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La escritora española. (Foto: Archivo)
G uadalajara. 30 de noviembre, 2007. (Fernanda González Cortiñas/ Página/12).- A diferencia de lo que se puede suponer cuando se le da una rápida leída a su curriculum vitae, Montserrat Del Amo está lejos, lejísimo de ser una académica retirada que ha decidido utilizar su tiempo libre escribiendo para niños. Esta madrileña es una niña de ochenta años que escribe desde que tiene memoria y que estudió cuando era grande. Así de poco convencional es la flamante ganadora del III Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil, una deliciosa dama que, detrás de su trajecito sastre y de los lentes de marco dorado, revela a una impetuosa y rebelde muchachita dispuesta a contradecir –eso sí, siempre con el tono amable y contemplativo de la abuelita que todos hubiéramos deseado tener– hasta la más arraigada de las tradiciones.
«La culpa de todo la tiene mi afición a la lectura. Desde muy chica leía todo lo que me pasaba por las manos. De modo que cuando alguien me preguntaba qué quería ser de grande, yo decía siempre lo mismo: escritora. Claro que mi madre se escandalizaba. ‘¡Pero, ¿quién te crees que eres?! Vas a estudiar algo que te permita defenderte en la vida’, me decía. Y me mandaron a estudiar Peritaje de Comercio. Pero a los nueve años me pilló la Guerra Civil y ya no pude ir a la escuela. De modo que seguí escribiendo. Y ya no paré más».
A los veinte años publicó su primer trabajo, Hombres de hoy, ciudades de siglos, pero pronto la pasión por las historias para chicos la volvería a su cauce. En 1950 publica El osito Niki, su primer libro de cuentos infantiles. Luego vendrían Gustavo el grumete, Todo un joven, Montaña de luz, Chitina y su gato, Velero de mar y tierra, Zuecos y naranjas y El perro azul, entre más de cincuenta títulos.
«Creo que el secreto para escribir para niños es no haber perdido la propia infancia. Decía Baudelaire que el sueño es la infancia recobrada a voluntad. Yo tengo ese poder. Puedo recuperar mi infancia cada vez que me pongo a escribir. Entonces puedo mirar las cosas con ojos de seis años, de nueve, de quince. Así es como escribo».
Pero siempre le quedaron las ganas de volver a la escuela, así que cuando cumplió cuarenta resolvió anotarse. «El primer año me tuve que examinar 32 veces para hacer de primero a cuarto juntos, con niños de 10 a 14 años. El segundo año hice quinto y sexto y luego apliqué para ir a la universidad, para hacer la licenciatura en Filosofía y Letras. Esa sí la hice año por año. Lo que aprendí allí fue maravilloso, más que por lo que me enseñaron los profesores, por lo que me enseñaron los alumnos».
Dueña de una pluma aventurera que ha atravesado tres generaciones –Rastro de Dios, por ejemplo, es un libro por el que le dieron el premio Lazarillo en 1960 y que se sigue reimprimiendo hasta hoy–, la escritora no cree que haya cambiado el perfil del lector. «Los niños de hoy, como los de mi generación, tienen los mismos miedos, las mismas inseguridades, y también los gratifican las mismas cosas: el amor, la alegría, esas cosas. Sí puede ser que ahora los niños y sobre todo los jóvenes están mucho más informados que los de mi edad.» Tampoco cree, claro, que existan «temas», para niños. «Yo no escribo sobre temas, sino sobre ideas, sobre cosas que a mí me parecen importantes. O sea que mis libros siempre parten de la realidad, aun los más fantásticos. A partir de esa idea empiezo a desarrollar la trama, y cuando me parece que los personajes ya han cobrado vida propia, todavía sin empezar a escribir, corro a documentarme. Me gusta que cuando le brindo un contexto al niño, sea preciso, porque creo que aun la literatura recreativa le puede brindar al lector información que le sirva más allá del entretenimiento.»
Y esto es tan así que, en una oportunidad, la autora entró a una librería madrileña y se encontró con que uno de sus libros, El abrazo del Nilo, en vez de ocupar los anaqueles infantiles, estaba en la sección turismo. «Le hice notar al librero que se había equivocado y él me contestó: ¿pero por qué no?, ¡si es una excelente guía de viajero!»
Con una consecuencia envidiable –virtud que exaltó especialmente el jurado del SM para premiarla–, Del Amo también tira abajo aquella hipócrita impostura académica que acusaba que los niños de hoy ya no leen.
«Mentira –dice Montserrat–. Los niveles de poder adquisitivo han ido subiendo a través de la historia, incluso en las familias más humildes. Un padre que le puede comprar a su hijo un juguete le puede comprar un libro. Además, los libros se han masificado y están al alcance de todos, no sólo a través de la librería, sino a través de la biblioteca».
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