ANTONIO LACERDA / EFE
BERNARDO GUTIÉRREZ
B arcelona, España. 21/12/2005. (LA VANGUARDIA) Una Nélida calla. La otra Nélida habla riendo, cabalgando sobre las palabras.
La primera tiene una tranquilidad verde sobre la cabeza, atuendo clásico, las manos juntadas en pinceladas sutiles. La segunda viste con una informalidad elegante. La Nélida del cuadro trasmite una paz indestructible. La Nélida que estalla en carcajadas y sirve café emana una vitalidad abrumadora. Las dos se complementan con una naturalidad pasmosa. Estamos en Río de Janeiro, en el barrio chic de la Lagoa, en la casa de Nélida Piñón. La tarde se desmorona tras el cristal, entre tonos ocres y nubes. La conversación fluye sin ningún atisbo de formalismo. La escritora exhibe una espontaneidad carioca, un tropicalísimo despliegue gestual. Nélida comienza preguntando, desordenando la charla con simpatía, haciéndonos olvidar que estamos frente a la Príncipe de Asturias de las Letras 2005. "¿Cómo puede existir un lugar tan próspero, rico y culto como Catalunya?", se autopregunta Nélida, rememorando en alto los días que pasa en una casa de Carmen Balcells (su agente y amiga íntima), en los Pirineos. De golpe, medita sobre la cultura de Europa. "Tengo una admiración por las culturas milenarias. Pero yo creo que un europeo no se para a pensar lo que es. ¿Qué es España, por ejemplo? Tantos pueblos, tanta mezcla. Os parece evidente, por eso nadie se lo pregunta. En las Américas existe una incredulidad existencial, aún nos estamos construyendo", asegura con tono nostálgico. Y por inercia, sin proponérselo, llega al punto clave de su vida y obra: el doble sentido de pertenencia, sus dos patrias, Galicia y Brasil. La Nélida del cuadro nos mira como queriendo hablar: "Mi mirada es doble. De niña yo ya me daba cuenta de mi diferencia, tenía una doble cultura en mi imaginación".
Neobrasileña Nélida (Río de Janeiro, 1937) nació en el seno de una familia de inmigrantes gallegos. Sus ancestros salieron de la pequeña aldea de Cotobade (Pontevedra) cargados de sueños. "Expulsados por la miseria, con la mano en el corazón, sin pasaporte moral", como matiza Nélida. Su familia prosperó en las Américas. Y Nélida creció en libertad, devorando libros. Sus padres abrieron dos cuentas para ella. Una en una floristería para que regalase flores a quien quisiese. Otra, en una librería: barra libre de literatura. "Por eso leí de todo", asegura Nélida, "entre las sábanas, en el cuarto de baño". Y ahí, nos insinúa la Nélida del óleo con su silencio sabio, nacía una de las obras más heterogéneas, ricas e inclasificables de América Latina.
Después, Nélida se formó como periodista en la Universidad Católica de Río de Janeiro. Sus primeras crónicas fueron todo un laboratorio que anticipaba obras como Guía mapa de Gabriel Arcanjo (1961), una innovadora primera novela en la que el protagonista dialoga con su ángel de la guarda, o Fundador (1969), donde los personajes históricos conviven con los ficticios. Y aquí es donde la Nélida carcajeante nos confiesa su gran debilidad y/ o inspiración: "Soy una apasionada de los siglos. Me encanta viajar a través de la historia. Pienso que somos la suma de todo un saber institucionalizado y de un saber intuitivo. Tenemos un conocimiento que desconocemos que tenemos".
Su vastísima obra -como su charlatorbellino- se desarrolló en el experimentalismo. Tebas de mi corazón (1974) marca un vital punto de inflexión. En esta novela nace una ciudad imaginaria, Santíssimo, metáfora cruda de un interior de Brasil flagelado por el analfabetismo y por las elites del poder. Mucho después, en La dulce canción de Caetana (1987), Nélida Piñón se sumergió de nuevo en un lugar imaginario, Trindade. ¿Tuvo algo que ver la conexión Macondo-Santa María-Comala? ¿El imperante realismo mágico o fantástico de la época? "Supongo. Las ciudades imaginarias a mí me sirven para concentrar la micropasión y la macropasión de la humanidad", asegura la escritora. Sin embargo, lo realmente innovador de Tebas de mi corazón, considerada por la crítica como una de sus mejores obras, no es Santíssimo, sino Assunção, una ciudad desdibujada, ubicada fuera, lejos, como sueño roto o espejismo. "Es una metáfora de aquello con lo que soñamos, de lo que nunca llega, de los que nunca llegan al ideal", matiza una Nélida con sonrisa infantil.
