José María Espinasa. (Foto: Braulio Tenorio)
Óscar Enrique Ornelas
C iudad de México. México. Viernes, 16 de diciembre de 2005 (EL FINANCIERO). Ediciones Sin Nombre cumple diez años en el mercado editorial. Ha publicado 200 títulos, y forma parte de la Alianza de Editores Independientes que pugna por el precio fijo y por convencer a los libreros para que exhiban sus colecciones. José María Espinasa nos cuenta la azarosa vida de una editorial pequeña.
Ediciones Sin Nombre tiene en su catálogo a Tomás Segovia y publica al desaparecido escritor chihuahuense Javier Gardea, un hombre que nunca se preocupó por promoverse en el pequeño círculo infernal de la literatura, como lo calificaba Augusto Monterroso. Ediciones Sin Nombre, explica José María Espinasa, ha logrado reunir "una muestra interesante" de la literatura mexicana contemporánea, pero aún tiene que luchar para que los libreros, especie en proceso de extinción, exhiban sus títulos.
«Ediciones Sin Nombre surgió hace diez años con el propósito de publicar libros de ensayo -señala Espinasa-. Nunca creí que fuéramos a durar tanto. Publicamos 20 libros por año y, sólo en 2005, hemos reeditado los de Tomás Segovia con motivo del Premio Juan Rulfo que le dieron en la FIL de Guadalajara. La reedición es lo que le permite crecer a una editorial. Mientras tú no reedites es muy difícil funcionar. Dependemos de las coediciones, de los apoyos y de las becas. En tres ocasiones obtuvimos la beca de coinversiones del Conaculta. De no ser por eso, ya habríamos desaparecido».
¿Cuáles son los objetivos de la Alianza de Editores Independientes de la que su editorial forma parte?
El gran problema para editoriales como Ediciones Sin Nombre, pero también para el mundo editorial en general, es que hay muy pocas librerías. Y las que existen generalmente no aceptan tus libros. Esto da como resultado que no tengamos contacto con el lector, algo básico en nuestro caso. Las librerías siguen una política suicida. Están muy metidas en el descuento, que ya es una tontería.
Pero el descuento fue el gran hallazgo del desaparecido Mauricio Achar y sus librerías Gandhi.
Yo creo que fue una receta que funcionó hace 30 años. Con el tiempo quizás veremos que fue una política más perjudicial que beneficiosa. Someter la lectura a los descuentos hizo que, en general, se compraran menos libros. El lector se acostumbró a ir a donde venden más barato, y libro que no compras en el momento que se te antoja leerlo, ya nunca lo adquieres. Las librerías mexicanas, y en general las librerías del mundo, tienen que cambiar sus políticas. Deberían empezar por exhibir nuestros libros. La Alianza de Editores Independientes, que agrupa a 14 editoriales, 11 de México y tres de Guadalajara, tiene en su conjunto un catálogo de mil 500 títulos. Dicen que no se venden, pero no se venden porque no los exhiben. La Alianza se fundó, precisamente, para poder entablar un diálogo con los libreros y los distribuidores. Es muy curioso que los libreros no confíen en los lectores. Confían en la publicidad, en los grandes nombres y, desde luego, en la autoayuda y el esoterismo.
También en los contenedores adquiridos en las ferias de negocios.
Exactamente. En el libro por kilo, no por contenido. Esto crea una situación bastante crítica para los editores independientes. Paradójicamente, México es el país con más ferias del libro del mundo. Hay de todo tipo: de parques, de camellones, de municipios, de entradas al metro. Nosotros nos hemos centrado en acudir a la de Minería, la de Guadalajara y la que organizamos los editores independientes. A principios de este año, la pusimos en las instalaciones de la Unidad del Bosque de Chapultepec. Nos fue bastante bien, pero ahora queremos hacerla en un lugar de mejor acceso. El trabajo principal de la Alianza consiste en convencer a los libreros de que nuestros libros no venden 100 ejemplares en un día, pero a lo mejor venden más en un año que los títulos comerciales. Además, el lector de Edicio- nes Sin Nombre, El Ermitaño, o cualquiera de las editoriales independientes, se lleva más cosas. Para los libreros también es negocio. Hemos tratado de demostrarles que en diez años ha sido posible reunir un catálogo atractivo, que cuenta con autores de cierto nombre como Segovia, Gardea, Moreno Durán o Esther Seligson. Las siete novelas de Gardea que circulan actualmente las tiene Ediciones Sin Nombre. Es un ejemplo del espacio que vamos ganando.
¿Ya lograron algo con los libreros?
En algunos casos sí, en otros no. Hemos tenido buena recepción en el Fondo de Cultura Económica. También estamos en pláticas con la cadena Educal, con Gandhi y con El Péndulo. Es complicado. No es algo que se pueda lograr de la noche a la mañana. Nosotros teníamos la esperanza de que el Congreso aprobara la Ley del Libro. En México urge que se legisle el precio fijo. Eso permitiría que las editoriales mexicanas pequeñas tuvieran un crecimiento adecuado. La idea es que el costo de un libro sea el mismo aquí, en Mérida o en Tijuana. A mediano plazo, esto puede traer consigo que el libro baje de precio. Para cubrir el descuento al librero, los editores tienen que subir el precio. Si cuesta 100, y le vas a dar al librero un descuento del 30 por ciento, lo tienes que vender a 150. El descuento es una ficción costosa.
¿Cómo hacer para que los autores confíen en Ediciones Sin Nombre?
En el caso de Segovia, yo había sido su editor desde los años ochenta, en la Universidad Autónoma Metropolitana. Desde el principio, Segovia tuvo claro que trabajar con nosotros no le iba a dar mucha proyección. Pero confió en el proyecto editorial. Lo mismo ocurrió con Gardea. Cuando murió de manera tan inesperada, hablé con su hijo Iván y continuamos publicándolo.