Rancho Las Voces: ¿Qué se lee en México?
(6) El retorno de Francis Ford Coppola

lunes, diciembre 05, 2005

¿Qué se lee en México?



C d. de México. 03 diciembre de 2005. (El Universal). Este amplio reportaje sobre la salud del mercado editorial mexicano echa abajo el mito de que en México no se lee. Tras entrevistar a editores y libreros, y verificar cifras de ventas, Magali Tercero arroja algunos datos espeluznantes: los mexicanos sí leen y mucho, pero lo que leen está muy lejos de la literatura. ¿Cómo se configura la cultura en un país que vende anualmente 41.6 millones de ejemplares de El libro vaquero, mientras que el 60 % del tiraje de autores como Rubem Fonseca tiene como destino la guillotina?

Magali Tercero / El Universal

I. Los agostos triturados de Fonseca
El agitado joven apiló siete agostos de Rubem Fonseca y colocó encima un letrero: “Sólo 25 pesos”. Luego se dirigió a otro librero de la feria anual del camellón de Nuevo León: “Estaban triturando 2 mil volúmenes de Cal y Arena allá por Iztacalco. Logré salvar 30 títulos”. Recordando un cartel en la mesa de ofertas de la librería Teorema, “si no los compras nunca los quisiste leer”, adquirí un ejemplar preguntándome por qué las editoriales no regalan sus excedentes a las bibliotecas. Varias semanas después un avezado librero, Agustín Jiménez, de La Torre de Lulio, explicó en entrevista la causa de conducta tan extraña:

1) las bibliotecas gubernamentales no pueden recibir regalos porque tienen qué justificarlos; 2) tampoco compran libros porque no hay dinero; 3) los editores pagan hasta 30 mil pesos mensuales por la renta de bodegas; 4) sale más barato tirar a la basura los libros que no fueron rematados y 5) por ley un editor tiene un plazo determinado para mandar a reciclaje lo que no vendió.

«Si editas cinco mil fonsecas —agregó Jiménez—, nunca llegarás a tener más de mil lectores. ¿Qué vas a hacer con los cuatro mil libros sobrantes? Puedes embodegarlos pero cuesta mucho. Puedes rebajar el precio pero nadie los va a comprar porque ya te acabaste los lectores para ese autor. ¿Qué biblioteca te va a pedir novelas de Rubem Fonseca para niños de primero de secundaria? Yo he ido al Colegio de México y he visto intonsos los volúmenes históricos de Francisco Gines Ríos y Francisco Moreno Villa porque nunca fueron solicitados. ¡Y es el Colmex! Los grandes editores esperan recuperar algún día lo que sigue de los primeros 500 ejemplares, no más. ¿Qué hacer entonces? Lo sano es dar dos años a cada libro. Si en ese plazo no vendiste, lo mejor es reciclar. De otra manera le estás metiendo dinero bueno al dinero malo», termina Agustín al tiempo que muestra una parte de la biblioteca de una escritora mexicana que vive fuera y se ha deshecho de unos mil títulos por cinco mil pesos.

Nuestro librero cuenta que primero volaron los diccionarios y luego un montonal de novelas, más esos libros autografiados con los que todo autor, según escribe Gabriel Zaid, pone en aprietos a sus amigos: los demasiados libros que siempre menciona este ensayista en recuerdo de un poeta árabe del siglo XIV.

¿Dije diccionarios? En la red puede leerse esta nota de la Asociación Nacional de Libreros: «Cada época trae sus nichos editoriales y es importante identificarlos. Los diccionarios son el nuevo nicho. Si bien en España y en América Latina no se tienen datos confiables sobre su venta, es visible que el 2004 fue su año. Casi todos fueron editados en España con excepción de la reedición del Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española. Los diccionarios han ganado un espacio en los hábitos de compra que no deja de llamar la atención». También forman parte de la economía editorial la venta a domicilio de enciclopedias y biblias, además de los libros de texto no oficiales, las lujosas ediciones de arte obsequiadas por los bancos o la venta de fascículos en puestos de periódicos. Semejante diversificación indica que nuestra industria editorial exige olvidar romanticismos y tratar al libro como un objeto a vender desde un alto nivel de profesionalismo. «Si los mexicanos no somos capaces de fundar y dirigir editoriales importantes van a serlo los argentinos, los alemanes o los italianos, pues el mundo globalizado ya está aquí», afirma Braulio Peralta, director en México de Random House Mondadori. El pez grande se come al chico, para decirlo brevemente. Y, como dice Antonio Navalón, el hombre clave de Santillana, Alfaguara, Taurus y Aguilar, «el desafío está en hacer un negocio haciendo al mismo tiempo país porque es una aberración que esta civilización mexicana la queramos gobernar desde el DF y esté concentrado el consumo de los libros en más de 70 por ciento en la capital».

