Rancho Las Voces: Libros / España: Una visita al departamento de Preservación y Conservación de Fondos de la Biblioteca Nacional
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

martes, febrero 14, 2017

Libros / España: Una visita al departamento de Preservación y Conservación de Fondos de la Biblioteca Nacional

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Ejemplar, muy deteriorado, de la colección de obras de San Agustín comentadas por Erasmo de Rotterdam, impresa en Basilea en 1527. A cargo de la restauradora Luz Díaz. (Foto: Emilia Gutiérrez)

C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de febrero de 2017. (RanchoNEWS).- «¡Es que me encanta este trabajo!». Ángel Gómez Pinto lleva 30 años bregando en el departamento de Preservación y Conservación de Fondos de la Biblioteca Nacional: el quirófano de los libros que habitan la institución cultural más antigua de España. El veterano artesano ha sido dos veces ganador del Premio Nacional de Encuadernación, y por sus manos han pasado –entre otros miles de obras– los dos códices de Leonardo da Vinci que la Biblioteca atesora en su cámara acorazada y que hace cinco años, en su cuarto centenario, restauró y exhibió para admiración del mundo. Pese a la relevancia de su labor y aun cuando acumula diez trienios, el salario de Gómez Pinto no alcanza los 1.200 euros al mes, cantidad que complementa dando clases. «¡Es que este trabajo me encanta!», insiste, reporta Fernando García para La Vanguardia desde Madrid.

Hay amor al arte, y a las letras, en los laboratorios donde los dieciséis miembros de los equipos de restauración y conservación de la BNE (Biblioteca Nacional de España es el nombre completo) se afanan en restañar las heridas que el tiempo y los agentes ambientales, así como algunas meteduras de pata humanas en tiempos de menor cuidado, han infligido a una parte de los alrededor de 33 millones de textos, mapas, fotos, archivos sonoros y demás documentos depositados en los dos grandes emplazamientos de la entidad: el enorme edificio neoclásico que ocupa la manzana entre el paseo de Recoletos y la calle Serrano junto a la plaza de Colón de Madrid, y la sede de Alcalá de Henares.

Victoria Bescansa tiene ante sí el difícil reto de restaurar unos sublimes mapas maltratados por el tiempo y por alguien que utilizó restos de uno para parchear otro. (Foto: Emilia Gutiérrez)

La visita al hospital de la Biblioteca, en Recoletos, empieza en los dominios de Luis Crespo, restaurador con 29 años de experiencia que en este momento se ocupa de limpiar unos mapas de Catalunya de 1936 y unos carteles de los 50 y 60, entre ellos uno de Calisay, otro de Terry y otro que anuncia a Manolo Caracol.

Crespo ha llevado a la BNE las técnicas que aprendió de los maestros japoneses durante un curso formativo en Fukuoka. Sus innovaciones incluyen el uso de geles naturales y algas como el agar-agar y el funori, empleado para limpiar kimonos. También se vale de tablas de secado ligerísimas como las que los nipones utilizan en los biombos; de brochas variadísimas desarrolladas a lo largo de 600 años, unas para batir papel, otras para encolar, otras para aplicar agua... Pero en lo que más incide este restaurador es en «recuperar la figura del artesano/científico». En su caso, esto se traduce en aprender a observar el color, el olor y la textura de cada mezcla, sin depender de una balanza para todo, a la hora de elaborar sus gomas y líquidos limpiadores.

Durante el tratamiento de un libro, los lazos de sujeción han de ser blancos para que no destiñan.
(Foto: Emilia Gutiérrez)


La combinación de técnicas tradicionales y modernas, incluidas algunas tan punteras como la nanotecnología o las basadas en el uso de enzimas, busca eliminar la suciedad de los documentos envejecidos sin dañarlos lo más mínimo: primero con las gomas especiales y después mediante una delicada maniobra de humedecimiento y absorción por capas. Es quizá la fase más visible y agradecida de la restauración.

Otra experta del departamento, Victoria Bescansa (casi 31 años en la BNE), está resucitando, más que restaurando, unos sublimes pero castigados mapas murales de África, Asia, América y el Mundo. Los cuatro se incluirán en la exposición Cartografía de lo desconocido, programada para octubre. Los planos, firmados por Clouet, son de 1776 y se completan con didácticos textos y dibujos en las viñetas que sirven de contorno. La Biblioteca compró las piezas –procedentes de una casa particular– ejerciendo el derecho estatal de tanteo en una subasta pública: una práctica habitual.

