Rancho Las Voces: Ensayo / Armando González Torres: «Jean Baudrillard: la teoría como ficción»
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

martes, marzo 13, 2007

Ensayo / Armando González Torres: «Jean Baudrillard: la teoría como ficción»

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Caricatura del filósofo (Foto: Archivo)

M éxico, 10 de marzo de 2007 (El Universal/Confabulario).- Jean Baudrillard (1929-2007) es una figura que, aunque se reputaba irreverente y solitaria, resulta típica de cierto perfil intelectual descollante en nuestros tiempos y representa una de las voces más intemperantes del espíritu de la época llamado posmodernismo. Autor multidisciplinario, su obra pasa desde una perspectiva de coloración marxista sobre la industrialización y la sociedad de consumo hasta una indagación profundamente pesimista, a ratos sugerente y a ratos delirante, de la época posmoderna.

La trayectoria y recepción de Baudrillard —de modesto profesor de sociología en los 60 a superestrella intelectual en los últimos 20 años— muestra la forma en que la herencia radical ha penetrado en el pensamiento y la teoría moderna y ha influido no sólo en segmentos significativos de la academia humanística, sino en un nutrido público contracultural, ávido de una educación sentimental que contemple como asignaturas el arte de la sospecha, la virtud de la rebeldía y la subversión del sentido.

No es fácil referirse a una obra ambiciosa, prolija, voluble y que, en sus últimos años, se dedicó a torpedear las formas normales de formulación teórica, interpretación y escritura; una obra, además, surcada por múltiples vericuetos, digresiones y reciclamientos y protegida por una jerga entre científica y esotérica, saqueada de las más diversas procedencias. Puede decirse que en sus primeros libros, El sistema de los objetos, La sociedad de consumo o El espejo de la producción, publicados a finales de los años 60 y principios de los 70, Baudrillard mezcla el marxismo, el estructuralismo y el psicoanálisis para describir la manera en que el consumo se convierte en un nuevo eje del orden social y moldea la conducta a través de un complejo sistema simbólico. Para Baudrillard el consumo genera un sistema de prestigios e identidades que distorsionan las necesidades reales, anuncian la dominación del sujeto por el objeto y conllevan el peligro de conducir a una sociedad habitada por autómatas ignorantes de su interioridad y sus expectativas más genuinas. Ante este fenómeno de alienación, en El intercambio simbólico y la muerte (1976) Baudrillard, siguiendo la huella de George Bataille, trata de encontrar en las practicas arcaicas de intercambio, en los festines y dispendios rituales o en determinadas manifestaciones creativas que nieguen el valor, una ruptura con los criterios pragmáticos y, también, la posibilidad de resistir y subvertir el proceso enajenante y represivo de producción e intercambio del capitalismo.

Esta exploración por el fenómeno de la alienación se profundiza a finales de los 70 y principios de los 80 cuando comienza a vislumbrar los perfiles de la sociedad posmoderna y “el crimen perfecto” que implicará la sustitución de la realidad por el simulacro. Para Baudrillard, en la sociedad posmoderna, la producción se desvanece como punto de referencia y de interpretación; las antiguas estructuras e identidades (clases sociales, ideologías) se diluyen; los distintos campos de actividad (economía, ciencia, estética) sufren una “implosión” y pierden su especificidad, y los conceptos de verdad e historia se desvanecen frente a un sistema omnipotente de reflejos y simulacros. De manera que en el mundo del simulacro no hay una realidad, sino un monólogo mediático que, al invadir y atrofiar antiguas de interlocución social, se convierte en el artífice principal de la percepción del mundo. La hegemonía del simulacro se consolida mediante la proliferación ininterrumpida, a través de las más diversas extensiones tecnológicas, del ruido y la imagen en la existencia del individuo. La hiperrealidad de los medios, con su oferta de informaciones de actualidad, sensaciones prestadas y paraísos artificiales, diluye las distinciones entre público y privado o suceso mediático y fáctico y sustituye una vida cotidiana cada vez más pobre y desprovista de significado. La hiperrealidad mediática no sólo constituye un medio de sustitución temporal, sino de codificación y encauzamiento del pensamiento y la conducta humana. El mundo deviene entonces en un lugar de pesadilla, gobernado por un azar delirante que rebasa cualquier intencionalidad; en un sombrío escenario de la muerte del hombre, en donde las instituciones que la Ilustración destinaba a emanciparlo —el progreso científico, la cultura y la democracia— se vuelven sus sepultureras.

Pese a su dramatización, esta observación del mundo posmoderno sin duda ofrece diversos hallazgos y claves valiosas para el análisis. A partir de esta intuición inicial, Baudrillard pretende la formidable empresa de distinguir las distintas manifestaciones de la metamorfosis posmoderna en las más diversas áreas, desde la filosofía y la ciencia hasta la cultura popular y la vida cotidiana. Sin embargo, este intento, lejos de encauzarse en estudios empíricos, implica un cambio en la forma de análisis y su obra se vuelve todavía más ecléctica y desconcertante tanto en las fuentes de interpretación como en el estilo. Más que nunca desprovista de ataduras y obligaciones académicas, la obra de Baudrillard deriva, a medida que su fama crece, hacia un género libérrimo (donde caben el ensayo, el aforismo o el conjuro), que oscila entre la búsqueda de la revelación, el infantilismo y la verborrea. Al tiempo que su ataque a las ideas de verdad y su relativismo axiológico se profundizan, Baudrillard adopta posturas controvertidas en lo político, que van desde una excéntrica interpretación de la guerra del Golfo hasta la celebración de la no ratificación de Francia a la Constitución Europea pasando por una valoración, por decir lo menos, ambigua de los atentados terroristas del 11 de septiembre.

En suma, entre la sociología, la filosofía y la ciencia ficción, Baudrillard crea una trama que hace al individuo víctima de dominaciones anónimas y ubicuas a menudo representadas con entelequias como la tecnología o “el sistema”; que condena toda forma de institucionalidad y discurso como intrínsecamente represores y que considera aspectos como la democracia y los derechos humanos un simple disfraz del control social. En este mundo, no hay legitimidad, autoridad o significado, sólo inercias, poderes vacíos y autorreferentes que se deslizan subrepticiamente por todos los actos y creaciones humanas. Sin duda, esta visión, tan cercana a cierta aprehensión estética de la modernidad, tiene gran poder de seducción y algunos visos de realidad; sin embargo, el problema de llevar la supuesta crítica social hasta este grado de generalización y abstracción, consiste en que se olvidan las reivindicaciones concretas; se minimizan las posibilidades de reforma y se privilegian los extremos de la indiferencia o el radicalismo. Por desgracia, esta posición no es excéntrica y los altibajos de la obra y las posturas de Baudrillard representan los de toda una estirpe de académicos e intelectuales públicos que, con distintos grados de profundidad y fortuna, han planteado una crítica radical a su época y a la modalidades habituales de interpretación, pero que también han sido parte de un rentable sistema contracultural y de una farándula de la reflexión en la que suelen alternarse el trabajo sistemático y la frase efectista, la crítica y el espectáculo, la denuncia y la irresponsabilidad. Más allá de sus inconsecuencias o de su, en ocasiones, insufrible vaciedad, estas tendencias están demasiado extendidas como para ignorarlas. Quizá el diálogo crítico comienza entonces por una preceptiva de lectura amistosa para obras deliberadamente perturbadoras como la de Baudrillard: hay que leerlo sin prejuicios pero sin complacencia, con apertura pero con discernimiento y sentido común, con pasión pero con responsabilidad.

González Torres. Escritor. Su obra más reciente es Eso que ilumina el mundo


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