¿Los demasiados libros? De acuerdo con Ricardo Nudelman, gerente general del Fondo de Cultura Económica, «más de 100 mil títulos nuevos y reimpresiones se lanzan cada año al mercado de habla castellana. Unos 15 mil se producen en México, pero la cantidad de puntos de venta no creció como la oferta y las librerías profesionales no satisfacen las necesidades del lector moderno, contribuyendo muy poco a la promoción de la lectura». ¿Cuantificar lo leído? Navalón, representante en México del Grupo Prisa, es tajante: «La lectura, como todo lo íntimo, como todo lo importante, no permite grandes cuantificaciones. Desde que Vasconcelos ocupa la Secretaría de Educación Pública la relación con el libro se convierte en un elemento fundamental de la política cultural. Las editoriales y el mundo cultural estamos haciendo algo suicida que es destruir las librerías», confiesa el mismo que hará un año protagonizó un pequeño escándalo por promover con gran bombo una exposición de muy mediana calidad.

II. «El mexicano lee revistas llenas de monitos»
Pero regresemos a la feria de libros usados. Muy cerca del puesto de Cal y Arena un hombre canoso está recomendando El Hallazgo a un estudiante colombiano que busca el texto de Jules Renard protagonizado por un niño con pelos de zanahoria. Es Lino Adolfo Lebrija y Dávila, de 68 años, quien supera por mucho los cuatro libros anuales recomendados por la UNESCO para «el sano desarrollo de la sociedad». Miembro del Consejo de la Crónica desde hace un lustro, aprendió a ser lector con los llamados «libros de relación» escritos por los frailes dieguinos del ex Convento de Churubusco.

Frente a él hay un ejemplar de México: apuntes históricos, el libro de Rius ilustrado por Abel Quezada para los festejos olímpicos del 68. Le cuento que Luis González Obregón organizó en el Archivo General de la Nación la relación de libros que llegaron con la Nao de China. Los barcos venían cargados de libros de caballería, cientos de amadises que después prohibiría la Inquisición. ¿Qué lee el mexicano del siglo XXI? Lebrija y Dávila define: «Una serie de revistas de lectura rápida porque están llenas de monitos». Detengámonos, pues, en las estadísticas. En 2001 El libro vaquero vendía 800 mil ejemplares semanales, cantidad asombrosa si se piensa que en 2000 circulaban a nivel nacional 800 revistas entre semanarios políticos, revistas femeninas y, desde luego, historietas vaqueras para ellos y novelas rosas para ellas. Hoy El libro vaquero vende 41.6 millones de ejemplares por año, casi 18 millones menos que en 1985. El libro policiaco alcanza los 28.6 millones, TVnovelas, 28 y TVnotas 21.8 millones. ¿Demasiadas lecturas poco nutritivas según el canon intelectual? No si se recuerda que hace 20 años El libro vaquero despachaba 63 millones de ejemplares anuales equivalentes a 600 mil por semana, es decir 21.4 millones menos que ahora. Media docena de voceadores encuestados atribuyen a la televisión y a Internet la disminución de lectores de este cómic apto como siempre para entretener incluso a los seis millones de analfabetas admitidos por las estadísticas de 2000, entre quienes cuatro millones pasan de los 50 años, según informó a confabulario el director del Instituto Nacional de Educación para Adultos (INEA), Ramón de la Peña.

Mientras tanto, las cifras de la UNESCO indican que el consumo anual de libros per cápita es de medio a un volumen completo. «¿Lo ves? En México sí hay lectores», dice el escritor y editor Roberto Pliego, conocido por sus numeralias y autor de El libro inútil, el cual, por cierto, ya llegó a las librerías de usado. Pero Pliego, en otro tiempo lector de Kalimán y Rarotonga, habla en serio: «Aquí se busca la letra impresa donde no hay nada. No por eso somos malos lectores, sólo habría que poner a Conrad junto a las historietas y darles Henry Miller y Balzac a esos lectores de Metro que no han tenido un buen consejo. Somos buenos lectores de revistas y no desdeño ni el TVnotas, pues implica muchas horas nalga. Otra cosa muy difícil de calibrar son los 2.2 libros al año que supuestamente lee el mexicano. Esto aterra pero ojo: las estadísticas nunca incluyen al lector porque sólo contabilizan libros».

