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La escultora austriaca. (Foto: Bernardo Pérez)
C iudad Juárez, Chihuahua. 27 de noviembre 2009. (RanchoNEWS).- Elige sin dudar el japonés que frecuenta desde hace años. Aunque no sabría decir cuándo descubrió la comida nipona y sus rituales. Pide sashi-tei, un combinado de pescado, arroz y sopa de miso. De bebida, té verde. Un menú que conoce bien: Eva Lootz (Viena, 1940) parece previsible en sus rutinas, aun siendo una artista poco convencional. Viéndola usar los palillos con naturalidad, despojando al hecho de exotismo, se entiende que emprenda aventuras artísticas insospechadas sin que le arredre su dificultad. Esculturas de agua o Nieve sobre nieve, las últimas exposiciones, reflejan su apuesta por la tecnología con mensaje incorporado. Centrada en la escultura, en sus inicios realizó dibujos y grabados. Ahora ha dado un paso más: «Sólo hago obra en tres dimensiones», dice. Y el lenguaje tiene cada vez más peso. Una entrevista de Inmaculada de la Fuente para EL País:
La escultora lleva cinco años estudiando el agua. «Es tentador reflejar la transformación de un tramo de un río y convertirlo en escultura. Convertir el tiempo en cuerpo», declara. El primero ha sido el Guadalquivir, pero explorará otros más. «Me gusta ver qué pasa con las cosas. Y siento inclinación por los materiales raros. El mercurio, el hielo seco, la arena fina de sílice que fluye como el agua...».
Come con traquilidad, centrada en la conversación. Mientras los granos de arroz desaparecen del cuenco evoca el órdago que lanzó hace un año a un amigo, académico de Bellas Artes. Él le invitó a ingresar en la Academia argumentado que sólo había dos mujeres y que sería bueno que empezara a haber más. Lootz replicó que por qué no entraban tres o cuatro ya en vez de ese goteo. «Si quieren remediarlo, lo tienen fácil». Perdió así la oportunidad. A Lootz no le importa, pero piensa que en artes plásticas «hay ahora un elenco de mujeres con mucho peso». Y cita a Susana Solano, Cristina Iglesias, Soledad Sevilla... Lootz acaba de recibir el premio Casa de la Moneda, otorgado a Eduardo Arroyo, Antonio López o Andreu Alfaro, entre otros. Cuando supo que se lo habían concedido cayó en la cuenta de que era la segunda mujer que lo ganaba (tras Carmen Laffon). ¿No hay más?, pensó.
Lootz nació en la Viena anexionada por los nazis y creció bajo la influencia soviética. Estaba aún en el instituto cuando se fueron los rusos. Estudió bellas artes y dirección de cine, viajó por Europa con Adolfo Schlosser, entonces su pareja y se afincaron en España en 1965, con los últimos coletazos del franquismo. Se integraron en el grupo de artistas jóvenes de la galería Buades. Lootz empezó a trabajar con lonas, parafina, látex. En 1983 expuso una pieza con 500 kilos de mercurio facilitado por Minas de Almadén. Luego trabajó con hielo seco. «Me gusta sentir la tierra. Tengo una afinidad especial por la materia», confiesa.
A la vez que avanzaba como creadora descubrió la invisibilidad de la mujer en el arte. «Fue un doble camino. Hay cierto paralelismo entre el trato que se da a la naturaleza y a la mujer. Al igual que se acude a una cantera para extraer materias primas, la mujer no ha tenido más valor durante siglos que ser la gran reproductora. No es algo discursivo, sino implícito», dice. «Han cambiado mucho las cosas, pero la diferencia entre hombres y mujeres es aún enorme». Envidia a los artistas varones dedicados sólo a su obra gracias a que «alguien» les soluciona lo cotidiano. Un privilegio del que carecen aún muchas creadoras.
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