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«La vida abre su escaparate y te muestra las cosas. Y las interpretaciones siempre son a posteriori», afirma Plante. (Foto: Bernardino Avila)
C iudad Juárez, Chihuahua. 1 de diciembre de 2014. (RanchoNEWS).- La escritora, psicóloga y traductora narra el crimen de un fotógrafo homosexual que involucra el interés por privatizar la Reserva Ecológica porteña. «El mensaje más importante, si se puede hablar de mensajes en literatura, es la vigencia de estos proyectos», afirma la escritora en la entrevista de Silvina Friera para Página/12.
«Las aves de rapiña presagian la inminente aparición de un cadáver. El Pollo, guardaparque de la Reserva Ecológica de la Costanera Sur, observa desconcertado la llegada de un grupo de caranchos que dibuja lentos círculos oscuros contra el cielo del invierno. Los pies desnudos y blancos del fotógrafo Julio Margulis –soltero de 31 años, un ‘homosexual activo’, según el informe forense–, introducen el principio de un pensamiento en los límites del horror posible: el asesinato puede llevar agua al molino de quienes quieren privatizar la Reserva. El Pollo teme que el impacto mediático del crimen pierda interés. Que a falta de un asesino que agite el avispero, la Reserva nunca vuelva a abrir sus puertas al público por pura indiferencia. El comisario Juárez y el sargento Battaglia inician la investigación protocolar; por la madre de la víctima encuentran a un primer sospechoso: un muchacho varios años más joven de nombre Horacio que trabaja en una inmobiliaria en Palermo. El guardaparque comienza su propia pesquisa –‘desdoblado en dos personas diferentes’– cuando consigue un trabajo complementario en una empresa de ingeniería que proyecta la construcción de varias torres, un shopping center, canchas de tenis, de paddle, de vóley, de golf, caballerizas, un amarradero para barcos y varios etcéteras más de lujo. ‘¡Manga de corruptos, roñosos de mierda, ladrones! (...) ¡Secado de lagunas, desmonte, rellenos! ¡Torres de treinta pisos para que los poderosos de siempre, la mayoría seguramente ladrones como ellos, se sentaran a mirar el río, su río, sus amaneceres!’», despotrica con razón el narrador en tercera persona de Verde oscuro (Adriana Hidalgo), novela negra de Alicia Plante que cierra la Trilogía del agua, ante la evidencia de que esa empresa quiere quedarse con el negocio de urbanizar la Reserva.
El protagonista principal de esta novela negra no es ni el comisario ni el sargento. Por estos pagos, la policía cotiza en baja en la Bolsa de valores que conduce a desentrañar los crímenes. El Pollo, el guardaparque, juega al Philip Marlowe rioplatense, aunque casi termina al borde de una muerte estéril en manos de la persona en la que más confió: un diputado amigo de su padre, Günther Schiller, alias El Suizo, interesado en ocultar unas fotos comprometedoras. La trilogía se fue armando sin un plan minuciosamente trazado. «Yo no pensaba en el agua como un factor común. Pero de pronto, mirando hacia atrás, me di cuenta de que estaba siempre el agua. Una mancha más ocurre principalmente en Tigre, Fuera de temporada en Pinamar, y en Verde oscuro está el río de La Plata. Es esa cosa no premeditada que es como si premeditara en otro lado –cuenta Plante a Página/12–. Sí quería escribir novela negra, eso fue absolutamente intencional, porque es un género que me parece importante. Empecé a escribir la primera novela en el año ’90, ’91. La última que se publicó es la primera que escribí. Lo que pasa es que cuando hice contacto con Fabián Lebenglik, de la editorial, me sugirió que le mandara la última o la que más me gustara. Entonces le mandé , que fue la primera que se publicó. Las novelas son autónomas, no hay continuidad. Lo que las relaciona son los personajes, fundamentalmente el juez Leo Resnik y el sargento Battaglia, este gordo simpático, chantún, ingenuo, pero también pícaro. No llega a sargento de la Federal si es demasiado inocente. No es un personaje representativo de la Policía Federal.»