Como vemos el mexicano lee aunque no precisamente a Martin Amis, cuyo Campos de Londres ha vendido, entre enero y octubre de 2005, dos ejemplares en la casa matriz de El Sótano. La editora Margarita Sologuren del consorcio editorial Planeta —mano derecha del director editorial Jesús Anaya, uno de los miembros del gremio que más ha escrito sobre el fenómeno de la lectura en México— afirma que cada libro tiene su nicho, «lo importante no es si se venden 2 mil o 150 mil ejemplares, sino que cada libro llegue a sus lectores naturales». ¿Por qué un Canetti se queda en el último rincón?, pregunto a cuatro editores de la Alianza de Editores Mexicanos Independientes (AEMI). Alejandro Zenker, quien publica una colección dedicada al mundo editorial en Ediciones el Ermitaño, responde: «Es un fenómeno internacional. No es lo ‘bueno’ lo que vende más, sino lo que un complejo aparato mercadotécnico pone en mente de los potenciales lectores y coloca en los puntos de venta con todos los privilegios de un artículo de primera necesidad. Podríamos decir que tenemos el país de lectores que históricamente hemos creado. Tenemos que cambiar esa inercia». ¿Atroz? Decida usted, lector. Los mexicanos leemos por año los ya mencionados 41.6 millones de libros vaqueros y libros sentimentales, pero aquí vivimos cien millones de personas. ¿Qué más se lee? En apariencia (Gandhi siempre tiene números atrasados) unos 30 mil lectores compran cada mes su ejemplar de Letras libres, según dijo el poeta Julio Trujillo a otro diario. «Es un mercado que no lee pero que también tiene una tradición loable de comprar prensa cultural. Si comparas los 30 mil ejemplares de Letras libres con los 250 mil del Magazine Littéraire no es nada, pero una revista cultural leyéndose, pasándose de mano en mano, es un índice muy saludable”.
¿Qué leen, descontando estas 30 mil revistas, los otros 49.4 millones? ¿El Perfume, de Patrick Suskind, con 300 mil volúmenes vendidos en 20 años? ¿La biografía de Karol Wojtila, con ventas de 40 mil? Jesús Anaya sostiene que los índices de lectura suelen ser falsos. «A la prensa le encanta cuando alguien asegura que cada habitante lee 2.3 libros por año. ¿De dónde sacan eso? Para empezar ni siquiera sabemos cuántos libros se producen», afirma este editor que estuvo en la Cámara Nacional de la Industria Editorial en 1990. «Cuando trabajaba ahí como gerente de investigaciones yo respondía ‘no sabemos cuántos libros se produjeron’. Uno de France Press me dijo ‘no se me ponga difícil, en otros años siempre había un señor muy amable que decía: pues tanto’. Le respondí que era un mentiroso», declara, enfático, Anaya.

III. La mano peluda y los grandes consorcios
Andrés Ramírez, editor literario en Planeta, comenta: «Hay un espectro bastante amplio, vendemos desde libros populares como Cañitas, de Carlos Trejo, con historias de fantasmas que lo han convertido en el preferido de los muchachos de secundaria, y La mano peluda de Juan Ramón Sáenz, relatos procedentes de un programa de terror transmitido con muchísimo éxito por Radio Fórmula. Es el Stepehn King de México sólo que con historias verídicas, con ventas de 80 mil ejemplares en su primera edición». Desde luego las ventas de La mano… están relacionadas con el éxito en los medios, igual que sucede con Las crónicas de Narnia, una saga literariamente muy superior a Harry Potter y que, como éste, ya es película. ¿Logró Harry Potter el milagro de que los niños mexicanos lean? Algunos entrevistados para este reportaje cree que sí, aunque Braulio Peralta lo consideró «un ejemplo claro de vacío». Pero volvamos a Ramírez: «El mayor éxito editorial es El código Da Vinci, que en México lleva un millón de libros vendidos, un thriller psicológico y místico. El fenómeno tiene algo de milenarista y está muy de acuerdo con los tiempos».

¿Los libros comerciales sostienen la producción de otro tipo de literatura?
Los clásicos mexicanos de la editorial como Ibarguengoita, Arreola, Garro, Fuentes, Paz, Paco Ignacio Taibo II y José Agustín (con 250 mil ejemplares de la Tragicomedia… vendidos en 15 años) lo hacen en tanto sus libros se estén reeditando y nos den margen para apostar por jóvenes como García, Xoconostle y Servín.
Digo a Ramírez que encontré en la recepción a un tipo muy nervioso, en sus postreros veintes, casi abrazado a un engargolado de color negro. Su tema era el primer samurai en la historia de México, su género la novela de aventuras y ésta su primera empresa literaria. Después me contaron que a la editorial llegan a diario tres o cuatro escritores noveles.

