.
El poeta (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de marzo de 2009. (RanchoNEWS).- Las cartas inéditas del poeta, casi unas memorias, descubren su faceta más íntima. Rimbaud, más allá de su leyenda. Una nota de Elsa Fernández-Santos para El País:
Para Albert Camus era «el más grande de todos», y Patti Smith lo consideraba «el primer poeta punk». A Arthur Rimbaud (1854- 1891) le bastó un libro, Una temporada en el infierno, para convertirse en mito. Tenía 18 años y poco después decidió que la literatura había muerto para él. Quería vivir todas las vidas. Y, aunque murió a los 37 años de un cáncer de huesos, casi lo consiguió. Prometo ser bueno: cartas completas (Barril & Barral) reúne la correspondencia completa del poeta. Misivas autobiográficas que revelan los miedos y anhelos en la desesperada voz de un hombre condenado a errar, que viajó incansablemente, fue profesor, mendigo, explorador, comerciante, traficante de armas y hasta miembro de un circo. La desamparada huida de un poeta cuyas consignas visionarias –«Yo es otro», «Hay que ser absolutamente moderno», «La verdadera vida está ausente»– le convirtieron en el gran mito de la rebeldía adolescente. Lejos de esa imagen, su correspondencia, inédita hasta ahora en España, descubre a otro Rimbaud. Más íntimo y alejado de la leyenda.
Inquieto, irascible e insensato, también añoró sentar la cabeza. En 1883 confiesa a los suyos el deseo de tener una familia: «Isabelle [su hermana] se equivoca con su decisión de no casarse si alguien serio y experimentado se presenta, alguien con un futuro. La vida es así y la soledad es mala cosa. Yo echo de menos el estar casado y tener una familia. Pero estoy condenado a errar [...] ¿De qué sirven estas idas y venidas, estas fatigas, estas aventuras junto a razas extranjeras, estas lenguas con las que uno se llena la memoria y estas penas sin nombre si no puedo, pasados algunos años, descansar en un lugar que me guste, encontrar una familia y tener un hijo con el que pasar el resto de mi vida, educándolo como quiera, crear y armar la instrucción más completa que alguien pueda esperar, y que lo vea convertirse en un ingeniero prestigioso, un hombre rico y poderoso gracias a la ciencia?».
Y en 1889, el poeta muestra un apego familiar impropio del mito: «Mi querida mamá, mi querida hermana: al mismo tiempo que me excuso por no escribiros más a menudo, aprovecho para desearos un feliz año 1890, una buena salud. Sigo muy ocupado y me comporto lo mejor que soy capaz mientras me aburro mucho, mucho. Recibo también pocas noticias vuestras. Sed más prolijas y no dudéis que soy vuestro servidor».
Atrás quedan la rabia y el entusiasmo de sus cartas a Paul Verlaine, amante, que cansado de su joven y embarazada mujer huye con él y le llama «el hombre de las suelas de viento». La relación de Verlaine y Rimbaud no tardó en convertirse, tal y como la definió el propio poeta, en las de «un marido infernal y una virgen loca». En julio de 1873 escribe: «Vuelve, vuelve, querido amigo, amigo único, vuelve. Prometo ser bueno. Si me he mostrado desagradable contigo, fue tan sólo una broma; me ofusqué, me arrepiento de ello más de lo que eres capaz de imaginar. Vuelve, todo se habrá olvidado totalmente. ¡Qué desgracia que te hayas tomado en serio esta broma! No paro de llorar desde hace dos días. Vuelve. Sé valiente, querido amigo. Nada está perdido todavía. [...] No me irás a olvidar, ¿verdad? No, no puedes olvidarme, yo te llevo siempre conmigo».
Además de las cartas, Prometo ser bueno (que el lunes se presenta en Madrid en una jornada en el Centro Cultural Moncloa que incluye un recital de poesía, un concierto, una mesa redonda y la proyección de un documental) reúne el Dossier de Bruselas con las declaraciones e interrogatorios sobre el disparo a Paul Verlaine, las cartas de su hermana Isabelle a su madre y un artículo, de cuya autoría no se tenía constancia hasta 2008, publicado con el seudónimo de Jean Baudry en una revista en 1870.
La vida dejó su huella en el poeta de los ojos azules («Me porto bien, pero el pelo se me encanece por minutos. Hace tanto tiempo que esto sucede que temo que mi cabeza parezca ahora a la de una borla de maquillaje. Resulta desoladora semejante traición del cuero cabelludo, pero ¿qué hago?»). Hasta que en 1891, meses antes de que le amputen la pierna carcomida por el cáncer de huesos que le matará, pide a su madre que le envíe unas medias para aliviarle. «Me encuentro mal. Tengo en la pierna derecha varices que me hacen sufrir mucho. [...] Hazme este favor: cómprame un remedio para las varices, para una pierna larga y enjuta. [...] La mala alimentación, los alojamientos malsanos, las ropas demasiado ligeras, los problemas de todo tipo, el aburrimiento, la rabia permanente en medio de negros tan imbéciles como canallas; todo esto ataca profundamente la moral y la salud en muy poco tiempo. Uno envejece muy rápidamente aquí, como en todo el Sudán».
Ya con la pierna amputada, en un hospital de Marsella, incapaz de dormir y descansar por los dolores, le escribe a su hermana Isabelle: «Mi querida hermana: No me has escrito. ¿Qué ha pasado? Tu carta me asustó, me gustaría tener noticias tuyas. Espero que no sean nuevos problemas, ¡ya tenemos bastantes! No dejo de llorar día y noche, soy un hombre muerto, lisiado de por vida. [...] No sé qué hacer. Todo esto me ha vuelto loco: no consigo dormir ni un solo minuto. En fin, nuestra vida es miserable, una miseria eterna. ¿Para qué vivimos? Enviadme noticias».
REGRESAR A LA REVISTA