.
Los escritores Daniel Galera y Milton Hatoum. (Foto: Página/12)
A rgentina, 12 de noviembre, 2007. (Silvina Friera/ Página/12).-En el hotel de Retiro, Milton Hatoum parece que cuenta un chiste mientras espera a su colega, el joven Daniel Galera. De Manaos a Porto Alegre, del noroeste al sur de Brasil, hay casi seis horas de vuelo. «Estamos más cerca de Miami», dice Hatoum, hijo de un inmigrante libanés-musulmán y de una brasileña cristiana de origen libanés, que nació en Manaos y vive actualmente en San Pablo. La lujuriosa extensión del país vecino consigue quebrar la lógica del sentido común geográfico y provoca que un dato de la realidad parezca inverosímil. A falta de un mapa para orientarse en los laberínticos caminos que conducen de una ciudad a la otra, la literatura, como siempre, puede ser una excelente brújula para empezar a merodear las callecitas tropicales. De un tiempo a esta parte, los lectores argentinos están descubriendo a nuevos autores, gracias al programa de apoyo a la traducción de la literatura brasileña contemporánea, patrocinado por la Embajada de Brasil en Buenos Aires. Un antecedente previo a esta movida, que tal vez haya funcionado como puntapié, fue la antología del cuento Vereda Tropical (Corregidor). El año pasado estuvieron en Buenos Aires Joao Gilberto Noll y Miguel Sanches Neto, presentando, respectivamente, sus novelas Lord (Adriana Hidalgo) y Un amor anarquista (Beatriz Viterbo). En abril, para la Feria del Libro, la grata sorpresa llegó a través de la presencia de Sérgio Sant’Anna con Un crimen delicado (Beatriz Viterbo), traducida por César Aira. Ahora se suman Hatoum con Dos hermanos (Beatriz Viterbo) y Galera con Manos de caballo (Interzona), que estuvieron en el país, y la reciente antología Terriblemente felices (Emecé), con selección, traducción y prólogo de Cristian De Nápoli.
Los nombres de los escritores brasileños que deberían circular en las librerías argentinas podrían multiplicarse, y no es una mera expresión de deseo. Si una visita de Caetano Veloso equivale a siete conciertos seguidos a sala llena, lo que resulta inexplicable es que ese entusiasmo «no haya traído aparejado un interés sólido por lo que se escribe actualmente en Brasil», como advierte De Nápoli en el prólogo de Terriblemente felices. Quizá por la distancia generacional, Hatoum podría ser el padre de Galera. Aunque sus novelas están hilvanadas por el influjo geográfico de regiones bien distintas –Manaos y Porto Alegre, territorios donde nacieron–, y narradas con sentidos del tiempo opuestos –Hatoum con un ritmo quizá más moroso y reposado; Galera, con una velocidad tan atípica, que adjetivarla de vertiginosa le queda corta–, en ambas tramas se despliega la búsqueda de la identidad. En Dos hermanos, Hatoum decide narrar la historia de dos gemelos –Yaqub y Omar– y sus relaciones con la madre, el padre y la hermana, desde la mirada de Nael, hijo natural de la criada de la casa y el narrador de la historia. Uno de esos gemelos es el padre del narrador, personaje al que Hatoum define como descentrado, «en la frágil frontera entre una familia a la que no pertenece cabalmente y la condición de marginado social». En Manos de caballo, Galera ofrece un paneo contundente por tres momentos de la vida de Mano: su adolescencia –ese ciclista urbano que «se lanza barranca abajo pedaleando a una velocidad suicida que deja perplejo a cualquier observador»–, su intento de domesticar la violencia en la que creció estudiando medicina, la crisis existencial («es médico, pero desde que despertó hoy a la mañana no se siente más un médico») y el proyecto delirante de escalar el cerro Bonete, en Bolivia.