La república de los sueños La Nélida de la pared, verdidormitante, nos mira como diciéndonos que perdonemos a la otra, la de la charla atolondrada. Desde su calma de óleo triste, nos susurra todo lo que Nélida es, todo de lo que podría presumir. La primera mujer en ganar el premio Juan Rulfo, en 1995. La primera dama investida doctora Honoris Causa por la Universidad de Santiago de Compostela. La primera, siempre la primera, fémina del mundo que presidió una academia nacional de las letras. En 1996, en la ausencia de Antonio Houaiss, Nélida Piñón presidió la Academia Brasileña de las Letras durante unos meses. El etcétera de premios y reconocimientos nos haría perder demasiados párrafos. Además, ella le quita importancia. Bromea sin parar, como niña incorregible: "Yo no soy nada. Pero me enorgullezco de formar parte de una academia fundada por un mulato, Machado de Assis, autodidacta y pobre".
Nélida no habla de las clases de literatura que impartió en Columbia, la Sorbona o la Complutense de Madrid, entre otras universidades. Nos confiesa, eso sí, que el pasar mucho tiempo fuera forjó su carácter vital/ literario: "Cuando llegué a EE.UU., al final de los setenta, en el metro me ponía al lado de los negros y de los hispanos, para protegerme. Es como si conociese su corazón por el hecho de ser hija de la inmigración. Por eso fui fanática del Black Power". Y quizá en ese corazón mestizo, dual o duplicado resida la clave de toda la obra de Nélida Piñón. "Yo he trabajado mucho en mis libros la idea de que no existe limpieza de sangre. Sería horrible. La suciedad de sangre es una maravilla. Yo soy griega, romana, árabe, africana, celta", asegura tajante.
Su discurso de entrada en la Academia Brasileña de las Letras de 1989, titulado Soy brasileña reciente, fue toda una declaración de principios. "Traigo en la imaginación vestigios de un viaje que no hice y el gusto de la sal inherente a la travesía atlántica. Traigo conmigo las hesitaciones típicas de quien penetra en un país por primera vez". Nélida es brasileña reciente pero siente Brasil "como su mayor fuente de inspiración". Brasil como musa. Como crisol. Como síntesis. Cómo metáfora de la mezcla. Como esperanza. Como piedra de toque de su gran teoría literaria del mestizaje. Su brasilidade (intraducible palabra portuguesa) y su galleguismo se cristalizaron en su obra maestra, en la auténtica Biblia Piñón, La república de los sueños (publicada por Alfaguara en castellano). "Pensé, ¿quién me podría prestar una visión de las Américas que yo pudiese utilizar de una forma espléndida y profunda? El inmigrante", asegura una Nélida entusiasta. En La república de los sueños se mezclan definitivamente vida y obra, imaginación y pasado. En la vida, su padre Lino construye su sueño brasileño fabricando neveras. En el libro, Madruga y Venancio modelan sus anhelos en un Brasil adolescente, en un mundo por construir.
De Río de Janeiro a Bagdag Quizá por su pasión por los siglos -nos insinúa la Nélida del retrato- la última Príncipe de Asturias de las Letras recrea en Bagdag, en el siglo X, su última novela, Voces del desierto. En esta dulce novela que acaba de ganar el premio Jabuti (muy prestigioso en Brasil) el lector saborea una osadía al alcance de pocas plumas: el lado oculto de Las mil y una noches. Nélida recrea la vida de aquella Sherezade que desafió a la crueldad del califa con la seducción de la fabulación. "Exploro el refinado patrimonio humano de la imaginación a través del arte de narrar. Doy importancia al carácter civilizador de cualquier narrativa nacida de la fabulación", asegura una Nélida Sherezade, que conversa con seducción milenaria. Como aquella ciudad imaginaria de Assunção que se quedaba fuera, en Voces del desierto las historias que cuenta la protagonista, las que ya conocemos, se quedan fuera. Apenas vemos, según la propia autora, los sentimientos de la protagonista, "como suenan los latidos de su corazón". La autora proyecta, de algún modo, su empuje femenino o casifeminista, al dibujar a una Sherezade con valentía "que defiende el feudo de los miserables, de los mendicantes". Y claro -ahora es la Nélida del cuadro, vemos cómo mueve los labios- "gracias a sus relatos, las voces del desierto buscan una nueva ruta pavimentada de sueños y de metáforas revolucionarias".
Nos despedimos de las dos Nélidas. Confundimos sus miradas cruzadas, la realidad y la fabulación, el anticipo de morriña de la despedida con la saudade de bossa nova que cuelga de la mirada de Nélida, esa tristeza alegre que explota definitivamente en una risa limpia y natural que continuaremos oyendo más allá del punto y final.