Rancho Las Voces: Poesía / Paúl Valéry: «El Cementerio Marino» (Traducción hecha por José Luis Domínguez)
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

miércoles, noviembre 30, 2011

Poesía / Paúl Valéry: «El Cementerio Marino» (Traducción hecha por José Luis Domínguez)


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El 30 de octubre de 2011 se celebraron los 140 años del natalicio del gran poeta y filósofo francés Paùl Valèry, como homenaje, les presentamos la más reciente traducción de su magno poema Le Cimetière Marin hecha por el poeta cuauhtemense José Luis Domínguez.

I

Este techo tranquilo, donde revolotean las palomas,
palpita entre los pinos, entre las tumbas;
justo al mediodía, compuesta de fuego,
la mar, la mar recomenzando a todas horas..!
¡Oh, recompensa después de un pensamiento
que es como una mirada profunda sobre la calma de los dioses!

II

¡Qué labor tan pura de relámpagos consume
tantos diamantes de tan sutil espuma
y aquella paz que parece concebirse!
Cuando sobre el abismo el sol reposa
los trabajos puros de una eterna causa,
cintila el tiempo y el soñar es saber.

III

Tesoro permanente, templo sencillo a Minerva destinado,
masa en calma y visible recato,
agua altiva, ojo que en ti guardas
tantos sueños bajo un velo de llamas.
¡Oh, silencio mío! Edificio del alma,
más cumbre de oro con mil tejas. Techo.

IV

Templo del Tiempo que un suspiro solo cifra,
a esa intención pura asciendo y me acostumbro
totalmente colmado de mi mirada oceánica;
y como mi ofrenda suprema a los dioses,
la cintilación serena siembra
en la altitud un soberano desdén.

V

Como la fruta que en el gozo se deshace
y su ausencia en delicia se convierte
en una boca donde su forma muere,
aspiro aquí mi por venir esencia
y el cielo canta al alma consumida
la mutación de las riberas en rumor.

VI

Bello, verdadero cielo, mira mi transformación
después de tanto orgullo y después de tanta
ociosidad más plena en poderío,
yo me abandono a este deslumbrante espacio;
sobre las casas de los muertos mi sombra pasa,
sombra que a su vaivén suave me somete.

VII

¡Expuesta el alma a las antorchas del solsticio
yo te sostengo, admirable justicia
de la luz de las armas sin piedad!
¡Yo te regreso a tu sitio primigenio:
¡Mírate! Pero regresa a la luz
supuesta en sombra de una mitad adusta.

VIII

Oh, para mí solo, en mí únicamente, en mí mismo,
cerca del corazón, en las fuentes del poema,
entre el abismo y el suceso puro,
yo espero el eco de mi interior grandeza,
cisterna amarga, sombría y sonora
que en el alma hace vibrar un hueco de los días por venir.

IX

¿Saben ustedes, falso cautivo de las frondas,
golfo glotón de magros enrejados,
deslumbrantes secretos sobre mis cerrados ojos ,
qué cuerpo me arrastra a su objetivo, perezoso,
qué frente se inclina sobre esta tierra ósea?
Una centella hay que piensa en mis ausentes.

X

Cerrado, sacro –pleno de un fuego inmaterial-
ofrecido a la luz, fragmento terrestre,
me place este lugar dominado por antorchas,
compuesto de oro, piedra y árboles umbríos,
de tanto mármol que se estremece bajo tantas sombras;
la mar que duerme aquí, fiel, sobre mis tumbas.

XI

¡Perra espléndida, descarta al idólatra!
Cuando solitario y con la sonrisa de un pastor
apaciento carneros misteriosos,
el blanco rebaño de mis tranquilos túmulos;
alejándose de él van las prudentes palomas,
los vanos sueños, los curiosos ángeles.

XII

Llegado aquí, el porvenir es pereza.
El nítido insecto rasca la sequedad;
todo está acabado, desecho, mecido en el aire,
en no sé qué severa ausencia;
la vida es vasta, al fin, ebria de esencia,
y es dulce la amargura, y el espíritu, transparente.

XIII

Los callados muertos están bien en esta tierra
que los reanima y revela su misterio.
Arriba, el Mediodía, en su mitad sin movimiento
que en sí se piensa y se persuade…
Testa plena y diadema perfecta,
Yo soy en ti la secreta mudanza.

XIV

¡Quién más que yo para contener tus temores
mis arrepentimientos, mis dudas, mis contradicciones!
que son el punto débil de tu gran diamante.
Pero en su noche toda grávida de mármoles,
un pueblo vaga hacia las raíces de los árboles
lentamente seducido ya por tu partida.

XV

Ellos se funden en una espesa ausencia,
La roja arcilla ha bebido blanca especie,
El don de vivir ha pasado a las flores.
¿Dónde están las muertas frases familiares,
el arte personal, las almas singulares?
Las larvas hilan donde nacen las lágrimas.

XVI

Los agudos gritos de las muchachas excitadas,
los ojos, los dientes, los humedecidos párpados,
el atractivo seno que coquetea con el fuego,
la sangre que brilla en los labios que los defienden,
todo bajo tierra va y entra en juego.

XVII

¿Y tú, alma inmensa, esperas un sueño
que ya no tenga esos colores del embuste
que a nuestros ojos muestran la onda y el oro de la fuente?
¿cantarás cuando seas vaporosa?
¡Basta! ¡Todo ha huido! Es porosa mi presencia,
también la impaciencia santa muere.

XVIII

Magra inmortalidad negra y dorada,
consoladora horrorosamente laureada,
que de la muerte haces un seno maternal,
el bello embeleco y el ardid piadoso.
¡Quién no sabe, y quién no rechaza
ese cráneo vacuo y esa eterna risotada!

XIX

Padres profundos, deshabitadas testas,
que bajo el peso de las multitudes
son la tierra y confunden nuestros pasos,
el verdadero roedor, el gusanillo irrefutable
es el de la conciencia, no es por aquellos que duermen
bajo la losa, vive de mí, no me deja en paz.

XX

¿Podría ser el amor o el odio hacia mi mismo?
Su diente secreto está tan cerca
que todos los nombres parecen convenirle.
¡Qué importa! Él quiere, ve, sueña, toca,
le place mi carne y hasta en mi lecho
pleno de vida lo veo aproximarse.

XXI

¡Zenon, cruel Zenon, Zenon de Elea!
Me has traspasado con esa flecha alada
que vibra, vuela y siempre permanece inmóvil.
Su sonido me inventa y la flecha me aniquila
¡Oh, sol!... La sombra de la tortuga
para el alma, inmóvil, Aquiles, a grandes pasos, avanza.


XXII

¡No, no! ¡De pie! En la era sucesiva.
¡Desgaja, cuerpo mío, esta forma pensativa!
¡Bebe, seno mío, el nacimiento del aire!
¡Del mar exhalada un frescura
me trae el alma… Oh, salada potencia!
¡Corramos detrás de esa onda, reflejo viviente!

XXIII

¡Sí! Inmensa mar dotada de delirios,
piel de pantera y desgarrada clámide
por miles y miles de imágenes del sol,
hidra absoluta, ebria de tu azulada carne,
que te muerdes la refulgente cola
en un tumulto parecido al silencio.

XXIV

¡El viento se yergue…! ¡Intenta vivir!
¡Abre y cierra mi volumen el inmenso aire,
La polvorienta onda que salta de las rocas!
¡Vuelen páginas todas deslumbradas!
¡Rompan olas, elévense, rompan las gozosas aguas,
este techo tranquilo donde los foques picotean.

Versión original: Le Cimetière Marin

Mayor información: Paúl Valéry





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