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La silueta del cineasta inglés. (Foto: Archivo)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 29 de abril de 2010. (RanchoNEWS).- Sigue apareciendo en pantalla. Pero murió hace tres décadas. El maestro del suspense, el genio del terror, tenía cameos en todas sus películas. Algo que daba pistas de su ego y de sus complejos. Su aniversario coincide con los 50 años de su obra maestra, Psicosis, escriben M. Otero y A. L-Varela para el ADN de Madrid:
Cuando alguien coge un bolígrafo o un bote de champú y hace el gesto de «quiero-matar-a-ese-tipo», entonará los violines desquiciados y al final hablará de Psicosis. Cuando otro se lleva las manos a los ojos imitando usar unos prismáticos o una cámara y espía a alguien de lejos, acabará la frase con La ventana indiscreta.
Y así con muchas otras obras maestras de Alfred Hitchcock, de cuya muerte se cumplen ahora 30 años –y 50 del estreno de Psicosis–.
El cine del orondo maestro británico exige fidelidad. Sus filmes, como los de Woody Allen o los de Luis Buñuel –del que dijo: «Es el mejor y el más humilde»– se reconocen al cabo de pocos minutos, aunque, dentro de las coordenadas de su mundo, su filmografía funciona a golpe de efecto.
Acumulada en montañas de literatura ensayística, su obra se ha analizado desde los más diversos prismas: actrices rubias, faldas de tubo, impotencia masculina, psicoanálisis, género de terror, etcétera.
Si bien su cine llega al gran público, lo reivindicaron y tomaron como bandera innovadores como los de la Nueva Ola de cine francés de los sesenta.
El hombre que sabía
Profundamente acomplejado por su peso (unos 145 kilos) y por su educación herméticamente católica, Hitchcock concibe su cine como un collage de obsesiones: voyeurismo, sexualidad reprimida y megalomanía.
Ya en su primera etapa británica en los años treinta, de la que existen numerosos packs en DVD, destacó con títulos como 39 escalones y El hombre que sabía demasiado. Pero fue en 1939, cuando lo reclamaron en Hollywood, cuando empezó a definir su voz, entre el género –gótico, de espionaje, de terror– y la autoría. Nada más llegar filmó Rebeca, con el que obtuvo 11 nominaciones al Oscar –no ganó y no lo haría hasta uno de carácter honorífico–.
A partir de entonces, ya no dejaría de innovar: combinar escenas filmadas en estudio de Hollywood con exteriores de la Vieja Europa, el plano secuencia de La soga, los decorados surrealistas de Dalí en Recuerda y los traumas enfermísimos de Vértigo o Marnie la ladrona.
En todas ellas, una actriz rubia tenía todas las de sufrir, dentro y fuera de la pantalla –«No digo que todos los actores sean ganados, sino que deberían ser tratados como ganado»–. Así, y aun casado, encadenó musas como Ingrid Bergman, Grace Kelly, Kim Novak o Tippi Hedren, entre otras. Según él, las elegía porque las rubias eran más misteriosas –su esposa, Alma Reville, era morena–.
Pero es que además, con permiso de La dimensión desconocida, firmó la serie más compleja y elaborada de la televisión.
Cuando murió en 1980 a los 80 años de edad, el genio sádico con cuerpo de bonachón ya había pasado a la historia del cine y al imaginario colectivo. Y lo había hecho con una única premisa por él confesada: «Hay que hacer sufrir al público lo máximo que se pueda».
«Psicosis»
Psicosis cumple 50 años y sigue firme y sin arrugas. La historia de la secretaria que huye de la justicia y se recluye en un motel regentado por un tipo que mira bastante raro mantiene a día de hoy el nervio que escandalizó en 1960. Obra maestra del terror, fue un filme rompedor en muchos aspectos.
Tanto en audacias formales como en la promoción. Para empezar, difícilmente una película que no fuera de Serie B podía tratar la violencia como metáfora erótica de forma tan explícita. Por primera vez salieron tazas de wáter y si el sugerente desnudo de Janet Leigh fue escandaloso aún lo fue más el hecho de que el personaje de una estrella de Hollywood muriera a mitad del metraje. El uso de la música de Bernard Herrman también fue muy audaz (deudor de filmes como 'M, de Fritz Lang) y Hitchcock hizo firmar un papel a todo el equipo para que no revelaran el final. Palabras como travesti se usaron por primera vez y, en plena era del color, se rodó en blanco y negro para que en el patio de butacas no hubiera ataques por la abundancia de sangre –que, por cierto, era chocolate líquido–.