¿Qué tan aplicados son ustedes para hacer estos dictámenes? Todos sabemos que conecte mata mediocridad…
Conectes o no, en Planeta se lee todo lo que llega. Aún no encuentro esa joya que espera todo editor. Por desgracia el romanticismo mexicano que nos impide ver como negocio a la industria editorial nos hace pensar que con que tengas una historia interesante ya está. A veces sólo es cuestión de experiencia. En diez años ese escritor podría publicar una buena novela.

IV. El país de las no cifras
Roland Barthes pensaba que la lectura, necesariamente y por placer, tendría que conducir a la escritura. Sostenía también que algo falla que nos limitamos a recibir estímulos librescos, radiofónicos, televisivos y, agreguemos, electrónicos. Calificaba la lectura, amparado en un pasaje de En busca del tiempo perdido donde el protagonista se refugia en el excusado para leer, como un acto de intimidad teñido de connotaciones freudianas relacionadas con la fase anal. Es decir, proponía que en lugar de vivir procesos retentivos de la imaginación debemos devolver eso que sólo la lectura otorga a un ser humano. «Eso sería civilización», dijo. Y Juan José Arreola repetía siempre que la cultura es una actitud ante la vida. A mi memoria acuden un montón de frases célebres mientras recuerdo a Jesús Anaya blandiendo un diario con este titular: «Atacará Feria del Zócalo el mito de que no se lee». Entre divertido y desesperado pregunta: «¿Sabes qué van a hacer? Pues 600 actos que distraen, como presentar un libro académico sobre la agricultura y las vacas. Ya se llenó de actividades peor que Minería. Es una falta de respeto. ¿Cómo saber qué se lee en México? No ha habido una verdadera encuesta nacional y por tanto no se conoce cuáles libros se leen, cómo se leen, con qué frecuencia. La Caniem lleva años tratando de obtener una encuesta sobre lo que se produce y resulta que no se tiene la posibilidad de fijar una serie histórica porque los resultados nunca son equivalentes. Si acaso lo podría saber el sector privado. Aquí en Planeta yo lo sé, pero el gobierno, uno de los principales editores a través de estados y municipios, no tiene ninguna estadística, seguramente porque los libros están en las bodegas. Las secretarías producen muchísimo y después de la SEP y sus textos obligatorios, el INEGI es el principal editor gubernamental. ¡Pues tampoco hay números sobre eso! Las publicaciones universitarias son miles, pero una cosa es que se publique y otra que se distribuya y se piense que cada libro tiene un público real. Ahí está el primer problema. ¿Cómo tener un mapa? Antes de estar en la Cámara escribía sobre estos temas de manera independiente. También organicé la maestría de edición en la Universidad de Guadalajara y llevo tres años en el diplomado coordinado por la UNAM y la Caniem. Todos mis alumnos te pueden decir cuál es mi obsesión. Ya tengo aquí ocho años y yo sí trato de abrir los ojos a todos, decir que el rey está desnudo. Es un terreno muy espinoso porque no hay información. Cada editorial tiene sus datos celosamente guardados».

«¿Por qué tanto secreto?», pregunto pensando en nuestra reserva tan española, tan mexicana y tan irritante. «Después de todas estas aproximaciones a la información creo que en los otros sectores debe haber el mismo problema. Pero somos muy audaces porque sí publicamos las estadísticas de producción y venta del narcotráfico. ¿Cómo le hacen para calcular? ¿Entrevistan a los narcos y preguntan cuánto produjo usted este año en Chihuahua y cuánto vendió en EU? Es ridículo, pero la ONU inventó los indicadores del bienestar. En la UNESCO se les ocurrió hacer algo similar para los libros pero… ¿cómo le haces si no tienes la información? No sólo la prensa presiona obligándote a decir cualquier cosa: los funcionarios repiten las mismas mentiras sin tener ningún fundamento. ¿Cuántas veces se habla de la biblioteca gigantesca mencionando cifras para justificar quién sabe qué? ¿Tú sabes cómo hacen las estadísticas de afluencia de las bibliotecas? Hay un torniquete, pasas, te registras y ya está. ¿Dónde quedan los niños que salen y entran cada diez minutos?».

