Rancho Las Voces: Entrevista con Alonso Cueto
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sábado, diciembre 17, 2005

Entrevista con Alonso Cueto

Diego Salazar

1 5/12/2005 (Clubcultura.com) El historial reciente del Premio Herralde de Novela destaca por haber dado, o intentado dar, a conocer a un pequeño grupo de autores latinoamericanos que gozan de cierto éxito en sus países pero que hasta ese momento permanecían casi inadvertidos en la península. Así, el peruano Alonso Cueto, merecedor del galardón en su XXIII edición por La hora azul, viene a sumarse al argentino Alan Pauls y el mexicano Juan Villoro, ganadores en 2003 y 2004, respectivamente.

Cueto es autor de una docena de libros, que incluye novelas, colecciones de relatos y un par de libros de ensayos o artículos periodísticos. Anagrama editó este mismo 2005 su novela anterior, Grandes miradas, aparecida en el Perú dos años atrás y en la que podía verse ya ese acercamiento al conflictivo pasado reciente de la sociedad peruana, donde se incluyen el azote terrorismo de mano de Sendero Luminoso y la dictadura del ex presidente Fujimori, que Cueto realiza en La hora azul.

La hora azul narra la historia de Adrián Ormaechea, un exitoso abogado limeño que un buen día descubre el oscuro pasado de su padre, un militar retirado muerto recientemente. Adrián, tras tomar conciencia de los crímenes cometidos por su padre durante la guerra contra el terrorismo en el Ande peruano, decide investiga y seguir la pista de Miriam, una muchacha secuestrada por el general Ormaechea y de quien supuestamente éste se enamoró. Así, el protagonista de La hora azul se adentra en un estrecho y largo túnel del horror del que difícilmente podría salir sin heridas considerables. ClubCultura conversó con el autor.


¿Por qué utilizar una historia de amor para narrar el dramático episodio de la guerra contra el terrorismo en el Perú reciente?
Mira, yo creo que hay episodios en la vida de las personas que son los que muestran cómo son, esencialmente, los seres humanos, que desencadenan una serie de emociones latentes que sólo aparecen en esos casos. Básicamente tienen que ver con las crisis de revelación interior en los traumas o los hechos inesperados. Entonces, este personaje que va en busca de un pasado desconocido dentro de su familia, que descubre el mal oculto hasta entonces escamoteado en su vida, está realizando, a través de esa de pesquisa detectivesca tras esta mujer, también un viaje interior, hacia el fondo de sí mismo. Una de las ideas asociadas al libro es que muchas de las personas que en una sociedad se sienten separadas unas de las otras en el fondo están unidas a esos sectores, lo mismo ocurre al interior de las familias. Así que Adrián, quien se siente tan separado de su padre, al que considera tosco o grosero, y que también se sienten separado de las clases sociales distintas a la suya, a través de este viaje va descubriendo que se haya mucho más cerca de todo eso de lo que él pensaba. Y en esta historia de amor, la historia de la relación con Miriam, donde repite en cierto modo la historia de su padre, hay una forma de identificación.

Con La hora azul y antes con Grandes miradas (Anagrama, 2005) ha dado una especie de giro con respecto a su obra anterior, en la que se interesaba más por temas íntimos, una literatura carveriana para llamarla de alguna forma, mientras que en estas dos últimas novelas pasa a tratar historias donde el tema central son ciudadanos enfrentados a la cosa pública ¿Fue una decisión consciente, cómo llegó a ello?
Es verdad, tiene razón. Uno se da cuenta de las cosas a veces a posteriori. Mira, lo que pasa es que yo viví un tiempo fuera, luego regresé al Perú, ahora hace 20 años de eso, y durante mucho tiempo la realidad peruana me interesaba relativamente, me interesaba más vivir en el mundo de la lectura. Pero ya a partir de un libro mío que se llama Pálido cielo (Peisa, 1998), empieza a aparecer esta realidad opresiva, llena de conflictos, de diferencias, característica de la sociedad peruana. En cierto modo, el Perú es un paraíso para un escritor porque es un mundo que está en tensión permanente, un país donde conviven gentes de distintas culturas, etnias, clases sociales, en un estado de conflicto que a veces se manifiesta como en la época de Sendero Luminoso y que a veces no se manifiesta, pero sigue ahí, latente. Todas las realidades conflictivas son realidades que crean historias, que producen historias, las historias siempre surgen de los conflictos, de las diferencias, de los contrates, si viviéramos en un mundo totalmente armónico no habría historias o serían historias muy aburridas. Entonces esta presión de la realidad peruana que te carga con historias es un poco la razón de esa mayor presencia de lo público en los dos últimos libros. En Grandes miradas, por ejemplo, me interesaba la política como un teatro de identidades, qué papel jugaban personajes como Montesinos o Fujimori en la vida de los peruanos. Es una dirección que de alguna manera he tomado de forma un poco inconsciente, no creo que ningún escritor esté obligado a representar la realidad de su país por compromiso, ni mucho menos.

