Rancho Las Voces: Literatura / Entrevista a Arturo Pérez-Reverte
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lunes, diciembre 08, 2014

Literatura / Entrevista a Arturo Pérez-Reverte

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El escritor español visitó México para participar en la FIL Guadalajara 2014.  (Foto: Ap)

C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de diciembre  de 2014. (RanchoNEWS).- El jueves pasado, en Guadalajara, Grupo Imagen Multimedia charló con el escritor español Arturo Pérez-Reverte, quien, invitado por la RAE, se dio a la tarea de adaptar la obra cumbre de la literatura en español, El ingenioso hidalgo, Don Quijote de la Mancha para un público juvenil. En la entrevista, el autor de El maestro de esgrima habló sobre la compleja empresa editorial que le fue encomendada, sobre sus novelas, sobre La Reina del Sur y sobre la crisis que atraviesa México (y también el mundo). Una entrevista de Yuriria Sierra publicada en Excélsior:

Ahora ha reeditado usted El Quijote.

Decir ‘reeditar’ es agresivo, digamos que lo que hemos hecho, junto con la Real Academia Española, ha sido hace una versión escolar aligerando todo aquello que arrastraba la lectura rápida, fluida para los chicos. Un Quijote más accesible como herramienta para maestros que puedan trabajar con la obra, lo que no excluye la obra grande, pero quien quiera trabajar con esta pequeña puede hacerlo con más comodidad.

Lo que hizo fue contarnos la historia básica, la historia del Quijote y de Sancho...

La cosa fue planteármelo, lo hice como lector. Si yo fuera un lector de 15 años, qué me estorbaría, qué me distraería de la peripecia principal de Sancho y Don Quijote. Lo que hice fue marcar todo eso, lo eliminé con mucho cuidado, lo cosí con puntos de sutura para que no se notara y entonces tenemos un Quijote como herramienta fácil de manejar que, bueno, lo que no excluye el Quijote grande como insisto, cualquiera debe leer el Quijote grande, pero quien vea que los alumnos se le distraen y se le van, pues tiene una herramienta muy útil. La Academia tenía ese compromiso y me lo encargaron a mí para que lo ejecutara.

¿Tenía miedo, le parecía que podía llegar a cometer una profanación? ¿Y cómo logró no hacerlo?

Miedo no tenía, porque yo soy lector del Quijote desde que era niño. Lo leo con frecuencia. Yo, para mis novelas, sobre todo las del Capitán Alatriste, manejo mucho el lenguaje de los siglos XVI y XVII; lo conozco bien, me muevo en él con bastante soltura y creo que viene bien a la lengua de Cervantes. En ese sentido, entré como el que entra en la casa de un viejo amigo, entré con confianza. Justamente, esa familiaridad fue lo que me hizo atreverme, cuando me dijeron si podía hacerlo yo y dije ‘lo haré yo’ y ha sido un placer. No ha sido angustioso, no he estado preocupado, al contrario, ha sido una labor muy placentera, sobre todo ponerme en el lugar de un lector joven frente al Quijote. Ahora yo soy un lector adulto, lúcido, pero ponerme así, de esa manera, ha sido una labor muy interesante.

Además usted se dio a la tarea de buscar aquellas palabras que iban a ser incomprensibles para cualquier adulto, incluso un adulto mayor que tampoco las reconociera.

No se trataba de modernizar el Quijote, sino hacerlo accesible, y son cosas distintas. Lo que no queríamos era que tuviera notas al pie de página, porque eso hace que se dificulte la lectura. La cosa era conseguir que el lector leyera el libro comprendiendo todo lo que está leyendo. Algunas palabras muy antiguas, muy arcaicas, muy complejas, las hemos sustituido, no por palabras nuevas sino por palabras antiguas que son más comprensibles. Todas tomadas del lugar del propio Miguel de Cervantes. Digamos, he dado algunos pequeños toques para facilitarlo, pero siempre utilizando materia prima cervantina, con lo cual el respeto por la obra es impecable. Yo recomiendo se lea El Quijote completo, por supuesto, pero cuando no puede ser, cuando los chicos se encuentran asustados por ese volumen tan complejo, es una buena forma para hacerlos transitar fluidamente por este libro maravilloso.

Lo que todos sabemos del personaje del Quijote es que se le cayó un tornillo, como diríamos aquí en México, se volvió un poco loco de haber leído tantas novelas de caballería y de aventura. Sabemos que usted es, desde su postura de lector, desde niño, que las aventuras y la caballería lo marcaron desde siempre. ¿Ahí está su principal punto de encuentro con El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha?