La sección de encuadernación de la BNE cuenta con una variada colección de molduras para adornar los lomos de los libros restaurados. (Foto: Emilia Gutiérrez)

De esta colección de mapas faltaba el de Europa, del que sin embargo enseguida se hallaron restos adheridos al de África en chapuceros pegotes con los que algún incauto trató de parchear trozos perdidos. El cometido de la restauradora pasa por quitar los parches y recubrir las cavidades con un papel lo más parecido al original para luego entonarlo, es decir, igualar su color al de la zona dañada. Para ello recurre a una depurada técnica de injerto que, sobre una base de papel muy fino que se une al reverso para proteger el mapa y facilitar su manejo, ya va logrando disimular las fracturas en todo lo que es posible.

Victoria Bescansa fue una de las artífices de la restauración y puesta a punto para la digitalización del Mapa de Catalunya y los condados de Rosellón y Cerdaña, importante obra a gran escala que representa el área geográfica del Principado más antigua que se conoce. La conservación y reproducción del Borsano, fechado en 1687 y dedicado al rey Carlos II, implicó a un equipo de 20 personas –con participación de una empresa externa– y es una de las últimas operaciones de prestigio a cargo de la brigada de la BNE que dirige Fuensanta Salvador.

Miguel Fernández prepara el pan de oro para grabar el título de un libro en su lomo. El hierro debe estar a 70-80 grados, lo que comprobará cuando una gota de agua forme burbuja. (Foto: Emilia Gutiérrez)

No lejos de Bescansa, el especialista en incunables Arsenio Sánchez estudia el manuscrito Descripción de las costas de Sicilia, volumen del siglo XVIII procedente de la colección de Felipe V, fundador de la Biblioteca en 1712. El texto acaba de llegar a su mesa y presenta varios problemas típicos de estas obras: «Las tintas son de óxido de hierro mezclado con ácidos vegetales, goma arábiga, agua, vino... Cuando hay demasiado hierro, el óxido oscurece la tinta y deteriora el papel, mientras que si hay un exceso de ácido la tinta palidece». Pese a intensas investigaciones en los últimos decenios, no hay cura para estos males. «Lo que hacemos es estabilizar las hojas adhiriéndolas a un determinado tipo de papel (muchas veces japonés) pero sin añadir humedad que reavive las reacciones», explica. Y luego nos muestra un manuscrito carcomido por algún bicho de los que se alimentan de papel (bibliófagos), entre los cuales los anobios –vulgarmente carcomas, según la RAE– son los más temibles.

Las mezclas que llevan las tintas de los manuscritos traen de cabeza a los restauradores por sus efectos sobre el papel y la visibilidad de los textos. (Foto: Emilia Gutiérrez)

La clave para que los documentos infectados no recaigan está en unas buenas condiciones de almacenamiento. La BNE cuenta con medio centenar de plantas de depósito, de las que la General –con unos cuatro millones de obras de los siglos XVI al XXI dispuesta en 12 pisos– es el principal origen de los libros a operar. Humedad, temperatura y luz se vigilan y regulan con cuidado en cada depósito, donde también se colocan trampas a base de feromonas para detectar y prevenir la visita de algún insecto, aunque antes de almacenar ningún documento procedente de compras o donaciones se comprueba que no alberga ninguno de estos indeseables seres.

La finalidad primordial de toda restauración consiste en estabilizar y recuperar obras en mal estado de conservación y permitir su consulta y exhibición pública; eso sin perjuicio de lo que cualquiera pueda ver y leer en las versiones digitalizadas, ya cuantiosas tras un decenio de desarrollo del programa correspondiente, creado en el 2008: el mismo año de construcción de la cámara acorazada que, en dos metros cuadrados, guarda joyas como los códices de Leonardo, el Cantar de Mío Cid o la Biblia de los Pobres, más algunos dibujos de Velázquez.

La restauración y encuadernación, que cada año salva unas 4.000 obras de la BNE, es también investigación. Porque el papel, y no sólo su contenido, habla y enseña Historia. Luz Díaz, especialista en identificación de obras deterioradas y únicas, puede pasar horas explicando cómo el tránsito del papel de lino o algodón al de pasta de madera, paralelo a la sustitución de los procesos artesanales por los industriales en el siglo XIX, no sólo revolucionó la producción editorial al abaratarla y masificarla; también dio lugar a una enorme variedad de calidades, unas longevas y otras enfermizas.

Menos mal que alguien cuida de nuestros libros: nuestra historia.

Los restauradores y encuadernadores de la BNE intervienen cada año unas 4.000 obras. Las más relevantes se exhiben luego en exposición.(Foto: Emilia Gutiérrez)













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