Lo curioso es que no es su caso exclusivamente, ni siquiera se puede circunscribir únicamente al panorama de la literatura peruana. En general, la literatura de principios de los noventa, en Latinoamérica y quizá en el resto del mundo, era mucho más optimista, coincide con una época de aparente bonanza económica en los países latinoamericanos, con cierta esperanza por de una vez por todas dejar atrás el subdesarrollo y ello derivó en una narrativa que miraba sobre todo a los conflictos íntimos, a las relaciones interpersonales. Sin embargo, hacia finales de esa década y principios del nuevo siglo, coincidiendo con el crack argentino, con el desenmascaramiento de la dictadura fujimorista en el Perú, etc, vuelve a aparecer lo público, la cuestión política en la literatura…
Yo te diría, además, que las sociedades, ya no sólo los escritores, se han vuelto a interesar en lo política, en el tema del compromiso. Hay un tema que ha resurgido que es la preocupación moral, el factor moral vuelve a calar muy hondo. El tema de la corrupción en América Latina es un tema muy sensible y me parece que las sociedades latinoamericanas no se resignan ya a dictadores, a actores políticos capaces de cualquier cosa. Creo que hoy en día sería imposible que haya una dictadura como la de Somoza, la de Trujillo o la de Rojas Pinilla en América Latina. No sólo por el desarrollo de los medios de comunicación, el periodismo de investigación y otra serie de factores sino por un repudio social.

Pero sí fue posible una dictadura como la de Fujimori…
Así es, pero era una dictadura distinta, que manejaba otros medios. Y aún así tuvo una duración efímera justamente porque creó los instrumentos para su propia desaparición. Esa dictadura controlaba a jueces, periodistas, a través del soborno y los vídeos de esos sobornos, y justamente ese instrumento de control –esos vídeos— supuso el instrumento de su perdición. La tecnología hoy en día se haya en manos de cualquiera, ya no es un elemento cuyo uso detenta exclusivamente el poder.

¿Consideraría a Grandes miradas y La hora azul novelas políticas?
No, creo que son novelas sobre la gente que ha sufrido los efectos de la política, los protagonistas no son políticos sino sus víctimas, en todo caso. Lo que tienen en común, creo, es ver cómo el juego de los grandes políticos afecta a la gente sencilla. Ese es el tema que me interesa más. Porque lo que me interesa de la política, lo que nos interesa a todos, es ver cómo nos afecta directamente. Hubo sí una generación de novelas latinoamericanas dedicadas a que los protagonistas fueran los dictadores, Señor Presidente, Yo, el supremo, etc.

Le hice la misma pregunta a Salman Rushdie semanas atrás respecto a Shalimar, el payaso y respondió que lo que a él le interesaba era mostrar que vivimos en un mundo en que la política es inseparable de la vida privada, donde la vida privada se ve constantemente bombardeada por lo público…
Claro, lo que ocurre es que la gente sencilla se haya en la peor de las situaciones porque su vida depende en muchos casos de los designios de gente que no conoce y que se haya a kilómetros de distancia.