«La búsqueda de la identidad es un motivo literario universal –señala Hatoum en su primera visita al país–. Brasil es un país incomprensible: es tan grande, con tantas etnias, con tantos orígenes, que la identidad acaba por ser algo muy difuso. Somos tantas cosas juntas que ya no sabemos quiénes somos. Creo que es una pregunta sin respuesta». Galera plantea que la obsesión por la identidad es un conflicto moderno por excelencia, aunque cuando comenzó a escribir Manos de caballo, no se daba cuenta de que fuera un tópico recurrente en la literatura contemporánea. «Leí los libros de Joao Gilberto Noll cuando era adolescente, y siempre me impresionaron sus personajes difusos, que no están acorazados en sus identidades, y esos personajes influyeron un poco sobre mí», recuerda el escritor, que fundó la editorial Livros do Mal. «Las identidades son cada vez más frágiles y difusas –opina Galera–. Antes, las vidas estaban más regladas, había un horizonte más o menos previsible, imperativos familiares que cumplir, y pocos se apartaban de ese camino. Pero hoy no hay pautas, ni certezas. Mi generación creció sabiendo que cada uno puede construir su propia identidad, que no hay opciones que estén más legitimadas que otras».
Gonzalo Aguilar, autor de Poesía concreta brasileña: las vanguardias en la encrucijada modernista, en una columna que escribió para Página/12, recordó que en la novela Quarup, de Antonio Callado, de 1967, una expedición parte hacia el centro geográfico de Brasil, en plena selva, para encontrar la esencia de lo nacional. «Cuando llegan, sin embargo, sólo encuentran un gigantesco hormiguero. Uno podría decir que la narrativa brasileña, desde hace años, se asemeja a este gran hormiguero: plural, caótica y vital. De todas las literaturas del continente, la brasileña es claramente la más posnacionalista –afirma Aguilar–; es decir, la que se ha deshecho con más contundencia del legado representado por Quarup (la revelación del enigma nacional) y la que está más pendiente de los efectos de la globalización en la experiencia y en los modos de narrar».
Preguntas sin respuestas, certezas de antaño trituradas por las cuchillas de la globalización. Entonces se imponen nuevos interrogantes: ¿qué hacer con esos residuos, con lo heredado, cómo capitalizar estas identidades difusas en la literatura? Hatoum admite que después de escribir dos de sus novelas, Relato de un cercano Oriente y Dos hermanos, aprendió a pensar su vida, a mirarla de otra manera. «La literatura es una forma de conocimiento de uno mismo y del otro. Aprendí que podría haber nacido en la Argentina, en Chile o en Colombia, porque la inmigración era azarosa. Parte de mi familia se fue a los Estados Unidos, otra llegó a Brasil, algunos se quedaron en el Amazonas, otros en el nordeste y hubo quienes se fueron a San Pablo. Nací en Manaos, pero podría haber nacido en cualquier ciudad –repasa el escritor el pasado familiar, como si estuviera subido al barco que fue desparramando familiares por el continente americano–. Muchos inmigrantes que iban para San Pablo se fueron al final a Buenos Aires, siguieron con el barco y llegaron acá, o cruzaron al Uruguay. Cuando uno escribe, intenta descubrir algo de su propia vida, porque la literatura es una exploración de sí mismo. También me di cuenta de que somos una cultura trasplantada, no somos europeos, ni nativos como los indígenas. Y la pregunta, entonces, sigue siendo la misma: quiénes somos».
¿Cómo se aprovecha esta cultura trasplantada?
Creo que es una ventaja tener por tradición algo que está en otros lugares. Hay una frase de Guimaraes Rosa, tal vez el autor más importante de Brasil, que dice: «Yo soy donde nací, soy de otros lugares». Eso significa que puedo ser un europeo en Manaos, pero al mismo tiempo no puedo despreciar el acervo de Manaos, el vocabulario brasileño, que es muy diferente al vocabulario y la sintaxis europeo-portuguesa. Nosotros no escribimos como los portugueses, y no pensamos como los portugueses, somos mucho menos retóricos. El portugués del Brasil es mucho más maleable y tiene millares de palabras del guaraní y de origen africano. Un gaúcho de Rio Grande do Sul no escribe como un brasileño del Amazonas, que está a cinco mil kilómetros de distancia. La cultura trasplantada es una cultura siempre en formación y que no está cristalizada.
