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El bibliotecario Remy Cordonnier, junto al Primer Folio.(Foto: Michel Spingler)
C iudad Juárez, Chihuahua. 1 de diciembre de 2014. (RanchoNEWS).- La biblioteca de Saint-Omer, en el norte de Francia, descubrió hace una semana que albergaba, sin que nadie se hubiese dado cuenta en 400 años, un ejemplar de uno de los libros más importantes (y valiosos) de la historia de la cultura Occidental: el Primer Folio, una primera edición de las obras de Shakespeare. «La identificación de esta copia, hasta ahora desconocida, será un motivo de celebración nacional entre nuestros colegas franceses shakespearianos», aseguró el investigador Paul Edmondson a uno de los diarios más autorizadas para hablar de este asunto, el Stratford-upon-Avon Herald. El hallazgo ha vuelto a poner de actualidad el libro, publicado en 1623, que reúne 36 de las 38 obras conocidas del dramaturgo y que, como todo lo que rodea al bardo, está rodeado de preguntas sin respuesta. Reporta desde España para El País Guillermo Altares.
No se ha encontrado ningún manuscrito original de Shakespeare –de hecho solo se han hallado 14 palabras de su puño y letra, de las que seis son firmas en las que, además, escribió su nombre de manera diferente–; y apenas existen retratos fiables del escritor –uno de ellos es el que sirve de portada al Primer Folio–. Como escribe Bill Bryson en su delicioso ensayo Shakespeare (RBA): «No sabemos si dejó alguna vez el Reino Unido. No sabemos quiénes fueron sus compañeros ni cómo se divertía. Su sexualidad es un misterio inescrutable. Sólo un pequeño número de días de su vida sabemos con certeza dónde estuvo. Y no tenemos ningún documento sobre sus andanzas durante los ocho cruciales años en los que dejó a su mujer y a sus tres hijos en Stratford y se convirtió en un dramaturgo en Londres». Sin embargo, prosigue Bryson, ninguna obra literaria ha sido examinada con tanta devoción: «Su obra contiene 138.198 comas y 15.785 puntos de interrogación; sus personajes hablan de amor 2.259 veces y de odio solo 226. Nos dejó 884.647 palabras que forman 31.959 diálogos en 118.406 versos». Y todo esto, el misterio de su vida y la certeza de su genio, han llegado hasta nosotros gracias a la edición encontrada en Francia.
Tampoco se puede decir que las cosas estén muy claras en torno al Primer Folio. Los actores John Heminge y Henry Condell lo publicaron por primera vez siete años después de la muerte de Shakespeare con un prólogo de Ben Jonson al precio disparatado de una libra –el equivalente a unos 3.000 euros actuales–. Ni podemos decir cuántos ejemplares se imprimieron (entre 700 y 1.000 es lo más probable) ni cuántos han llegado hasta nosotros: la cifra baila entre 220 y 240 porque algunos ejemplares están muy incompletos y los expertos mantienen abierto un debate sobre lo que es, o no, un Primer Folio. Lo que sí se sabe con certeza es lo que vale ahora: se pagaron cuatro millones de euros por un ejemplar en una subasta en Sotheby's en 2006.
El historiador británico Peter Ackroyd define así el libro en Shakespeare, la biografía (Edhasa): «El que al principio se incorporara la lista de actores demuestra que no sólo fue una celebración literaria, sino teatral. Quizás se convirtió en tema de discusión entre Shakespeare y sus colegas antes de que le llegara la muerte e incluso es posible que algunos textos se imprimieran a partir de la transcripción corregida por el propio dramaturgo. Sea como sea, la mayor parte de los títulos están escritos por Ralph Crane, un amanuense profesional que con frecuencia trabajó para las compañías teatrales».
Hasta entonces, además de los sonetos, sólo se habían publicado 16 obras de Shakespeare y de forma muy chapucera –transcripciones de lo que se declamaba en el teatro sin el control del autor–, lo que era relativamente normal en la época dado que las piezas eran para ser vistas y escuchadas (tampoco ahora se editan la mayoría de los guiones). Gracias al Primer Folio se conocen Macbeth, La tempestad o Julio César, de hecho, gracias a esta edición Shakespeare es Shakespeare y no un dramaturgo más de la era isabelina. Así lo explica Luis Astrana Marín (1889-1959), el traductor clásico del bardo al castellano, en su preciosa edición de las obras completas de Aguilar: «Ninguna de estas ediciones lo fue con el consentimiento de Shakespeare, sino que fue el trabajo de editores piratas que se movían en torno a los autores teatrales, de copias tomadas al oído durante la representación y plagadas de yerros».
Cuatrocientos años después de todo esto, el pasado septiembre, según reveló el pasado miércoles el diario local La voix du Nord, el bibliotecario Remy Cordonnier se topó mientras preparaba una exposición con un libro que, aunque había perdido la portada, se parecía mucho a uno de aquellos ejemplares. La biblioteca de Saint-Omer fue una de las más importantes de la Europa medieval y alberga innumerables tesoros, como una Biblia de Gutenberg. Se puso en contacto con Eric Rasmussen, un experto estadounidense en Shakespeare, que viajó hasta la ciudad francesa y que autentificó la semana pasada el libro.
Edmondson, director del Centro Shakespeare en Stratford-upon-Avon, citado de nuevo por el diario local, explica que el hallazgo va mucho más allá de que el número de primeros folios disponibles haya pasado de 220 a 221 (o de 240 a 241): «A causa de la forma en que se imprimía en el siglo XVII, cada copia es única». Bill Bryson relata en su libro una visita a la biblioteca Folger de Washington, que alberga la mayor colección del mundo de esta edición (una de cada tres de las que se conservan), que han examinado hasta con microscopio. «Lo que no deja de sorprenderme es lo mal que estaba hecha. Hacen falta muchos primeros folios para tomar decisiones sobre el texto definitivo», le explicó uno de los conservadores. Cada avance en el conocimiento de Shakespeare es, en el fondo, un nuevo paso hacia el interior de su misterio.
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