Yo fui un lector muy precoz que vivió en una casa con una biblioteca muy grande. Leí desde niño, leí mucho, leía literatura de aventura. Y bueno, luego yo fui reportero durante 21 años en países en guerra y lo que me hizo marcharme a buscar esas aventuras, esa adrenalina o esos viajes, esas cosas que yo buscaba, fueron justamente las lecturas que yo hice siendo niño. Con todas las diferencias lógicas, en mi caso, los libros me llevaron a salir de mi casa y a moverme por el mundo buscando cosas. Y eso es lo que tienen realmente los libros. Los buenos libros, la buena lectura hace que el lector sienta el deseo de vivir lo que ha leído. Es por eso que para los jóvenes es tan importante la lectura, porque los trae a territorios muy interesantes.

En alguna ocasión, después de que algún compatriota suyo había dicho que él escribía los libros que le gustaría leer, usted dijo que escribía los libros que le gustaría vivir...

Así es. Hay escritores que querían ser escritores, yo quería vivir. Digamos que en mi caso, mi literatura es resultado de una vida. Si yo no hubiera llevado la vida que he llevado, viajando, esos más de 20 años en países en guerra, leyendo, navegando, pasando mucho tiempo en el mar, no escribiría novelas. Yo escribo con la mirada que esa vida me dejó. Yo soy un escritor resultado de su propia vida, no soy un escritor de biblioteca. No soy un escritor pacífico o sedentario. Soy un tipo que se ha movido y con esa vida, con esa biografía escribo mis novelas.

¿Considera usted que es un extraordinario periodista que hace novelas o un extraordinario novelista que ha hecho reportajes?

Yo soy un marino lector que accidentalmente escribe novelas. El periodismo fue para mí una herramienta, una forma, un pretexto para moverme por el mundo. Yo quería viajar, navegar, conocer aventuras, historias, chicas, amigos, adrenalina. El periodismo me dio la puerta, el medio para hacer todo eso de manera profesional, pero en realidad lo que soy es un lector. Un niño que leyó mucho y a quien la lectura lo llevó a poner un pie adelante del otro y a marcharse muy lejos. Y ahora de vuelta a la isla de los piratas, con la mochila llena de cosas, de experiencias personales no contadas sino vividas por mí, pues con eso construyo historias, cuento como los viejos junto al fuego, cuento a los lectores que se acercan esas historias que he ido aprendiendo, que ha ido imaginando en mi vida.

En todas sus novelas, como en el caso de El francotirador paciente, es muy claro que existe una investigación periodística profunda de al menos uno, pero creo de varios personajes asociados, en este caso, al grafiti, al arte callejero, por ejemplo...

Debo reconocer que el periodismo, como el sacerdocio o como la prostitución, imprime carácter. Ya nunca puedes olvidar lo que has sido. En mi caso, yo no podía decir que no he sido periodista, y además lo he sido muy feliz también. Y digamos que eso me dejó unos métodos de trabajo muy útiles para las novelas. Cuando yo escribo La Reina del Sur, por ejemplo, que es una novela que en México es muy conocida, y que es una novela mexicana, escrita en México, con mexicanos y en un mundo mexicano, viajo al norte, a Culiacán, y ahí me relaciono en los medios en que la novela se iba a desarrollar. Entonces, esa capacidad de moverte por territorios hostiles o desconocidos; de convencer a la gente de que hable contigo, de pagar muchas cervezas, de decirles ‘confía en mí’. Crear todo eso, adquirir toda esa información, es una labor de periodismo.

Justamente quiero referirme a La Reina del Sur. Recuerdo cuando capturaron a Sandra Ávila Montoya, yo tuve la oportunidad de entablar una conversación telefónica muy breve con usted y me decía que de ninguna manera, que ella no es la Reina del Sur, que no se inspiró en esta mujer...

Es verdad, yo no la conocía (a la mujer capturada por la policía mexicana el 28 de septiembre de 2007). Realmente yo estuve en Sinaloa, estuve en Culiacán, hablé con narcos, anduve por todos los lugares; todo el material de la novela es real. Es decir, aquel mundo es real, hasta los lugares, los bares, las cantinas, todo es real, pero el personaje es falso. Me lo inventé completamente, yo no sabía que existía Sandra Ávila Beltrán. Cuando dijeron que ella era la Reina del Sur, pues supongo que porque era mujer y estaba en ese mundo, pero no tiene nada que ver. Además, la vida de mi Teresa Mendoza es distinta a la de Sandra Ávila.

De entrada, transcurre una gran parte en España...

Sí, no tiene nada que ver. Realmente, puedo decirle oficialmente, que no. Mira, te cuento una cosa, para que veas cómo la literatura se convierte en vida: un año después volví a Sinaloa, a Culiacán, para hacer un reportaje sobre el territorio de la novela. Y estando en la calle Juárez, donde están las cambiadoras, donde Teresa Mendoza empieza su vida, donde empieza la novela, se acerca una cambiadora allí, se acerca a nosotros y dice: «¿qué hacen ustedes aquí? ¿un reportaje de la Reina del Sur? ¡Yo la conocía! Teresita Mendoza, yo la conocí, en esta esquina se ponía...». Y entonces nos quedamos fascinados; eso significa que a veces la ficción suplanta a la realidad o la ficción toma carta de realidad y se convierte en realidad.

