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Estilo e idea. Gustavo Dudamel baila en el podio. Su estilo de dirección orquestal, modelado por su maestro José Antonio Abreu, espejea por igual a Leonard Bernstein –de quien el venezolano aprendió a dirigir con los hombros– que a Claudio Abbado, Carlos Kleiber y sir Simon Rattle (Foto: María Meléndrez Parada)
M éxico, 17 de noviembre, 2007. (Juan Arturo Brennan/ La Jornada).- Después de varios días de intensa expectación, alentada por los reportes de prensa que festejaban de manera unánime sus sonoros éxitos en otras plazas de México y del extranjero, la noche del jueves llegó finalmente al Teatro de Bellas Artes esa formidable orquesta que hasta hace unos años era conocida como la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y que hoy es la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar.
Como tantas y tantas otras cosas que le debemos, es a Eduardo Mata a quien los mexicanos debemos nuestro primer contacto con esta orquesta, así como con el portentoso sistema de educación musical del cual surgió y que es, sin duda, uno de los mayores logros sociales jamás conseguido en América Latina, y un auténtico ejemplo para el mundo entero.
La orquesta venezolana ofreció en Bellas Artes un programa formado por sendas partituras de Bernstein y Mahler, y en ambas confirmó con creces todo lo que de ella se ha dicho recientemente. En el entendido de que la agrupación está de gira no sólo para hacer música de alto nivel sino también para presentarse como la joya indiscutible de lo que en Venezuela se conoce simplemente como El Sistema, el grupo llegó a México con una plantilla cercana a los 200 músicos; la buena noticia, ampliamente anticipada, es que todos y cada uno de ellos tocan, y tocan muy bien.
Al frente de esta joven, entusiasta y eficaz multitud de músicos venezolanos estuvo el igualmente joven director Gustavo Dudamel, quien recientemente ha estado cosechando merecidos y numerosos laureles a lo largo y ancho del mundo musical.
Desde el inicio de las Danzas sinfónicas de West Side Story, de Leonard Bernstein, se hizo evidente la calidad instrumental de la orquesta, así como la habilidad de Dudamel para manejar, controlar y equilibrar a un grupo más numeroso que lo acostumbrado. Entre los múltiples aciertos en la ejecución de esta partitura de Bernstein (que tiene una gran deuda con Aaron Copland), dos fueron particularmente efectivos, y tiene que ver con el carácter dual de la música.
Por un lado, los venezolanos abordaron con una buena dosis de jícamo y fiesta los pasajes de la obra en los que predominan los elementos latinos, tropicales, caribeños. Por el otro, en aquellas partes de West Side Story en las que lo relevante es el jazz y sus derivados, Dudamel y la orquesta venezolana se mostraron adecuadamente sinuosos y sincopados, tocando gozosamente con esa elusiva pero apreciable cualidad que los músicos llaman swing. Es realmente reconfortante ver y oír a una orquesta tan joven tocar con ese descaro y ese desparpajo, sustentados en todo momento por un cimiento musical inamovible.
Cátedra en el ámbito de la actitud
Después, la estupenda ejecución de la Quinta sinfonía de Mahler fue propiciada, entre otras cosas, por un inicio seguro y lleno de aplomo. A lo largo de la obra, Dudamel se mostró como un director pleno y maduro, particularmente en lo que se refiere a la articulación y ensamble de los complicados episodios mahlerianos. Para ello contó con la complicidad de una orquesta capaz de producir una rica y variada gama de timbres, así como un rango dinámico asombrosamente controlado a lo largo de todo su espectro.
Si en los episodios más extrovertidos y robustos de la obra destacaron la potencia y sonoridad de las maderas y los metales, la cuerda marcó con solidez su propio territorio en el conmovedor adagietto, en el que director y orquesta realizaron una sorprendente división de planos sonoros, difícil de escuchar en otras versiones de esta enloquecida obra. Entre otras cosas, esta orquesta tiene una sección de contrabajos portentosa.
Fuera de programa, Dudamel y la orquesta tocaron una versión fresca y extrovertida, distinta a las que solemos escuchar con nuestras orquestas, del famoso Danzón No. 2, de Arturo Márquez, a quien le dedicaron el concierto entero.
Más allá de las evidentes virtudes musicales en lo que se refiere a afinación, calidad de sonido, precisión rítmica y otros atributos apreciables, los integrantes de la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar dieron una sólida cátedra en ese otro ámbito del quehacer musical que en ocasiones se deja de lado: el ámbito de la actitud.
Desde el primer compás del concierto hasta el último, estos chamos venezolanos tocaron con carácter, concentración, enjundia, pasión y, sobre todo, con un evidente gusto por hacer música, todo ello sustentado por el orgullo de pertenecer a una cofradía ejemplar en la que, más allá de los resultados puramente musicales (que la noche del jueves quedaron diáfanamente evidenciados), lo que cuenta es el benéfico efecto multiplicador que ha llevado la música y la esperanza a todos los rincones de Venezuela.
¡Cuánto podríamos aprender de este noble proyecto, si en verdad nos aplicáramos a ello!
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