¿El caos? Sí señor, pero Anaya remata con una afirmación alentadora: «Aún así podemos asegurar que se lee mucho más de lo que creemos. Si no, ¿cómo entiendes que la piratería tenga tanto éxito? Aquí entra el tema de qué debemos leer. ¿Quién es el lindo que va a decirlo? Hay jóvenes que empiezan leyendo un libro de terror y terminan leyendo a Julio Verne y a Lovecraft. Los caminos para llegar a la lectura son infinitos y de ninguna manera podemos ser tan moralistas». «¿Por qué tenemos que ser así?”, inquiero odiando nuestra solemnidad acomplejada de país colonial. “Porque la cultura es intocable. Lo que sí, tenemos muy pocos compradores para lo que necesita la industria. Te lo muestran nuestras deplorables librerías. Hay millones de mexicanos que no consideran que la librería sea algo tan importante como cualquier otro lugar de esparcimiento. El día que logremos librerías verdaderamente encantadoras cambiarán las cosas».

V. Un pirata en cada hijo te dio
La calle de Donceles es nuestro foco pirata por excelencia. Según la Caniem, dos de cada diez libros son pirateados o reprografiados, sin impuestos, pagos de derechos de autor, ni ley en un supuesto Estado de Derecho. Al parecer los editores pirata suelen manejar unos 80 títulos. La silla del águila, por mencionar a Fuentes, estuvo a la venta tres días antes del lanzamiento. Hace un mes los libreros ambulantes de La Ciudadela condenaron acremente la piratería aunque esta reportera se mostró asombrada por sus libros nuevecitos a precio inmejorable. Uno de Eduardo Monteverde sobre la locura costaba, por ejemplo, sólo 50 pesos. Quince días después el volumen se presentó públicamente casi tres veces más caro. ¿Cómo no va a afectar esto a la industria editorial? Para Anaya la piratería es parte del crimen organizado. Planeta ya vio la versión pirata de Los suspirantes, de Jorge Zepeda, pirateada a la semana de haber salido. Sobre este fenómeno, Peralta asegura: «Estos conflictos no están bien tipificados por la ley y la sociedad es consumidora de piratería, toda una contradicción ética». Agustín Jiménez conoció a una mujer apodada justamente La Pirata, que después de reproducir ilegalmente miles de libros para estudiantes de medicina se retiró y compró tres casas. «En realidad es muy fácil piratear», explica Anaya. «Haces robo hormiga en las librerías, coges el negativo directo, con una calidad deficiente claro, y sólo escaneas la portada. Lo vendes a menos de la mitad de precio y qué te importa si faltan capítulos. Ellos hacen lo que el editor no se atrevió». A su lado, Margarita Sologuren agrega muy seria: «¿Sabes que en el caso de Carlos Trejo la piratería vendió casi tanto como Planeta? La lista de piratas que tenemos sí refleja la demanda de la calle».

VI. Mercado esotérico: ¿creación del lector?
Pirata o no, el libro actual se orienta cada vez más hacia los temas esotéricos entreverados con los consejos de superación personal. Hace poco vi en la librería del FCE —que estos días celebró sus cien millones de ejemplares con una reedición de El laberinto de la soledad— una mesa con libros españoles de la «alta esoteria». Había un Evangelio gnóstico de Santo Tomás y otro texto secreto de Carl G. Jung, supuestamente escrito bajo dictado superior y firmado, al uso de la tradición mística, con el nombre de un maestro espiritual. «Piden muchos libros de sabiduría extraterrestre», explica un librero ambulante de La Ciudadela que antes vendía novela histórica y ahora ha cambiado de giro con resultados espectaculares. No hay nada nuevo bajo el sol y menos este boom: ya en 1976 Mircea Eliade sostenía que ni siquiera él, historiador de las religiones, podía explicar la creciente demanda de obras de este tipo. De acuerdo con Héctor Pons, gerente de relaciones públicas de El Sótano, a México todo llega tarde y es una realidad que las ventas de la esoteria editorial se dispararon recientemente.

El propio Peralta, autor de El poeta en su tierra y Premio Testimonio Chihuahua 2005, precisa: «Nunca hemos llegado al 2% de lectores en México, de entre cien millones de mexicanos. La literatura no pasa por buen momento aunque nunca ha tenido buenos tiempos en ninguna parte y los medios también promueven lo que más vende, en detrimento de los libros literarios. En estas circunstancias se ha creado una industria a la que el mercado pide otra cosa: libros coyunturales, de autoayuda, novelas históricas, textos esotéricos, biografías. No son invenciones, son exigencias del mercado creado por lectores. Los hábitos de lectura no son responsabilidad de la industria. Ese ejercicio le compete al Estado y a la educación que tenemos en México. Como es sabido, el presidente Fox regaló a todos los miembros de su gabinete una edición especial a todo lujo, con hilos de oro, de ¿Quién se ha llevado mi queso? ¡Es un libro de autoayuda! Eso te da la dimensión de nuestro actual gobierno en materia educativa”.