Además, son dos mundos entre los que usted está viajando. Entre esa realidad novelada y esa novela vuelta realidad. Me imagino que serán sus territorios más conocidos...

Así es. Pero además hay una parte interesante, al tener que hacer esa investigación, es movimiento por el territorio para escribir la novela, yo estoy aprendiendo. Yo tengo 63 años y tengo una vida muy intensa, con muchas cosas. He visto muchas cosas, pero cada novela es un camino nuevo. Entonces, en ese camino, ese año y medio que estoy trabajando la novela, sigo vivo, sigo alimentándome de cosas que desconocía. Esa es la magia. No solamente soy un autor, soy un tipo que aprende de sus propias novelas, y para mí eso es lo fundamental, que me mantienen lúcido, interesado. Evitan que me aísle en el mundo del escritor cerrado en sí mismo. Yo soy un escritor que camina por el mundo, que mira y va echando cosas. Pues de ahí salen mis novelas.

¿Y alguna vez se ha topado, como el Quijote, con gigantes que pueden ser molinos de viento?

Claro que sí, todo el mundo en su vida se los encuentra. Si hay una cosa que enseña El Quijote, más que el éxito, es el fracaso, la dignidad del fracaso. Yo siempre digo que la gran lección del Quijote es decirle a los jóvenes que cuando llegue el fracaso, eso forma parte de la vida. Porque, sabes, el mundo se ha vuelto muy cómodo para unos, no para todos. Y entonces, muchos chicos creen que la vida es fácil, como habrá sido su infancia. Los chicos afortunados que viven en lugares privilegiados, no se dan cuenta que la vida encierra muchas emboscadas, muchos francotiradores que te van a disparar. Entonces, El Quijote enseña que el fracaso hay que abordarlo con dignidad, con entereza, con nobleza. Esa nobleza en el fracaso es una lección hermosísima de vida.

Nobleza, considero, tienen todos sus personajes, pero he encontrado un hilo conductor entre todos ellos: casi todos son fugitivos, casi todos tienen un tema de rebeldía interna, pero también una construcción moral inamovible. Tienen una tabla de valores que no está a prueba...

Reglas, la palabra correcta es reglas. Todos mis héroes son héroes cansados. Es decir, yo no puedo ya con la vida y la biografía que tengo sobre héroes ingenuos, eso no me lo creo. Porque he visto grandes palabras terminar en dramas, tragedias o melodramas del circo patético. Por eso todos mis héroes son héroes fatigados a los que la vida les ha quitado la letra mayúscula a las palabras —honor, patria, bandera, amor—, pero a cambio de eso, la vida les ha dado reglas. Es gente que falta de banderas o de grandes ideas, de grandes creencias, fe y esperanzas es lo que tienen. Son códigos personales que son su dignidad. Ese héroe marginal, a veces fracasado, a veces fugitivo o perdedor, a veces combatiendo una guerra extraña, real o figurada, tiene reglas que le permiten sobrevivir. Todas mis novelas emprenden la búsqueda del héroe por sobrevivir en un medio hostil, y eso tal vez es reflejo de mi propia experiencia.

Me imagino que como periodista que usted es está al tanto de lo que está ocurriendo en México de unos meses para acá, yo me atrevería a decir que de unos años, y, si me apura, de unas décadas...

No, de un siglo para acá. Hubo una revolución en México que no está resuelta todavía, hace un siglo.

Eso me hace recordar su novela El asedio y en estas últimas semanas me vuelve a rondar por la cabeza, por lo que está pasando actualmente en México.

Hay una cosa que ha cambiado y quizá a la larga sea para bien. Antes los canallas estaban blindados por instituciones, por Estados, por policías, por sistemas, por lo que fueran, pero ahora las redes sociales lo han cambiado todo. Ahora la gente ya no es tan inocente como antes, no se deja manipular con tanta facilidad. Un tuit que se mueve rápidamente puede generar un montón de reacciones. Pero hay un peligro grave: que ese movimiento sea únicamente de revancha, de venganza y de rencor. Si es solamente para vengarse y destruir es muy peligroso, pero si es un movimiento en el cual está la palabra cultura, si hay Quijotes guiando a los Sanchos, si hay gente lúcida y buena proponiendo lo que hay que cambiar para bien, entonces es algo positivo. Si los poderes se dan cuenta de que el mundo está cambiando y facilitan el cambio, entonces valdrá la pena. Pero si los poderes se enrocan en el inmovilismo y la injusticia, entonces sí que arderá México y arderá el mundo. Y merecerán haber ardido. Espero que el incendio sea culto, civilizado y hecho por hombres buenos y lúcidos, no por hombres vengativos.

El Quijote de Cervantes ahora también es el Quijote de Pérez-Reverte.

No, es un Quijotillo que ayudará al otro, que intenta ayudar al otro, nada más.



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