La novela negra es literatura políticamente comprometida en tanto denuncia la corrupción política, económica y policial. «Se está dando algo muy interesante respecto del lenguaje –plantea la escritora–. Se escribe en el idioma que se habla en la calle del país donde ocurren los hechos. A ningún argentino hoy se le ocurriría escribir en el llamado español ‘neutral’. Escribo en la lengua de la calle. Tiene que ver con un sinceramiento del arte, de la escritura; dejémonos de joder un poco con la sofisticación y con la cosa sacralizada. Pero tampoco se trata de que haya que escribir para todo el mundo. El que no entiende, mala suerte. Si el lector no quiere hacer el esfuerzo, no voy a hacerlo por él. No se la voy hacer fácil. Me interesa más la autenticidad de la forma en que pienso y hablo.»
La mirada de Plante relampaguea ante la ventana abierta de los recuerdos. Verde oscuro transcurre en 2003. «Todo sigue igual en la Reserva Ecológica, por más que esté más organizada, que haya mesitas, que haya vigilancia y que haya una torre desde donde se detectan los incendios supuestamente accidentales. La novela negra no se limita al suspenso, a la incógnita, a la intriga. No son novelas de intrigas: son frescos duros de la realidad», subraya la escritora, psicóloga y traductora.
¿Por qué eligió la novela negra como género?
La novela negra es una forma de literatura que se mete en lo social, que lo cuestiona, lo critica. La novela negra funciona como un agente de cambio en la medida en que los lectores se enganchan y adhieren a lo que se postula, a lo que se describe, porque puede contribuir a que la gente tome conciencia de las cosas que están ocurriendo. Una mancha más es la más retrospectiva porque se remonta a la dictadura, pero desde un punto de vista actual. El mal de la dictadura cobra vigencia, sus consecuencias se vuelven actuales por la apropiación de un bebé y la cuestión de la identidad; en ese sentido, es una respuesta a la gente que considera que hay que olvidar el pasado: « Reconciliémonos, somos todos buenos y tenemos que mirar para adelante». Soy psicóloga, y eso no corre ni a nivel individual ni a nivel social. Por eso existe el neonazismo, por no haber comprendido cabalmente qué permitió que surgiera el nazismo, qué era lo que estaba pasando en Europa, especialmente en Alemania. Si esto se hubiese hecho como se está haciendo acá, tal vez no estaría creciendo el neonazismo. Lo que propone Una mancha más es mirar para atrás, entender lo que pasó y evitar la metástasis que representa un rebrote de los procesos que hemos vivido bajo el fantasma del genocidio. Si uno comprende y analiza, es más factible prevenir, evitar la duplicación de los factores desencadenantes. Una mancha más es una novela con pretensiones, no sé si excesivas, pero fueron las mías. Fuera de temporada busca hacer un análisis de la corrupción policial y el disparate social de los orfanatos. El lugar donde se crían esos dos chicos es un lugar de pudrición moral total, como son las cárceles. No llegué a cuestionar el sentido de la cárcel como castigo, pero ciertamente es un tema para analizar. Esa es una pequeña aproximación a cómo esos chicos se deslizan al delito con absoluta naturalidad. El medio los lleva, los destruye. El Gorrión viene de una villa miseria donde tampoco hay ejemplos, modelos, estímulos, nada que le permita ver que hay alternativas.
El crimen de Julio Margulis en Verde oscuro es la excusa perfecta para impulsar un proyecto de privatización de la Reserva. ¿Esto fue deliberado?
Sí, claro, este es el eje en torno del cual ocurren los hechos y se desarrolla la novela. Es lo que la posibilita, lo que lo dispara. Esos pies blancos asomando ahí hacen falta. Sin eso, no podría ocurrir nada más de lo que ocurre. Pero creo que el mensaje más importante –si se puede hablar de mensajes en literatura– es la vigencia de estos proyectos. Hay un epílogo donde esto es explícito, es cuestión de esperar un poco hasta que se pueda retomar el proyecto.
Es curioso que uno de los personajes sea el más interesado en encontrar los negativos de unas fotos en las que está vestido de mujer, porque lo vive como una mancha, un peso demasiado excesivo...