Bueno, pero en eso se fundamenta la democracia representativa, no es que sea un designio fatalista, lo que ocurre es que no existen instituciones sólidas en países como el Perú…
Lo que pasa es que en nuestros países la democracia se reduce a votar una vez cada cierto tiempo, la gente que se haya alejada de la ciudad no tiene ningún contacto con sus autoridades, ninguna relación con los congresistas que elige, no puede ni siquiera ir a la estación de policía con un mínimo confianza, al menos en lo que respecta a las clases populares. La relación de un grueso de la población con las autoridades, más allá del voto, es nula. Yo entiendo que entonces hay un resentimiento profundo y una sensación de olvido. Y por otro lado, muchas veces la gente en América Latina espera que venga el gobierno como una especie de figura paternal a solucionar todos los problemas. Esa es una cosa que viene desde la Colonia, porque en ese entonces todo dependía de la Corona, y esa sensación paternalista ha sobrevivido. Conozco mucha gente en América Latina que dice que el gobierno no los ayuda, no hace, cuando debieran quizá ser ellos los que hagan algo.

Bueno, pero esa idea de papá Estado no es algo exclusivo de nuestros países ni su único antecedente es la Colonia. España, durante el franquismo, vivió una situación similar y en Alemania del Este todavía podemos verlo, sería más bien un resabio de las utopías totalizadoras o las dictaduras…
Sí, es verdad. Lo importante, creo, es crear sociedades fuertes, instituciones fuertes que resistan el paso de los gobiernos, que incluso estén en condiciones de resistir que los gobiernos puedan ser mediocres.

¿Cómo fue el proceso de investigación para La hora azul?
Hace unos cuatros años, almorzando con Ricardo Uceda, mientras se encontraba investigando para su libro Muerte en el Pentagonito (finalista de la edición 2005 del Ulysses Award, premio al mejor libro-reportaje de investigación), él me contó varias historias de la guerra sucia contra el terrorismo, algunas muy interesantes, pero una de ellas fue la historia de un general que había tenido a una prisionera como conviviente y que posiblemente se había enamorado de ella. Esto ocurrió en el cuartel de Los Cabitos, en Ayacucho, yo para el libro lo trasladé a Huanta. Pero bueno, una noche el general salió y dos oficiales, como la chica era muy guapa, la sacaron y empezaron a beber con ella, en un momento les golpeó la cabeza y se escapó. La chica vino a Lima, trabajó como empleada doméstica, etc. Ricardo había logrado contactar con ella. Esa historia me quedó muy fresca en la memoria durante los días siguientes y en un momento decidí que podía inventar la historia de alguien que años después descubriese estos hechos y que podía ser un abogado hijo de este militar. A través de una serie de averiguaciones con amigos y conocidos, fui a San Juan de Lurigancho, que es una comunidad en Lima donde vive muchos inmigrantes de la sierra, incluso hay un barrio que se llama Huanta Dos, hablé con mucha gente y luego fui a Ayacucho. Hice un poco lo que hace el personaje del libro. Tomé muchas fotos, hablé con gente en Huanta y Ayacucho. Inicialmente, esas fotos iban a aparecer en el libro. Me sirvieron mucho mientras escribía, fotos del cuartel militar, la plaza de armas de ambos lugares, el camino por donde huye Miriam. Me interesaba mucho reproducir visualmente los escenarios, me interesa mucho la literatura de escritores muy visuales como Henry James o Hemingway. Leí mucho sobre esa época y también fue muy importante ir a diario durante un tiempo a la exposición de imágenes y documentos de la Comisión de la Verdad. Llegué a conocer muchos casos, de víctimas y torturadores. Por ejemplo, como sabes hay un método de tortura que consiste en sumergir al prisionero en una tina, pues había un oficial del ejército que era experto en calcular cuánto podía durar cada persona bajo el agua, tan sólo viéndola. O el caso de Georgina Gamboa, una mujer que declaró ante la Comisión de la Verdad que había sido violada por siete sinchis (comando especial del ejército peruano) y que había resultado embarazada, en ese momento, su hija que estaba al lado se enteró que era hija de esas violaciones. U otro chico al que los senderistas le echaron gasolina para que se incinerara a la luz del sol. Historias muy violentas que me impresionaron muchísimo, un poco lo que quise con el libro fue intentar transmitir esa impresión.

