, como introduciendo al espectador para darle después la posibilidad de que se enganche con lo que más le atraiga y que disfrute de cosas muy mínimas».
Algunas de esas deliciosas pequeñeces son los juegos que hace Gerardo Carrot con la planta de sus pies, el sonido de las cuerdas de Espinosa, la voz conmovedora de una señora mayor que canta a capella desde la pantalla (lo más parecido a Chavela Vargas que se puede escuchar por estas pampas) o el baile de una mujer-niña que nunca apoya la planta de los pies y se sostiene con los bordes. «Pero yo también soy muy festiva –agrega– y por eso también están presentes el sonido de la gallina que Laura transforma en baile o el reggaetón arriba del sonido de un chancho».
Con la artista visual Karin Idelson ya había trabajado en Noreste y en Cinco canciones. Ella es la creadora de secuencias de río, campos, molinos y barcos, paisajes de naturaleza por momentos interrumpidos por escenas de animación. «Soy de Neuquén, mi familia es muy del campo y fue una manera distinta de entrar a la identidad latinoamericana o argentina, que me interesa tanto. Antes lo hice a través del folklore y del rock; ahora, a través del campo», comenta Andrea. Esta propuesta coral, que incluye video, música, sonido ambiente y danza, se presentará esta noche y retoma funciones en febrero durante dos meses, para después volar a Gales.
* La sombra de un pájaro en vuelo, hoy a las 22, en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131, reservas al 4864-3200, entradas a $ 15).
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