Lo cierto es que en todos lados hay títulos dudosos. ¿Cómo puede orientarse un joven en formación ante una oferta tan heterogénea? ¿Quién le explica que es mejor leer a Marco Aurelio y a Séneca que a Coelho o a Osho?

En El Péndulo de la Condesa ya está el Libro de los milagros vendiéndose como pan caliente. También ocurre al revés: eminencias como William James son publicadas en ediciones baratas que Sanborn’s ubica en su sección esotérica por analizar la experiencia religiosa. Se rumora que Carlos Slim ya compró la Librería Gandhi, un lugar donde autores como Canetti y Sontag, cuyas ventas nunca pasan de dos mil anuales, quedan sepultados bajo la abundante oferta de texto escolar, libro semiserio de autoayuda, textos extrañamente híbridos como la autobiografía-ensayo de la filósofa Paulina López Portillo o historias familiares como la de Kitzia Nin Poniatowska.

¿Se están mezclando los antaño géneros serios con lo más superficial y mercadotécnico? Peralta piensa que sí. Dice que depende mucho de los dueños de librerías y de la calidad que buscan. «Los vendedores no han recibido un mínimo curso de organización de libros, los cual, dígase lo que se diga, lleva a vender menos. Lo que se contrajo es la producción del libro, no la expansión de distribuidores. Los libreros son, al igual que en la industria del cine, los que pueden llevar la mejor tajada. Eso todavía no alcanzan a dimensionarlo los medios de comunicación».

Por otro lado, la gente está leyendo libros coyunturales o de análisis político. Por ejemplo, La familia presidencial, cuyas ventas alcanzaron más de 100 mil ejemplares entre enero y octubre pasados junto con Crónicas malditas de Olga Wornat. O La conspiración de la fortuna de Héctor Aguilar Camín, que va en 50 mil. Pero van al parejo con lo que Pons define como «el esoterismo que en los últimos cinco años ha crecido enormemente en sus variantes new age sobre reencarnación, numerología, orientalismo —que pegó en Europa en los 60 y ahora apenas viene llegando a México— junto con los temas que se ponen de moda para morir rápido como los ‘niños índigo y cristal’ con supuestas facultades parasicológicas que harán evolucionar a la humanidad». Osho, el Dalai Lama y Paulo Coehlo son los best-sellers indiscutibles, informa Pons, con diez años de experiencia en la venta de libros, y agrega: «El mercado de niños está impresionante. Hace siete años teníamos un rincón con dos o tres cositas. Ahora existe la librería El Sótano Sólo para Niños con 10 mil títulos». ¿Y la literatura femenina y los estudios de género que reflejan una sociedad cambiante? Tiene su nicho, si bien muy discreto. ¿Tanto esoterismo indica que andamos súper mal? «Sí —responde Pons—, aunque es positivo que exista la inquietud de mejorar». Otro nicho, explica, es el de los títulos dirigidos a un mercado que no lee, tipo el El abc de la música clásica y Todo lo que hay que saber, ambos de Taurus, muy bien vendidos en su momento y un indicador de que la gente «también compra libros para tener buenos temas en las reuniones sociales», comentario con el que Navalón no está de acuerdo: «Mientras más avanza el concepto de globalización más me preocupa encontrar los elementos que den los rasgos de personalidad de nuestros pueblos, el acervo de saber».

Hace poco el escritor Julio Villanueva Chang, director de Etiqueta negra, revista peruana de crónica literaria con un éxito inusitado, dijo a un diario español que su objetivo «es hacer leer a la gente a la que no le gusta leer [pues] uno de los grandes problemas actuales es la sobreoferta de lectura, lo que hace que el público se paralice y al final no escoja nada ni lea nada». En este tren de pensamientos citemos a Alberto Ruy Sánchez, director de Artes de México, una revista de alta divulgación con un público diverso. «Nuestro sistema se basa en no depender de best-sellers: si unos títulos se venden más al principio luego los alcanzan los demás. Nuestra editorial subsiste porque sí existe un grupo numeroso de gente interesada en contenidos de calidad. De los primeros treinta títulos de Artes de México ha habido un tiraje promedio de treinta y cinco mil ejemplares en varias tiradas. Lectores de varias clases sociales, distintas ciudades y diferentes medios culturales que se convierten en un mercado asiduo, listo para responder cuando se hace un esfuerzo mayúsculo por obtener alto nivel».