En la entrevista que le comentaba con Rushdie, me dijo que creía que una de las grandes preguntas que debe responder un escritor es: ¿Cómo escribir el horror de forma que sea soportable para uno mientras escribe y para el lector mientras lee, pero que en esa traslación no se le reste verdad? ¿Cómo se enfrentó usted a eso?
Tiene razón, está bien lo que dice Rushdie. Yo creo que el horror es una puerta de entrada, una vía de conocimiento hacia el otro lado de los seres humanos. El horror es una vía de acceso hacia lo esencial que hay en un ser humano. Creo que una persona nunca sabe la capacidad que tiene para la crueldad, para la violencia, para el sadismo, para soportarlos o ejercerlos, hasta que se encuentra en la situación donde esto ocurre. Creo que el horror, como el amor, es una fuente de revelación de lo fundamental, lo esencial de los seres humanos. Uno de los temas que más me interesan en la literatura es perseguir estas vías de acceso en las conductas para ver cuáles son los límites del horror. Cuando estos oficiales del ejército van a Ayacucho no parecen especialmente violentos, no son tipos especialmente crueles, pero estando en un contexto de violencia tal sacan a la luz unas identidades hasta entonces escondidas, muestras del horror en estado de pureza. Ahora, de una u otra manera, la literatura, que tiene unas pretensiones formales o estéticas, siempre nos distancia del horror, porque el horror en estado puro no tiene nada de estético. El escritor siempre quiere ofrecer un producto estético, una verdad sí, pero una verdad revestida de forma. Y esa forma, de una u otra manera, siempre nos distancia del horror. Sin embargo, una de las formas de entrar en esa matriz del horror, el espanto, es el arte, la literatura.

Decía minutos atrás que esa quiebra social que fue una de las causas de esa guerra que vivió el Perú durante tantos años, todavía se encontraba ahí y que sigue siendo una constante generadora de tensiones ¿Cómo lo ve hoy en día que el Perú se haya pronto a unas elecciones presidenciales y en que algunos candidatos hacen bandera de esa quiebra y esos resentimientos?
Lo que pasa es que el Perú ha vivido siempre en un estado de fractura social. No es una fractura que surge con la Conquista, es una fractura anterior que podía verse ya en las diferencias y conflictos entre culturas, etnias, anteriores al Imperio Inca. Creo yo que esa tensión, por un lado, ha creado un gran arte. No sé cuáles sean todas las condiciones para la creación artística, pero posiblemente una de ellas sea vivir en ese estado de confrontación con la muerte, con la violencia. Pero lo que es un hecho es que es una sociedad que ha vivido una serie de escisiones y contrastes hasta el día de hoy, aún cuando hoy es un país mucho más integrado de lo que era hace cincuenta años. Por ejemplo, mi madre me contaba que cuando era niña, en el malecón de Barranco había tres filas de personas: los de clase alta caminaban al lado del mar, los de clase media un poco más alejado y los de clases más bajas aún más alejados. O sea que existían unas divisiones culturales, sociales, en los espacios públicos. Situación que aún existen, aunque de diferentes maneras. Pero bueno, esto que es un infierno, que es una situación deplorable, en cierto sentido es un paraíso para un escritor por la cantidad de historias que produce. Por otro lado, en unas elecciones juegan un papel muy importante estas escisiones, estas diferencias, estos resentimientos. El racismo sigue jugando un papel fundamental en nuestra vida política, a pesar de que ha habido cierta mejoría. No sé cuál pueda ser el futuro de todo esto, pero creo que de una u otra manera, con más o menos traumas, ha habido más cambios en relación con este tema en los últimos años que en todos los siglos pasados.

¿Quién cree que gane las elecciones presidenciales del próximo año?
Bueno, las elecciones son como todo en la vida ¿no? No esperemos que gane el mejor sino el menos malo. Los políticos ya no pueden prometerlo todo porque la idea de una utopía ha desaparecido, la población ha perdido la inocencia y nadie le cree al político que está en plan de ofrecerlo todo. Yo creo que va a ganar Lourdes Flores (la candidata del Partido Popular Cristiano, grupo político afín al Partido Popular español), pero eso depende de ella.

