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El pintor. (Foto: Manuel Álvarez Bravo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 21 de diciembre 2009 (RanchoNEWS).- Hoy, hace 25 años, falleció Carlos Mérida (1891-1984), pintor de origen guatemalteco, quien llegó por vez primera a México en 1919. Aquí participó en el movimiento del muralismo y transcurrió en el país casi toda su carrera. El joven artista venía de París, donde adquirió «las claves de la modernidad», según Carlos Monsiváis. Una nota de Merry MacMasters para La Jornada:
El 2 de marzo de 1924, el diario El Demócrata publicó la siguiente cita de Diego Rivera –Mérida fue uno de sus asistentes en el mural La creación (1921), del Anfiteatro Bolívar–: «Carlos Mérida fue el primero en incorporar la presencia americana en pintura verdadera, y nadie puede permanecer inmutable ante las armonías de su color grave y abundante».
La última gran exposición dedicada a su obra, Homenaje Nacional a Carlos Mérida: americanismo y abstracción, se organizó con motivo del centenario de su nacimiento, a finales de 1992 en el Museo del Palacio de Bellas Artes. Después itineró al Museo de Monterrey.
Dado el tiempo que ha pasado desde entonces, aunado a los cinco lustros de su muerte en México, la galería Arvil solicitó al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) que se haga una nueva exposición, a modo de revisión, «imagino que mediante el Museo de Arte Moderno», expresa Armando Colina, codirector de la galería, junto con Víctor Acuña.
Recuerdos de su amistad
Para Colina sería una buena ocasión para reditar el catálogo de 1992, el cual salió con «muchas erratas», y que contiene textos relevantes de Carlos Monsiváis, Armando Torres Michúa, Alfonso Soto Soria y Luis Rius Caso, entre otros.
A Colina también le gustaría que la muestra fuera a Oaxaca, porque «Francisco Toledo es gran admirador de la obra de Mérida y siempre nos pide que le mandemos una nueva exposición». Otro admirador es el curador francés Serge Faucherau, quien piensa dedicarle buen espacio en su próximo libro.
Los responsables de Arvil mantuvieron una estrecha amistad con Mérida en sus últimos años de vida. «Víctor y yo –relata Colina– éramos amigos de su hija Ana, la famosa bailarina y coreógrafa. Un día nos llegó una señora de esas cajueleras para ofrecernos unos Méridas. Me horroricé al pensar que las obras de un hombre de su talla se vendieran así. Le hablé a Ana para preguntarle cómo era posible que a su papá lo vendiera una cajuelera. ‘Ay, es mi hermana, que es muy tonta, pero voy a hablar con mi papá’, dijo. Nos fuimos a comer Ana, Víctor, el maestro y yo. En esa época habíamos creado Arvil Gráfica, porque nos dimos cuenta que nuestros clientes no entendían que una obra gráfica es un original seriado. Propusimos al maestro hacer una carpeta para nosotros. Después de pensarlo, nos habló para decir que le interesaba hacer una nueva versión de Estampas del Popol-Vuh, que realizó en los años 40 (del siglo pasado), pero que tenía otras ideas. La obra se llamó Un canto al libro sagrado».
Al conocer la seriedad de la galería, Mérida les tomó confianza. Colina y Acuña, no obstante, tardaron tres años en convencerlo de que «nos abriera su archivo, porque sentía que se iba a autopromover. Inventamos los jueves sociales, porque ese día se quedaba solo. Entonces llegaba a su taller a las 10 de la mañana y un día me dejó abrir unas cajas amarradas con mecate: era su archivo. Qué suerte que aún vivía, porque había fotos que nadie hubiera sabido quiénes eran las personas que en ellas aparecían. Pude documentar muchísimo material. Hicimos un acuerdo: lo que hubiera de duplicado, podía llevármelo y hacer un archivo en la galería para material de consulta».
Con motivo del nonagésimo aniversario del artista, la galería Arvil, junto con Cartón y Papel de México, promovió la publicación Carlos Mérida a sus 90 años, primer catálogo razonado de la obra gráfica, así como una exposición en el Museo del Palacio de Bellas Artes, que llegó a Monterrey y Estados Unidos.
Arte americano
La primera muestra de Mérida aquí, en 1920, causó asombro, porque, además de su carácter contemporáneo, «ya tenía idea de lo que llamaba arte americano, con raíces e ideas americanas», apunta Armando Colina, quien lo describe como hombre «muy modesto, discreto, de gran cultura y refinamiento, informado, que siempre trataba de superarse. La suya es una obra exquisitamente pensada. La gente cree que tomaba una regla, un compás y hacía la obra, pero no era así. Vimos cómo en el primer bosquejo situaba el área áurea, el segundo era a lápiz y el tercero podría ser lápiz a color o acuarela».
Aunque vivió muchos años en México, Mérida nunca se naturalizó. Colina señala: «En una ocasión le dijimos: ‘hágase mexicano. Tendríamos más facilidad para promover su obra’. Lo pensó, y me dijo: ‘Mira, Armando, mi país es tan pequeño, que si de alguna manera le aporto algo positivo me da gran satisfacción’».
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