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Portada del Libro (Foto: Archivo)
M éxico, D.F., 7 de enero. (Armando Ponce/apro).- Han pasado 22 años desde que el historiador Guillermo Tovar y de Teresa publicó en la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz, un ensayo fascinante sobre la figura mitológica de Pegaso, rematando la fuente del patrio central del Palacio de los Virreyes de la Nueva España.
La obra nació de una pregunta que se hizo Tovar cuando, dos décadas atrás, las autoridades del Distrito Federal restauraron el monumento: ¿Qué hace un Pegaso en ese lugar?
La investigación, un verdadero estudio de la vida novohispana en el siglo XVII, fue publicada en una versión más extensa, como libro, en 1986, y ahora lo reedita, corregido y aumentado, la Editorial Renacimiento de Andalucía, España, y colocado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de diciembre del año pasado, dedicada a esa región ibérica.
Se trata de un bello volumen de 230 páginas para el que tres destacados especialistas escribieron estudios introductorios: David Brading, José Pascual Buxó y Jacques Lafaye. Además, como apéndice, se ofrecen dos conversaciones sobre el tema con el autor, obra de la historiadora Guadalupe Lozada y de la poetisa Verónica Volkow.
Los editores presentan al mexicano así:
“Guillermo Tovar de Teresa (Ciudad de México, 1956 [SIC}). Estudioso de la historia del arte novohispana desde muy temprana edad, al día de hoy es una autoridad en la materia. También es bibliógrafo y genealogista, y conocedor profundo de otros campos en la historia y el humanismo.
“Aunque su actividad académica se ha desarrollado de manera independiente, su trabajo ha iniciado en la función pública. Fue asesor de la presidencia de la República entre 1968 y 1970; del jefe de Gobierno del Distrito Federal, de 1973 a 1976. En 1986 fue nombrado Cronista de la Ciudad de México, título honorífico que procede del siglo XVI en tiempos del emperador Carlos V. En 1991 fue ministro adscrito a la embajada de México en España, con objeto de dirigir la Misión Mexicana en Archivos Europeos, iniciada por Francisco del Paso y Troncoso desde 1985.
“Entre sus obras, que son más de treinta libros, destacan: Pintura y Escultura del Renacimiento en México (1978); México Barroco (1980); La ciudad de México y la Utopía en el siglo XVI (1987); Bibliografía Novohispana de Arte (1990); Gerónimo de Balbás en la Catedral de México (1990); Los escultores mestizos del Barroco Novohispano (1991); Pintura y Escultura en Nueva España, 1557-1640 (1992), y Miguel Cabrera, pintor de cámara de la reina celestial (1995), así como tres tomos titulados Repertorio de artistas en México, editado por Franco Maria Ricci, Milan, 1994-97, por mencionar sólo algunos ejemplos de su vasta producción.”
La introducción
Del volumen, subtitulado “El mundo barroco novohispano en el siglo XVII”, se reproduce el texto “Un emblema de la antigüedad clásica preside el patio del Antiguo Palacio Virreinal”:
“Hace más de 25 años se concluyeron los trabajos de restauración del Palacio Nacional de la Ciudad de México. En uno de ellos se reconstruyó la fuente del patio principal, en cuyo remate se colocó un Pegaso.
“La escultura del caballo alado fue puesta en ese lugar porque se sabía que en el siglo XVII hubo una similar en la fuente que presidía el entonces Palacio Virreinal en el libro titulado El llanto de Occidente en el caso del más claro Sol de las Españas, relativo a las exequias del rey Felipe IV, impreso en 1666. Su autor, Isidro Sariñana, escribe: “Tiene este patio 50 varas en cuadro y en su centro, una fuente ochavada con su tasa y pilar de mármol que remata en un caballo de bronce.
“(…) El Pegaso fue colocado en la fuente del Palacio en los años del llamado Siglo de Oro español, del cual participamos en México, de modo que todavía no alcanzamos a discernir plenamente. Esa época utilizó signos cargados de sentido para una sociedad habituada a la lectura de emblemas, enigmas y jeroglíficos. La publicidad actual, excitadora del consumo, activadora artificiosa del mercado, nos ofrece una idea aproximada: un anuncio con sus signos y sus imágenes nos remite a un producto y a un conjunto de deseos. La diferencia es de contenidos y de fines, aunque el método sea el mismo: transmitir ideas con imágenes eficaces porque “entran por los ojos”, como decían los poetas y artistas barrocos.
“El pintor de la realidad, como Manet llamó Velásquez, utilizó enigmas y empresas en varias de sus obras, como lo han demostrado Julián Gállego y Johnathan Brown. La virtud para descifrarlos era el ingenio, aquélla ‘potencia real de la elevada inteligencia’, al decir de Juan Orozco y Covarrubias. El furor in genii invadió a la sociedad barroca que llamó a esa facultad portadora de las potencias del alma la ‘genial inclinación’. Virtud fundamental del caballero cortesano, el ‘ingenio’ se remontaba al Renacimiento en las cualidades imaginadas por Baltasar Castiglione en el Cortesano.
“La exposición gráfica del pensamiento fue común a toda Europa en los siglos XVI y XVII. La forma primaria consiste en identificar a la palabra con una situación por medio de una imagen… La ‘empresa’ es el jeroglífico explicado; su simbolismo se señala y se piensa. Juan de Orozco y Covarrubias, autor de los Emblemas Morales (impresos hasta 1591, inspirados en los Dialoghi de Paulo Jovio), transforma la empresa en emblema. Conservando su laconismo y su misterio, con intenciones culteranas, ‘que no sea tan claro que cualquiera lo entienda’, pretende asegurar una interpretación única. El emblema puede utilizar imágenes e ideas de otros haciéndolas propias; puede emplear figuras antiguas y nuevas, imaginadas o reales y aun humanas, lo que no se permite en la empresa.
“El uso del emblema con fines políticos resultó frecuente en el siglo XVII…
“El caso más característico de Nueva España lo ofrece Carlos Sigüenza y Góngora, pues utilizó un mismo emblema para la portada de sus libros: Pegaso y su mote Sic itur ad astra. ¿Es casualidad que el historiador barroco adoptara el emblema utilizado en el principal patio interior del Palacio Virreinal de México? ¿Por qué utilizó el Pegaso y el citado mote latino? El propio Sigüenza dice: ‘El que quiera cómodamente crear un símbolo, debe tener primeramente en cuenta lo siguiente: que debe existir una justa analogía del alma y del cuerpo (por alma entiendo una sentencia encerrada en una o dos o en pocas palabras; por cuerpo me agrada designar al mismo símbolo), a lo cual añade: ‘Por qué a mí no me será lícito informar con el espíritu de sagrados hemistiquios mis empresas, y más cuando hicieron lo mismo muchísimos doctos en la suya?’.
Para Sigüenza, según veremos, el Pegaso era el símbolo de su amor a la Patria. Pegaso, sobre una fuente en el Palacio, en la entraña del espacio político novohispano puede ser comprendido por un criollo del siglo XVII como signo de la liberación virtuosa ante la ambivalencia existencial del imperio español y su desgarradora condición ontológica e histórica. También, quizá, como una advertencia a los virreyes: gobernar con sublimidad e imaginación, sin el nerviosismo trivial de los moralistas puritanos que intentaban imponer los culposos intentos de reforma de los políticos asustados ante la decadencia del imperio en el que nunca se puso el Sol.”
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