¿Cree que o está realizando wishful thinking?
La verdad es que no tengo ninguna certeza. Hay una idea pública, creo yo, de que las mujeres son seres mucho más morales que los hombres. Y es verdad, creo que esa percepción común de que las mujeres roban menos, mienten menos, tienen mucho más corazón, más que los hombre y no en todos los casos, claro, no está demasiado descaminada. Y creo que lo que más le importa a la gente ahora, en el Perú y buena parte del mundo, es el tema de la honestidad, de la decencia. Por ahí, tiene ella buenas posibilidades. El problema es que una candidaturas como la suya puede tener dificultades en entrar en los sectores populares, andinos, necesitaría más colaboradores que puedan conectar con esa parte del país. El otro tema es la cuestión indígena y lo que puede suponer de apoyo a la candidatura de Ollanta Humala, una eventual victoria de Evo Morales en Bolivia. La política es como el amor ¿no?, la gente quiere alguien nuevo, no quiere repetir, no quiere seguir con la misma persona. El político tiene una relación casi erótica con la gente, el grado de intensidad, el contacto con el pueblo, con los votantes. La gente vota por alguien que se encuentra por encima de ella, no por alguien igual sino por alguien a quien vea por encima de uno mismo pero con quien cree que puede mantener una conversación. Quien logre dar esa imagen, probablemente ganará.

Volviendo al choque frontal entre las fuerzas públicas y las vidas privadas, las diferencias e injusticias sociales, que ha querido retratar en sus últimos dos libros ¿Cree que ese mostrar la injusticia es una de las misiones de la literatura?
Creo que la primera misión de un escritor es contar una historia. Eso es lo que me interesa a mí. Creo que contar historias es la manera más directa que tenemos de explorar a los seres humanos. No de ofrecer respuestas ni lecciones sino de hacernos nuevas preguntas sobre quiénes somos, cómo somos o qué hacemos cuando nos enfrentamos a tal experiencia o situación. Lo que me interesa no es hablar de tal o cual tema en general. A veces la gente me dice: "Tu novela trata de Sendero Luminoso" o "Tu novela trata de la sociedad peruana". Yo creo que las novelas nunca tratan sobre temas, tratan sobre ciertos individuos que tienen unas vidas específicas, particulares, y que toman diversos rumbos o direcciones, el hecho de que esos rumbos estén inscritos en un contexto reconocible claro que es importante, pero inicialmente las novelas son sobre individuos, sobre hombres y mujeres, no sobre temas generales.

¿Se encuentra trabajando ya en otra novela?
Sí, es una novela corta que no está relacionada mucho con el tema social. Cuenta la historia de dos mujeres de cuarenta y pocos años que se reencuentran veinticinco años después de haber salido del colegio. Una de ella era el punto de la clase, la chica de la que todos se burlaban, y la otra es una mujer joven muy exitosa, sexy, guapa. Entonces, la chica que sufría las burlas durante su época escolar le recrimina a la otra todo lo que pasó, y surge una relación muy fuerte, muy intensa entre ambas. No sé cuándo terminaré. Lo que ha pasado con el premio, que es una cosa que me ha honrado mucho y que agradezco, es que uno se mete en una serie de actividades y vive hacia fuera, en reuniones y contacto con la gente. Pero un escritor debe vivir hacia adentro, de lo contrario no puede escribir nada. Una de los secretos que tengo para escribir en Lima es que casi no tengo vida social, tengo una esposa que no gusta de ir a reuniones o cócteles, así que lejos de obligarme a asistir a diversos eventos, nos acostamos temprano y escribo muy temprano por la mañana, todo los días.

¿Francisco Lombardi está adaptando Grandes miradas al cine, cierto?
Sí, ya acabó el rodaje. Yo vi el guión escrito por Giovanna Pollarolo, que está muy bien, y estuve dos, tres veces en el rodaje de la película. La protagonista es una actriz, Melania Urbina, que está estupenda. El próximo año se estrenará en el Perú y espero aquí también. Se le ha cambiado el nombre, se llama Mariposa negra ahora.