VII. Los cien mil ejemplares de Playboy

¿Es mal lector el mexicano?— pregunto a Mónica Maristáin, directora de Playboy México, que agota cada mes un tiraje de cien mil ejemplares, con un 16% de mujeres compradoras.
Tampoco se lee tan poco. En el metro siempre ves un libro o una revista en manos de los usuarios. Las editoriales no se quieren hacer cargo pero México es el lugar donde más caro está el libro. Hace poco surtí una receta del traumatólogo, una pomada y un analgésico. Fueron 350 pesos, lo cual explica que muchos enfermos no se atiendan. El último libro de Amis cuesta 700 pesos. Por mucho menos me compro el Playboy, una revista cuyo concepto incluye la belleza femenina y un estilo de vida para hombres que saben quién es Ian McEwan y compran su ejemplar también por la última receta de martini o por las secciones de cine y de música. En México hay excelentes revistas que son un refugio de lectura: Gatopardo, Amor chilango, El huevo. En cambio los periódicos han renunciado a su labor educativa y a sus lectores.

¿Fomenta la lectura la combinación de señoritas desnudas y artículos cultos?
¡No! Ése es otro mito —ríe Maristáin, periodista argentina radicada en México.

VIII. Haciendo méritos académicos
«No hay lugar para colocar tantos libros», reitera Nudelman. ¿Los demasiados libros causantes de daños según el poeta árabe? El coordinador editorial de una importante institución pública, quien prefirió mantener el anonimato, dijo a confabulario: «Gran parte de lo publicado por las instituciones académicas obedece a la necesidad de juntar puntos para el Sistema Nacional de Investigadores y otros organismos afines, de lo cual depende una parte significativa de los sueldos de todos». El lector tiene seguramente su propia idea sobre el analfabetismo funcional.

¿Quién que lea suplementos no ha pertenecido en algún momento al grupo de los universitarios más interesados en escribir sus propios libros que en leer, como ha dicho Zaid?

¿Las escasísimas librerías? Nudelman dice que no llegan a 400 en todo México. ¿Los numerosos analfabetas? No hace mucho el delegado michoacano del Instituto Nacional de Educación para los Adultos, INEA, informó que 2, 416 educandos concluyeron su alfabetización. Y estamos hablando de un solo estado de la República. ¿El alto costo del libro? Justo nuestro único auténtico best-seller internacional mexicano, Paco Ignacio Taibo II, con traducciones a todos los idiomas y 2 millones 200 mil ejemplares vendidos en México y fuera de él, declaró que el mexicano compra libros por costo, algo fácilmente comprobable en la Librería Umbral, donde se puede encontrar lo mejor y lo peor a precios muy bajos, y el público adquiere novelas del boom latinoamericano en 29 pesos o «long-best-sellers de autoayuda»—en su momento publicados por editores exigentes como André Schiffrin— como Cuando el amor es odio, libro de Susan Forward sobre la misoginia que no ha dejado de venderse desde los 80. Al respecto Ruy Sánchez advierte: «Aumentar 15 por ciento de IVA puede hacer que una editorial de alta calidad cierre al desplomarse el 50 % de los lectores espontáneos».

IX. Entre la magnitud estadística y la intimidad lectora
Lo dice muy bien Jean-Francois Borrel —presidente de la Sociedad de Literatura Española del siglo XIX— cuando, al final de una conferencia sobre la impronta del lector decimonónico en los libros, intenta responderme qué lee el hombre contemporáneo: «Es difícil sistematizar, hay que cruzar las típicas encuestas y luego, en una perspectiva más antropológica, conversar con lectores para darse cuenta de cuáles son sus aspiraciones y cómo interpretan los textos. Es un juego un poco dialéctico entre la magnitud estadística y lo muy personal, muy íntimo que es el acto de lectura». Borrel ha deleitado —es la palabra justa— a un pequeño auditorio con las huellas de lectura manuscritas en los márgenes de los libros antiguos procedentes de diversos poblados españoles. «Yo desde luego sólo le puedo contestar según mis observaciones. Por ejemplo, el espacio de la lectura actual es abierto. Leer fuera, en el Metro, no era en el siglo XIX una práctica corriente. Que los niños lean por su cuenta es un verdadero logro y en Francia, por ejemplo, tenemos dispositivos de lectura-placer dentro del mismo marco escolar. Mi esposa va cada semana a leer libros a cuatro o cinco niños pequeños. Ellos escogen el título y ella lee abriendo el libro ante su vista para que puedan captar el sentido, ver las imágenes y luego discutir, afirmar sus preferencias. Lo que quieren, ¿sabe usted?, son libros de amor», cuenta el catedrático, bajando la voz sensiblemente. ¿Lo que hace falta es promover leyes que contribuyan al fomento de la lectura, como la que arrojó excelentes resultados en Francia y se ha convertido en un referente fundamental?

