Cartel del documnetal. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de febrero de 2017. (RanchoNEWS).-Naief Yehya en su columna Filo Luminoso reseña para La Razón el documental de Kristen Johnson quién continúa con la interrogación sobre el poder de la cámara.
Cameraperson es una obra singular que por un lado muestra la variedad de asuntos que tratan los filmes en que ha trabajado, desde Jacques Derrida, mientras camina por el Village neoyorquino y le dice: «La camarógrafa lo ve todo y a la vez está ciega de lo que sucede a su alrededor, como el filósofo que por ver una estrella se cae a un pozo»; hasta un hospital de maternidad en Nigeria donde, entre docenas de partos exitosos, le toca presenciar el de un bebé que no puede ser salvado ya que no cuentan con el oxígeno que necesita desesperadamente. Al presentar diferentes maneras de abordar a cada sujeto, lugar y situación, la cineasta pone en evidencia tanto la espontaneidad de ciertos encuadres, como la meticulosa búsqueda de una posición ideal, de los ángulos más reveladores, de las tomas que reflejen con la máxima intensidad lo que se quiere mostrar. Es una obra hecha de accidentes y de hallazgos, de casualidades y pietaje sobrantes, pero es a la vez un documento fascinante que respeta una metodología estricta y severa. De esta forma Johnson ofrece destellos de la forma en que opera el caos de la memoria.
«A veces uno se mueve entre cosas banales y de pronto descubre algo interesante», comenta fuera de cámara la cineasta y eso mismo sucede con su filme. Vemos personajes que parecen intrascendentes y que más tarde regresan y dejan de ser secundarios para volverse protagonistas. Asimismo vemos lugares aparentemente irrelevantes que resultan tener una historia espantosa. La cinta evoca el horror de algunos genocidios recientes simplemente al mostrar espacios desiertos, espectrales y abandonados como Wounded Knee, donde cientos de sioux fueron asesinados, el Hotel África en Liberia donde tuvieron lugar masacres de civiles, la piscina Bibi Mahru Hill, donde el Talibán llevaba a cabo ejecuciones públicas, la Casa Karaman donde esclavizaban y violaban mujeres musulmanas en Bosnia, el Motel Miljevina que servía de cuartel a los soldados serbios que llevaron a cabo las violaciones y la iglesia Nyamata en Ruanda, donde los hutus masacraron a unos diez mil tutsis. Johnson evita el tradicional uso de fotos o pietaje de archivo de muertes o violencia para imprimir autenticidad o impactar al público. A su vez, evoca la atrocidad de la guerra por medio de entrevistas a víctimas, cuyos rostros no enseña y en cambio filma sus manos. Una estrategia cuestionable ya que al proteger la identidad del sujeto (en este caso una mujer que fue violada) se le protege de represalias y de la vergüenza pero a la vez se omite un elemento fundamental para la denuncia. Aquí lo que resalta es el dilema de qué tanto se debe presionar a un entrevistado para recordar el horror y de qué sirve hacerlo.
La cinta toca de varias maneras el dilema de lo mostrable y lo inmostrable. Johnson retoma las palabras de otros para explicar su posición. Así tenemos al abogado que trata de obtener una sentencia contra los asesinos de James Byrd Jr., un hombre al que arrastraron con una camioneta por la carretera hasta matarlo, y describe las espantosas heridas del hombre en vez de mostrar las fotos: «Oír a alguien hablar de eso y verlo es diferente». Por otro lado tenemos al portavoz del colectivo disidente de cineastas sirios Abounaddara, Charif Kiwan, quien explica a un público que mostrar imágenes de muertos es una falta de respeto y un recurso para vender. «Cuando te enfocas en la muerte eso es el final del argumento, nada más se puede hacer ni decir. Tenemos que encontrar la manera de representar el horror y la muerte sin violar la regla de oro que es respetar la dignidad de los individuos». La única sangre que se muestra es la de los bebés recién nacidos, con lo que lo visceral es una reafirmación de la vida.
Igualmente importante es la idea de la memoria, de cómo recordamos y nos definimos por el pasado. Johnson muestra a su madre, Catherine Joy Johnson, quien padece de alzheimer, primero a tres años de su diagnóstico y más adelante la vemos deteriorarse hasta su muerte. Su mente borrándose irremediablemente y haciéndola perder contacto con la realidad es la devastadora contraparte de una vida de acumular imágenes y recuerdos y de emplearlos para la denuncia, el placer o la revelación.
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