C iudad Juárez, Chihuahua. 8 de febrero de 2017. (RanchoNEWS).- En casi todas las constituciones democráticas, el derecho a la vivienda prevalece como fundamental. Un hombre desahuciado en Madrid que acaba en la calle tras una serie de adversidades. Un amigo que duerme en el coche. Grupos de maslienses y guineanos malviviendo en los bosques del Monte Gurugú, en Marruecos, a la intemperie, a la espera de saltar a un futuro mejor, concertinas de por medio. Un hombre de negocios en Tokio que al terminar su extensa jornada laboral sólo puede aspirar a dormir en un cubículo más parecido a un nicho que a otra cosa, en un país en el que una persona tirándose a las vías del metro no es un hecho aislado, sino un patrón habitual. «Nuestra democracia es muy mentirosa, porque promete una igualdad en el campo del derecho que después no respeta», escribe la Redacción de El Confidencial desde Madrid.
Quien habla es José Mujica, ex presidente de Uruguay, la voz que hila los relatos que componen Frágil equilibrio, la película de Guillermo García López que ha ganado el Goya a Mejor documental este sábado pasado. Una llamada de atención para una sociedad que parece encaminada a «la hecatombe, al desastre», en el que, según él, se ha perdido el valor de la vida. «El mundo vivo, y hablo de la vida en general, es como una cosa frágil, hermosa. Navegando en el medio de la soledad del universo, el silencio mineral, de las leyes de la física. Por eso la vida es un milagro. Y hay que cuidarla». Sin embargo, «gran parte de la construcción occidental se basa en una religión que es el santo poder de la propiedad. Y eso está colocado por encima del valor de la vida».
Durante los peores años de la crisis, se producían hasta 30 desahucios diarios en España. Él no da su nombre, pero cuenta que trabajaba de barrenista en obra pública y que en 1999 podía llegar a ganar hasta 6.000 euros al mes, explosión a explosión. Con la crisis dejaron de hacer túneles y hace ya casi 13 años que no trabaja. Acabó en la calle tras una serie de desgracias familiares y ahora vive de okupa. «Cuando ves a 100 tíos armados hasta los dientes, más de 20 furgones en la calle, se te ponen los huevos en la garganta. A ti y al más valiente». Uno de sus amigos ha tenido menos suerte y su vida se ha visto confinada en los apenas tres metros cuadrados del interior de su coche, en el que duerme todas las noches.
«Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos», reza el artículo 47 de los derechos y deberes fundamentales de la Constitución Española. Repetimos: un derecho constitucional. El mismo texto legal que en su artículo 103.1 describe a las fuerzas de seguridad del Estado como las encargadas de «la preservación de la seguridad pública o ciudadana». Y el documental de García López muestra la contradicción a base de puertas derribadas a mazazos y familias arrastradas fuera de la casa que dejaron de pagar, sin una alternativa por parte de ese mismo Estado.
Tras pasar por Madrid, Frágil equilibrio discurre por otras dos realidades en las que el sistema ha dejado de funcionar –o en las que jamás funcionó–. Una de ellas es la de quienes esperan a la intemperie entre los árboles del Monte Gurugú a saltar la valla hasta Melilla y llegar a Europa. Para ellos, «la perspectiva es la de comer o no comer; seguramente los perros europeos comen mejor que los africanos» y «nos creemos que la desgracia que tiene África es de los africanos. No, es de la humanidad, porque también es Europa la que la padece», apunta el ex presidente. Pero lo que pocos tienen en cuenta es que «la revancha de los pobres está en la fertilidad de sus vientres», recuerda Mujica.
Allí coinciden malienses, guineanos, marfileños. Todos con la idea de que es mejor morir que regresar. Y muchos cumplen. «A Europa no les gustamos, por eso pusieron máquinas de matar, aquí en Marruecos. Eso ya no son vallas. ¿Eso qué es? ¿Es la guerra? Vamos a buscar un porvenir para nuestras familias, para ayudarlas, porque están mal».
Es más, Mujica pide una reflexión como especie en una realidad interdependiente, donde las distancias cada vez son más cortas o simplemente no son, donde las sociedades y las economías se entrelazan y en la que se ha hecho más verdad que nunca que el aleteo de una mariposa puede provocar un tornado en la otra punta del mundo. No, efecto mariposa no. Capitalismo global. «Tenemos el conocimiento» y «tenemos los medios» para hacer un mundo «más habitable y menos egoísta», pero «no tenemos dirección», lamenta.
¿Qué ha pasado para que se normalice y se acepte que una persona sea apaleada por la autoridad? ¿Qué ha pasado para que a 10 kilómetros de Europa haya gente «comiendo cosas podridas», viviendo como animales? ¿Qué ha pasado para que las leyes hayan dado la espalda a las personas?, se pregunta el documental.
Más de 11.000 kilómetros hacia el este, en otra realidad que los prófugos del Gurugú probablemente no lleguen ni a imaginar, el documental viaja hasta un Tokio en el que la alta tasa de suicidios se ha convertido en un problema nacional: en el año 2005, 34.427 personas se quitaron voluntariamente la vida en Japón. Gran parte de ellas, tirándose a las vías del metro y del tren. Para cubrir los gastos de los retrasos causados por estos 'incidentes humanos' y disuadir a futuros suicidas, las compañías ferroviarias multan a sus familias.
Tienen lo que ansían los africanos que saltan la valla, pero no encuentran la felicidad. Dos hombres de mediana edad hablan de sus rutinas laborales. Trabajos de 5 de la mañana a 2 de la mañana. Fin de semana, desde casa. Jornadas maratonianas que en la megalópolis japonesa se mantienen con la recompensa de ocio tecnológico de última generación y la promesa de un habitáculo mínimo de uno de alto, uno de ancho y alrededor de dos de profundidad. «Me pregunto qué es lo que nos hace felices. ¿Qué es la felicidad en el trabajo? Si trabajas demasiado, tu vida es el trabajo», piensa en alto uno de los protagonistas.
Y es que, para Mujica, hay uno de los planos más importantes de la libertad en la vida que está siendo olvidado, y cada vez más. «Ésta es la libertad individual, que es disponer de tiempo para vivir». En el trabajo «estás alquilando tu ser para tener un ingreso» y no eres libre. La libertad se encuentra en otros aspectos de la vida ajenos al trabajo y cada vez más descuidados por la «sociedad de mercado».
Frágil equilibrio es una llamada de atención a la conciencia colectiva en una sociedad desigual, en la que las personas se han convertido en números, en cifras, en tablas, un proceso de deshumanización paulatina en forma de bomba expansiva de infelicidad y miedo. E incluso odio. Mujica lo tiene claro: «El amor y el odio son primos hermanos. La diferencia es que el amor es creador y empuja a la multiplicación y el odio es francamente destructor. Y termina destruyendo al propio agente que lo practica».
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