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La actriz coreana. (Foto: Página/12)
C iudad Juárez, Chihuahua, 17 de noviembre 2011. (RanchoNEWS).- Decidida a reparar el daño de una violación cometida por su nieto adolescente, una abuela octogenaria busca exorcizar el mal que la afecta abrazando la poesía, un proyecto que por su nobleza e intransigencia termina siendo poco menos que subversivo. Una nota de Luciano Monteagudo para Página/12:
El cine coreano contemporáneo es pródigo en grandes directores, desde autores muy sofisticados, como Hong Sang-soo, hasta realizadores de gran predicamento popular, como Park Chan-wook y Bong Joon-ho, que hacen películas para el gran público sin resignar complejidad ni talento. Pero si hay un cineasta capaz de representar por sí solo los conflictos más hondos de su sociedad y de cuestionarla permanentemente en sus valores morales, ése es Lee Chang-dong. Que su película más reciente, Poetry –rebautizada localmente con el almibarado título de Poesía para el alma– sea la primera en conseguir estreno comercial en Buenos Aires ya debe ser saludado como un acontecimiento cultural, aunque llegue a un circuito casi periférico en una versión degradada en DVD. Sucede además que Poetry es quizá su obra más madura, un film que a pesar de las cimas y abismos que toca consigue un raro equilibrio, una suerte de serenidad y sabiduría que sólo se alcanza una vez que se ha atravesado, como una catarsis, el umbral de la tragedia.
El gran director de Peppermint Candy (2000), Oasis (2002) y Secret Sunshine (2007) –que fue ministro de Cultura de su país, en coincidencia con el apogeo del Nuevo Cine Coreano– vuelve a sus personajes extremos, golpeados en lo más profundo por una pérdida. Aquí se trata de Miya, una abuela que debe criar sola a su nieto adolescente, implicado en la violación y el posterior suicidio de una compañera de clase. Nadie a su alrededor –ni su nieto, de una apatía patológica, ni los padres de otros varones involucrados en el hecho, ni la misma escuela– se hace cargo de la situación, cuya solución parece depender apenas de una compensación económica a la madre de la víctima, para tapar el escándalo. Pero esta abuela sola y en apariencia frágil, conmovida por la posibilidad de empezar –a su edad– a escribir poesía, llega a subvertir ese pacto de silencio a partir de la tácita obstinación que le dicta su conciencia.
Con esa intensidad tan propia de su cine, que exige el máximo de sus intérpretes (la protagonista de Secret Sunshine se llevó del Festival de Cannes el premio a la mejor actriz, que debió repetirse con la extraordinaria Yun Jeong-hie), el film de Lee Chang-dong va cobrando paulatinamente un espesor dramático notable. Será esa anciana quien, ante la indiferencia de la sociedad, intente reparar el daño, reconstruir el orden del mundo, abrazando ella misma la tragedia, con la que consigue su primer poema, que será también el último.
Rara avis del cine, que suele hacer de la juventud casi una declaración de principios, Miya es una mujer vieja enfrentada al dolor de la pérdida progresiva de la memoria, a la dificultad cada vez mayor de hallar la palabra exacta. Si Miya se inscribe en un club de poesía, no es solamente para encontrarle un tardío sentido a su vida sino también una manera de exorcizar el mal que la afecta. Y lo intenta precisamente con un arte que se resiste a la enunciación, capaz de sustituir a la realidad con una forma de expresión simbólica o incluso gráfica.
Conservar una lucidez amenazada por la senectud, acechar en su nieto la expresión de un remordimiento que no vendrá nunca (el retrato de ese adolescente aturdido y vacío es particularmente cruel), encontrar, a falta de la palabra, el gesto justo, parece ser la búsqueda de la heroína de Poetry. Y esta búsqueda es un proyecto que parece desfasado, anacrónico en un mundo caracterizado por el cinismo, la indiferencia y los contrastes de clases sociales. Pero que en su nobleza y en su intransigencia termina siendo poco menos que subversivo.
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