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Roil supo reflejar la desolación y la melancolía de las grandes extensiones patagónicas. (Foto: Archivo) .
C iudad Juárez, Chihuahua. 16 de marzo de 2009. (RacnhoNEWS).- La exposición que propone la Alianza Francesa incluye más de 50 imágenes tomadas por el fotógrafo alemán a partir de los años ’30 en el sur argentino. Las fotos cobraron notoriedad cuando el embajador francés, Frédéric Baleine Du Laurens, quedó impactado por su belleza. Una nota de Facundo García para Página/12:
El acto de recorrer un mapa suele incluir ritos que cada uno guarda para sí. Entre los típicos se cuentan rastrear los puntos inhóspitos, el pueblo más austral o el que se encuentra más al norte. La sola mención de esos rincones despierta ensueños, y el sur argentino –con su largo linaje de aventureros que fueron a buscar ahí lo que les prometía la mente– es la mejor prueba de ello. El rescate que propone la Alianza Francesa (Córdoba 946) a través de la muestra fotográfica Walter Roil, cronista de la Patagonia se enmarca en esa tradición excéntrica. Son cincuenta y tres imágenes seleccionadas de entre las siete mil que se conservan en el estudio de los descendientes del artista. Medio centenar de recuerdos, que cumplen con el infrecuente mérito de haber registrado la belleza que pueden tener el viento y la soledad.
El don de captar esos detalles suele ser consecuencia de haber vivido experiencias interesantes. Roil había nacido en 1904 en Friburgo (Alemania), en una familia que desde pequeño estimuló sus intereses estéticos. Tocaba la cítara y el violín y, aunque quería ser guardabosques, la necesidad de un trabajo inmediato lo hizo salir por los pueblos para ofrecerse como auxiliar de fotografía. Pronto empezó a destacarse y así consiguió un empleo que combinaba su amor por la naturaleza con el oficio del que se estaba enamorando. Quedaba lejos, eso sí: llegó a Comodoro Rivadavia –por entonces un caserío minúsculo– el 25 de diciembre de 1926, contratado por un tal Polt.
Para un europeo de hace ocho décadas, pisar esas latitudes era lo mismo que llegar a la luna. No por azar ese coletazo que da el continente ha encendido por siglos los temperamentos más diversos, desde el de Orélie Antoine de Tounens –que se proclamó rey de la Araucania en 1860 para ser luego capturado, declarado demente y encerrado en un manicomio–; hasta el de Günter Pluschow, aquel héroe de la Primera Guerra Mundial que se obsesionó con recorrer en avión la zona hasta que un accidente le aguó la fiesta en Lago Rico (Santa Cruz), a principios de los treinta. En Walter, el frío y el difícil castellano complotaron para que su entusiasmo se evaporara un poco. Encima el descubrimiento de petróleo en el área y la consiguiente abundancia de obreros hacían que no hubiera chicas libres, de modo que entre idas y vueltas el alemán resolvió hacerse un viaje a su país, casarse y retornar al sur acompañado.
A partir de ahí los inviernos impiadosos parecen haberlo molestado menos. En efecto, en 1934, ya con dos hijos, abrió su negocio en Río Gallegos. A medida que se afincaba, posó su mirada en aspectos cotidianos y paisajes; y dos por tres se hacía una escapada a Lago Argentino cargando su cámara. El cuadro era tan imponente que lo invitaba a experimentar sacando varias impresiones y montándolas artesanalmente en largas series panorámicas. Un acierto de esa etapa, Niebla invernal en las calles desiertas, revela su capacidad para capturar el aislamiento, la desolación y una melancolía recia que busca esconderse en esos horizontes amplios, interrumpidos no pocas veces por el contorno de los barcos encallados en las costas del fin del mundo.
Roil se convirtió en un vecino destacado de Gallegos y, mientras la salud lo acompañó –murió en 1989, a los ochenta y cinco–, fue acumulando un testimonio invaluable de las bellezas locales y los cambios en la sociedad que lo rodeaba. Sospechaba que las tomas que hacía salvarían para el futuro una realidad en proceso de desaparición, y gracias a esa intuición fue que no tiró casi ningún negativo. Quizá el norteamericano Edward Curtis hubiera atinado a concretar un rescate similar; aunque a diferencia del «cazador de sombras» yanqui, Roil intentó esquivar la espectacularización forzada y los artificios. Sacó, por ejemplo, un escalofriante retrato de Capipe –«el último cacique tehuelche»– que lo inmortaliza en 1950, ya «occidentalizado», sencillo y con las manos entrecruzadas como quien espera un mandado. Su expresión acusa sin estridencias, desde el orgullo herido a balazos.
Joyas como ésa hacen que recorrer la galería deje la sensación de que sería óptimo ver más. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la puesta en valor de las piezas es reciente. Muchas no estaban numeradas ni tenían nombre, a lo que hay que agregarle la variedad que aportaron sucesivas donaciones de material anónimo o semianónimo que hicieron amigos de la familia. Ahora los vientos son otros: la exhibición cobró notoriedad cuando el embajador de Francia, Frédéric Baleine Du Laurens, quedó impactado por esas obras, estructuradas con un criterio que hoy sorprende por su actualidad. El proceso de curaduría estuvo a cargo de Agnès de Gouvion Saint-Cyr, una verdadera eminencia que en 2007 visitó el local que tienen hoy el hijo y el nieto de Roil en Río Gallegos. El catálogo resultante ya se expuso en el Festival Internacional de Arlés y comenzó su itinerario sudamericano en El Calafate, con auspicio presidencial.
Entre las reproducciones que se montaron en la Alianza, hay varias en las que el autor y los retratados son un enigma. Y eso que ya van tres años de clasificación e investigación. Debe ser que, como sucede con la iconografía del patriarca, su archivo esconde –bajo el telón de la sencillez– un mar de interrogantes.
Walter Roil, cronista de la Patagonia está abierta de lunes a viernes de 9 a 21, y los sábados de 9 a 13. La entrada es libre y gratuita. En los próximos meses estará recorriendo las sedes de la Alianza Francesa en varias provincias.
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