¿Le parece que eso no tiene actualidad, que no sería una mancha?
Quizá no sería tan escandaloso hoy como en los años ’90.
Pero sigue siéndolo. Además, mire lo que son sus socios: son chupacirios, tipos muy moralistas. Si lo que quiere es compartir un proyecto, tiene que cuidarse mucho. Esto tiene vigencia porque hay mucha gente que no ve que el prejuicio subsiste y creo que va a subsistir siempre. No creo que sea algo que se vaya a tomar con absoluta naturalidad alguna vez porque hay miedos. El miedo es desencadenante de actitudes larvadas que aparecen como otra cosa. El miedo a la propia identidad, a las propias inseguridades. Todos los seres humanos pasamos en los primeros años de vida –como lo demostró (Sigmund) Freud y como ninguna de las escuelas psicológicas actuales se atrevería a negarlo– por el complejo de Edipo, entre los 3 y los 5 años, que representa habernos visto envueltos en una etapa homosexual. Esto queda incrustado en la memoria de los seres humanos y representa un miedo, un temor. ¿A qué? No es a la homosexualidad, es al rechazo. De la época de Oscar Wilde a la actualidad ha corrido mucha agua bajo el puente. Pero el miedo ha estado siempre. Es el miedo a la inestabilidad de la propia identidad. El personaje del suizo se vuelve verosímil para el que admite y reconoce la existencia del miedo. Incluso con Fabián Lebenglik hemos charlado acerca de esto. Y él me planteaba un poco lo mismo: ¿no es una situación superada?
Quizá la pregunta se hace desde el presente, desde la importancia que tiene el matrimonio igualitario. No quiere decir que automáticamente la sociedad acepte las diferencias, pero la aprobación de esa ley fue una pulseada fundamental. Tal vez por eso el comportamiento del personaje pueda parecer un tanto anacrónico para algunos lectores.
La primera versión de la novela fue escrita en el ’91, y ahí era un terreno resbaladizo, un camino sin regreso. Si eras descubierta o descubierto, la sociedad te iba a condenar. Pero insisto en que eso no ha desaparecido del todo. Nos hemos vuelto mucho más naturales respecto del tema de la homosexualidad, pero en algunos es superficial. No lo llamaría hipocresía porque creo que es inconsciente. Esto no es algo que la gente diga: «Ah, pienso esto pero no voy a decirlo, voy a ocultarlo»; una actitud en función de las exigencias del momento. Respecto de la homosexualidad, los motivos que no son conscientes tienen que ver con el miedo por la inestabilidad de la identidad propia. Creo que pasa por ahí, por las fantasías. Lo veo con los pacientes constantemente. El miedo al deslizamiento es un fantasma que sólo puede aparecer en sueños. Escribí una novela que publicó Sudamericana en el 2004 –¡qué bárbaro, hace ya diez años!–, en una época que me representaba Carmen Balcells y ella gestionó la publicación con Gloria Rodrigué. El círculo imperfecto gira en torno de cinco mujeres; es una novela de amor sin hombres. Y generó reacciones muy distintas. Hubo gente que me dijo: «Estás escribiendo cada vez mejor, pero lástima el tema»... (risas). Es patético, ¿no? Cuando lo central era el tema. A la gente se le escapan estas cosas.
Verde oscuro pone en el tapete otra cuestión relevante: ¿por qué si el asesinado es homosexual automáticamente se maneja la hipótesis del crimen pasional? Si el muerto es heterosexual no se presume a priori el crimen pasional, ¿no?
Es verdad. Un crimen pasional, además, sujeto a muchos adjetivos. Un crimen pasional que es «perverso», «sucio», «pecaminoso»... Esos adjetivos vienen antes. Como la vida de estas personas es «perversa», entonces el crimen pasional es consecuencia de las perversiones con las que esa persona está envuelta. Es de largo alcance su observación. No lo había pensado y fíjese qué interesante cómo opera el inconsciente, porque no lo pensé así, pero lo expuse, lo escribí. La vida abre su escaparate y te muestra las cosas. Y las interpretaciones siempre son a posteriori.
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