Precisamente durante la visita al Instituto Mora he encontrado en la biblioteca a un estudioso que insiste en la importancia de la lectura en voz alta para la creación de lectores. En el siglo XIX ésta era una práctica común en las salas de las casas, en las tertulias de las célebres librerías del centro, en los cafés… ¿Justo lo que buscaban los casi moribundos Libro Clubs nacidos durante la gubernatura defeña de Cuautémoc Cárdenas?

X. El Estado, el peor obstáculo para la lectura
¿Cuáles son los verdaderos obstáculos para crear un país de lectores? ¿Las librerías? ¿La educación y las bibliotecas? ¿El libro pirata? ¿Las políticas fiscales? Pablo Moya, director de la editorial independiente El Milagro señala al Estado como el problema principal con sus políticas culturales y educativas. «La ley fiscal per se es ya motivo suficiente para complicar y desalentar la edición de libros en México. Inventar membretes pasajeros como ‘hacia un país de lectores’, ‘la cultura en tus manos’ o ‘México a escena’ sólo maquilla u oculta su fracaso. Empezamos a editar cuando la situación era ya difícil y en estos 14 años sólo hemos visto cómo las cosas van empeorando año con año». ¿Un mercado editorial deprimido? Desde la cárcel, a donde fue a dar luego de un operativo brutal por un incumplimiento de contrato, Fernando Valdés, director de Plaza y Valdés, hace números: «En los 60 y 70 había más de 1,300 editoriales, en la actualidad hay menos de 400. Teníamos más de cien librerías en el DF y ahora hay menos de 70 y un 60 por ciento son de viejo. Paseo de la Reforma tenía ocho librerías y ninguna ahora. Libreros como Polo Duarte, Raúl Guzmán, Félix Moreno Canalejas, Librería Capital y Manuel Antonio Navarrete, Manuel López Gallo, Mauricio Achar, se están yendo aunque todavía encontramos por ahí tres o cuatro librerías en extinción donde ahora podemos reunirnos los que añoramos las tertulias de Polo Duarte en Avenida Hidalgo».

XI. La guillotina en clave morse
Unos días antes de poner punto final a este reportaje me topo con el escritor Federico Campbell, quien informa: «Alfaguara me guillotinó mil 700 ejemplares de Clave morse, mi novela publicada en 2000. Desconozco los datos legales que condicionan esta venta de libros por kilo para reciclaje del papel, quizá las editoriales estén evitando impuestos o liberando bodegas, pero estoy sin editor. Me dieron 20 ejemplares de la primera edición, que yo creía agotada, y me devolvieron mis derechos de autor. ¿Será que tiran más ejemplares de los que confiesan?». Lo miro y no sé qué decir. Los demasiados datos sobre la lectura en México ya me tienen confundida. Desde agosto pasado el editor Fernando Valdés está en prisión y es tratado como ninguno de nuestros corruptos políticos. Para José María Espinasa, director de Ediciones Sin Nombre, este hecho estuvo precedido por diversos síntomas de descomposición no sólo social, sino en la relación del Estado con la lectura.
En el mundo de los demasiados libros no se viven tiempos propicios. Por ello vale la pena cerrar este texto con una reflexión de una sociedad pediátrica que desarrolla en Buenos Aires, otrora exquisito centro editorial de América Latina, un programa de lectura: «Los pediatras sabemos que el ser humano constituye su subjetividad a partir de lo simbólico y es el único ser capaz de crear cultura porque un universo de significados define su humanidad. En estos tiempos la revalorización de lo esencial cobra especial sentido. Leerle desde muy temprana edad y en voz alta a un niño es una de las acciones de mayor importancia, una contribución para disminuir la inequidad. La medicina conoce el rol del analfabetismo en la enfermedad y sabe que la nutrición integral incluye el afecto y la cultura».

Magalí Tercero. Periodista. Coautora de Los mejores ensayos mexicanos
y Premio Nacional de Crónica Urbana UACM 2005.