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El premio Cervantes 2009. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de noviembre de 2009. (RanchoNEWS).- La obra de José Emilio Pacheco (1939) concita fervores generacionales y nacionales. Cuando, a finales del pasado junio, recibió la Medalla de Bellas Artes en la sede mexicana del Instituto Nacional, Elena Poniatowska llegó a decir que «los jóvenes se arrodillan ante Pacheco», porque «es uno de ellos, es la voz de la tribu». En la reciente Antología de la poesía del siglo XX en México, de Marco Antonio Montes Campo (Visor, 2009) se asegura que resulta también el poeta mexicano más conocido fuera de su país y se entiende su obra como una unidad que refleja nuestro paso «por un mundo condenado: no en la inminencia de la catástrofe, sino en una catástrofe tras otra». Su prestigio no se asienta tan sólo en la poesía: ha sido profesor en diversas universidades estadounidenses, en Gran Bretaña, en Canadá, además de profesar en su país. Ha dirigido suplementos literarios; ha cultivado el periodismo, la novela, el cuento, el ensayo, el guión. Se especializó en la poesía mexicana del XIX, y, en su juventud y madurez estuvo próximo a Cernuda, a Alfonso Reyes y a Paz. es un excelente traductor. Y ha ido puliendo su obra, siguiendo la fórmula juanramoniana.
Desde la tradición mexicana, en sus dos primeros libros descubriremos huellas del simbolismo, del surrealismo, de «Los Contemporáneos», de un López Velarde asumido críticamente, de Alí Chumacero, de Bonifaz Nuño. Pero de ahí nace la voz original que irá modificándose y alcanzando, desde los años 50, una relevancia que se ha ido jalonando con premios como el Reina Sofía de Poesía Iberoamerican, el Octavio Paz, el Pablo Neruda en Chile, el Xavier Villaurrutia, el García Lorca, el José Asunción Silva en Colombia, el Nacional de Poesía, o el I Premio Iberoamericano de Letras José Donoso. Se le sitúa en la promoción de los 50, próximo a Carlos Monsiváis, a Sergio Mondragón, José Carlos Becerra, a Homero Aridjis, a Sergio Pitol, a Gabriel Zaid, quien comentó ya sus primeros libros: Los elementos de la noche (1963) y El viento distante, que junto a El reposo del fuego (1966) constituyen una primera etapa. Pero será tras la edición de su novela Morirás lejos (1967) cuando con No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) pasará a ser considerado como uno de los poetas más destacados de su tiempo.
Ya resulta tópico señalar la circularidad unitaria de su obra, la referencia a un «mandala», tal vez herencia indirecta de Paz, las influencias orientales, incluso en formas poéticas, y helenísticas. Pero sus temas esenciales son los de la poesía de nuestro tiempo, culminando en lo amoroso y erótico. Sin lugar a dudas, la obra de Pacheco coincide en algunos de sus rasgos con la promoción coetánea española: el hallazgo de la narratividad, la utilización de un lenguaje cotidiano, casi oral; el dramatismo de algunos de sus textos; un pesimismo radical que se transmite en otros.
Su preocupación por la esencialidad mexicana se ejemplifica en su naturaleza de poeta urbano, de un México D.F. que parece sumergirse en una decadencia deliberada. Pero, de forma subterránea, pueden descubrirse también los rasgos de los mitos primitivos mexicas. Su obra manifiesta un extremo cuidado por el lenguaje, el respeto a la tradición y un intelectualismo fruto de un hondo conocimiento de lo universal.
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