El músico en el inicio de su carrera (Foto: Archivo)
E spaña, Madrid 26 de Diciembre 2006 (DIEGO MANRIQUE/ El País).- James Brown, figura máxima de la música afroamericana, falleció en las primeras horas de ayer, en el Emory Crawford Long Hospital de Atlanta (Georgia). El cantante, de 73 años, había sido ingresado el domingo aquejado de una pulmonía. El siglo XX quedó marcado por la emergencia de la música afroamericana y nadie alcanzó una posición tan hegemónica en ella, al menos durante la segunda mitad del siglo, como James Brown. Michael Jackson pudo ser más popular pero no gozó de su influencia sonora. Miles Davis tuvo más respeto pero nunca logró su impacto comercial.
En los cincuenta, James Brown llevó sus modos de iglesia al rhythm and blues, que en los sesenta, ya con conciencia racial, se transformó en soul e inundó el planeta. Desarrolló el concentrado de ritmo que se bautizó como funk y que mantendría su gancho hasta el presente. En los setenta, el funk tuvo como hijo bastardo a la disco music y sirvió de base para el hip-hop: miles de temas de rap parten de grabaciones de Brown como Funky drummer o Give it up or turn it loose.
El funk es una creación colectiva: todos los instrumentos se concentran en generar ritmo, a expensas de la melodía. James Brown tuvo la habilidad de implicar a instrumentistas imaginativos, muchos de los cuales siguieron productivas carreras en solitario: Alfred Pee Wee Ellis, Maceo Parker, Fred Wesley, William Bootsy Collins. Pero sin la visión de James Brown, es posible que no hubieran pasado de nombres para coleccionistas. Brown entendía su orquesta, fueran los Famous Flames o los JBs, como su instrumento particular: sus famosas coletillas -"llevadme al puente", "dad espacio al batería"- eran instrucciones de escenario. Buscaba el momento óptimo para grabar: muchos de sus clásicos se hicieron en la carretera, entre actuación y actuación. No podía ser de otra manera. Brown se había ganado el título de "el trabajador más duro del mundo del espectáculo" por la intensidad de sus actuaciones y el número de conciertos: más de 300 en sus buenos años. Alardeaba de la afilada precisión de sus bandas, sometidas a disciplina militar: multas por retrasos, descuidos indumentarios, fallos musicales; si el culpable se resistía, podía ponerse violento.
Venía de un mundo duro. Nació en una choza en los alrededores de Barnwell (Carolina del Sur) el 3 de mayo de 1933, aunque también se han sugerido fechas anteriores. Abandonado por su madre, creció con su padre, un trabajador itinerante, hasta que terminó en Augusta (Georgia), donde una tía regentaba una fonda que también funcionaba como timba y prostíbulo. Sin apenas educación, el niño Brown procuró ganarse la vida limpiando zapatos, recogiendo algodón y robando piezas de coches. En una de esas fechorías, le atraparon y le condenaron a entre 8 y 16 años de cárcel (según él, todavía era un menor pero le encerraron y le juzgaron cuando llegó a la edad penal). Fue un buen preso y, tras tres años y un día, le soltaron.
Soñó con profesionalizarse como boxeador o pitcher de béisbol. Pero entró en la música gracias al pianista Bobby Byrd, cuya familia prometió alejarle de la delincuencia. Hacían gospel pero un encuentro con el representante de Little Richard les impulsó a cambiar de onda. Como los Famous Flames, incluso asumieron la personalidad de Little Richard & The Upsetters, cumpliendo sus contratos regionales cuando Tutti frutti se hizo éxito mundial. Debutó discográficamente -y triunfó- en 1956, con el sello King. Una cruz de la que no se libraría fácilmente: era una compañía corta de mente, que se resistió a muchas de sus ocurrencias (James tuvo que pagarse hasta la grabación del ahora mítico Live at The Apollo). Durante años, fue comercializado como un artista sureño y, todo lo más, como figura del gueto. Esto explica que nunca llegara al número uno en las listas nacionales -sí en las de rhythm and blues- a pesar de colar allí docenas de éxitos. Y hace aún más impresionante la enormidad de su influencia. Contemporáneos suyos como Ray Charles, Otis Redding o Aretha Franklin llegaron sin problemas al mercado blanco. Sin embargo, se juzgó que Brown resultaba demasiado salvaje para el gran público (ni siquiera entró en el circuito contracultural y en los festivales hippies, tan provechosos para muchos artistas negros). Se hizo más intimidante a partir de 1968, cuando musicalizó la ideología del Black Power con Say it loud - I'm black and I'm Proud.
Pero no era un radical. Creía en la integración y en el capitalismo: intentó establecer una cadena de restaurantes y una red de emisoras de radio. En 1968, intervino para calmar los disturbios que siguieron al asesinato de Martin Luther King; también fue a tocar ante los soldados destacados en Vietnam. Si le llamaban de la Casa Blanca, allí acudía, aunque el inquilino fuera Richard Nixon.
Dada su buena disposición ante las autoridades, no entendió que le echara encima todo el peso de la ley. En 1988, culminando una serie de incidentes por violencia doméstica, fue arrestado tras una persecución policial que dejó su coche acribillado. Ya se sabía que su agresividad y su paranoia se debían al PCP, droga conocida como "polvo de ángel". Le cayeron seis años de cárcel. Cumplió la mitad. Le amargó comparar su sentencia con el trato aplicado a, por ejemplo, Jerry Lee Lewis, de historial aún más turbulento, aunque debe recordarse que James salió mejor librado de posteriores detenciones por drogas y conflictos matrimoniales.
No era una florecilla del campo: abofeteaba en público a empleados por transgresiones menores. En una de sus últimas visitas a España, recibió a este periodista en un modesto camerino de La Riviera madrileña. Estaba encaramado a un taburete, impecable desde el tupé a las botas; aunque ofreció asiento a una invitada, el entrevistador debió hacer su trabajo de pie. Exigía pleitesía: el Padrino del Funk no quería que nadie olvidara que había cambiado la música para siempre.
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