El autor
M éxico, 11 de Diciembre 2006. (Héctor de Mauleón/ El Universal).-Martín Solares (Tampico, 1970) andaba cazando una novela. Durante siete años armó y rompió manuscritos. Espejos de la realidad que se volvían espejismos, y más tarde laberintos de los que no podía encontrar la salida. Un día se le atravesaron los sueños.Una noche soñó que un policía caminaba por una plaza en una ciudad brumosa, seguido por un muerto.
"La imagen fue tan fuerte que me convenció de hacer a un lado todo lo que durante años había escrito. Me dediqué a seguir a esos personajes. Así nació una ciudad, una comisaría, un grupo de policías corruptos en medio del contrabando y el narcotráfico, y un policía razonablemente honesto, no totalmente, porque de otro modo no sería verosímil en México", explica.
Solares, que estudia un doctorado, trabaja en una editorial e imparte clases en París: se sentaba frente a la máquina todos los días, de cinco a ocho de la mañana. En esa frontera entre el sueño y la realidad escribió Los minutos negros, novela sobre un asesino de niñas en el Golfo de México: un relato que Jorge Volpi consideró "desopilante y muy negro". Un espejo tenebroso sobre la corrupción, en una ciudad (y un país) donde la vida puede contarse en minutos negros.
-¿Cómo enfrentar el peso de la tradición que es la novela negra sin imitar?
-Stendhal dijo que la novela funciona como un espejo de la sociedad y que su reflejo debe ser suficientemente complejo como para reflejar el azul del cielo y la parte más oscura de las ciudades. Los autores de novela negra que me interesan, Rubem Fonseca o Rodrigo Rey Rosa, han roto ese espejo. Lo trituran, muelen, disuelven y se lo comen. Es el único camino para escapar de las malas imitaciones. La novela policial debe ser un bisturí que abre un cuerpo enfermo. Por fuera puede estar bien, pero por dentro hay podredumbre y enfermedad. Intenté que en cada línea hubiera un dato, y en cada párrafo una idea.
-En Nuevas líneas de investigación te habías acercado a la violencia.
-Sí, pero ni la corrupción ni la impunidad son para mí importantes como tema. No forman parte de una obsesión. Sin embargo, tenía ahí a los personajes y debía ser congruente con ellos.
-¿Por qué una ciudad imaginaria?
-Viví en Tampico hasta los 17 años. Mi casa terminaba en una barranca que me intrigaba, pero nunca me dejaban ir ahí. Simplemente creé una ciudad que colindara con la selva para poder meterme ahí cuantas veces quisiera. Quería que el lector tuviera la impresión de haberse metido en una selva contra su voluntad, y también reflejar la vida en ciudades de Tamaulipas, un estado más o menos olvidado por nuestras letras.
-Los muertos que siguen a los vivos son también una tradición literaria...
-Viene de griegos. Está en La Ilíada. Ahí los dioses y los muertos aconsejan a los personajes, y a veces mal. En mi novela, el personaje entra a trabajar por necesidad, y por invitación de un tío, a la policía; pero al poco tiempo el tío muere, y a cada paso de la investigación él se preguntar qué habría hecho su tío.
-¿Qué son los "minutos negros"?
-Una noche viajé de Tamaulipas a Guadalajara en un autobús de segunda. A mitad del camino soñé que una persona en el asiento de atrás me decía: "¿Verdad que en la vida de todo hombre hay cinco minutos negros?". Yo ya había pasado por los míos, pero no supe qué significaba ese sueño. Luego vino el otro sueño. Toda esa oscuridad que hay detrás de la luz prístina del Golfo permeó la novela. Me costó trabajo, porque escribir una novela es crear un laberinto. Tienes que conocer todos los rincones del laberinto para poder salir, y a veces los muertos te mal aconsejan.
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