Mano siente vergüenza en el baño de su casa por el hecho de haber perdido la pelea con Macaco, guionada en su propia imaginación. Nael, ese narrador que busca desesperadamente saber quién es su padre, subraya que «la memoria inventa, incluso cuando quiere ser fiel al pasado». Hatoum recuerda que Borges decía que el olvido es una de las formas de la memoria y que Clarice Lispector advertía que podemos recordar cosas que no existieron. «La memoria es sinónimo de imaginación, es una hermana gemela», define el autor de Dos hermanos. «No creo en la memoria puntual, como recuerdo exacto del pasado. Eso no existe. Por eso la distancia temporal es importante para escribir. Las novelas muchas veces son más importantes que la historia oficial. Hace poco estuvo en Brasil el historiador italiano Carlo Ginzburg y dijo algo muy interesante: que aprendía más historia leyendo novelas, porque encuentra mentiras que llegan a una verdad profunda. A mí me interesa más leer Conversación en la Catedral, para entender al Perú de los años ’50, que leer un libro de historia». Galera, al igual que Hatoum, opina que la literatura brasileña contemporánea es tan variada y diversa, que cada escritor elige un camino particular, donde se mixturan las obsesiones, los sueños, la imaginación. «En esta novela quería mostrar cómo un adolescente persigue ciertos símbolos del heroísmo, que implican actuar con cierta agresividad, con valentía en el mundo. El quiere incorporar en su vida estos ideales de heroísmo. Pero la novela es la historia de cómo él descubre que nunca lo va a conseguir».
Una de las coincidencias entre las novelas de Hatoum y Galera es la presencia del ascenso social a través de la educación universitaria: Mano es médico; Yaqub, ingeniero. ¿Perdura ese imaginario actualmente o las crisis económicas y educativas pusieron en jaque el sueño de progreso? «Los pobres del Brasil, el 70 por ciento de la población, no saben lo que es la educación. Creo que la única vía de ascenso social sigue siendo la educación, pero en Brasil los pobres no pueden estudiar en la escuela pública, que es muy precaria, y no ingresan a la universidad. Ahora el gobierno de Lula, por primera vez, a través de un programa que se llama ProUni (pro universitario), les paga una mensualidad a los pobres que ingresan a las universidades privadas. Entonces, dentro de cinco años, habrá muchos doctores pobres», advierte Hatoum. «La cuestión es si al final de esa educación se obtiene la recompensa esperada. Porque muchos egresan y no consiguen empleo y eso genera una gran desilusión», opina Galera.
La diferencia idiomática es una condición necesaria, pero no suficiente, para explicar la escasa difusión que ha tenido la literatura brasileña contemporánea en los países hispanohablantes. Tanto Hatoum como Galera aspiran a una verdadera integración cultural a través de la literatura, aunque la realidad, por ahora, opaca esta posibilidad porque «muchos argentinos no leen portugués», precisa Hatoum. «Sin un diálogo cultural entre los escritores y los lectores, el Mercosur no es posible», agrega. Galera, que está escribiendo una novela que transcurre en Buenos Aires, coincide: «Queremos leer a los autores argentinos y que ellos también puedan leernos a nosotros». El próximo año, Adriana Hidalgo publicará las novelas Harmada y A cielo abierto, de Joao Gilberto Noll, además de ¿Dónde estará Dulce Veiga?, de Caio Fernando Abreu, y El gran sertón, de Guimaraes Rosa. Frente a esta tensión entre cercanía geográfica y distancia cultural, Hatoum y Galera creen que no hay muchas más vueltas que darle al asunto. «La literatura nos dice que no pertenecemos a un único sitio sino que somos de muchos lugares.»
REGRESAR A LA REVISTA