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Portada del libro. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 19 de noviembre 2011. (RanchoNEWS).- Hay que agradecerle a Jaime Moreno, autor de Rokku: una historia del Rock Japonés (Quarentena, 2011), su empeño en desmontar prejuicios y contrastar opiniones. A lo largo de más de doscientas páginas no encontrarán indicio alguno de proselitismo. De lo que aquí se trata es de abordar de manera personal y rigurosa un fenómeno que trasciende lo musical, apelando a la identidad cultural de una sociedad en permanente estado de transformación. Y si además se hace de un modo ameno y preciso, con la soltura de quien sabe muy bien de lo que escribe, el lector es el primero que sale ganando. No se trata pues de un análisis erudito ni excesivamente pormenorizado, sino del mejor acercamiento posible -y hasta donde yo sé, el primero disponible en castellano- para adentrarse en los apasionantes márgenes de la música nipona. El tono es ameno y cercano, sin aturullarnos con interminables notas a pie de página que entorpezcan la lectura; pero su orientación eminente didáctica no está exenta de crítica, lo que es muy de agradecer para aquellos más familiarizados con la materia. Una nota de para David Bizarro para El País:
Cae de cajón que para entender en su justa medida la evolución de la música rock japonesa (y eso incluye también al pop, el punk, el noise y hasta el indie) hay que remitirse a los cambios sociales que contribuyeron a su desarrollo. Para los que anden cortos de recursos, profundizar la historia de un país a través de su música es una forma de turismo como otra cualquiera. Y coincidirán conmigo en que conocer otras culturas no solo es enriquecedor; además es necesario.
El boom eléctrico del eleki se apoyó en las innovaciones técnicas de los amplificadores Fender de la época, mediante el abuso del característico reverb guitarrero. La pasión con la que fueron recibidos en Japón los instrumentales de The Shadows y The Ventures impulsó a bandas locales como The Blue Jeans, o The Bunnys a subirse a la cresta de la ola del efímero (pero intenso) surf-rock japonés. que enseguida quedarían relegados por el fenómeno pop por excelencia: The Beatles.
Como bien apunta el propio Moreno en su libro, los japoneses enseguida se ven inmersos en una «espiral de consumo, ruído, velocidad, tecnología: los ingredientes de la modernidad, los mismos del rock’n’roll». Elvis y Bill Haley calan de inmediato en la juventud y surge la icónica figura del idoru, autóctona respuesta al rebelde sin causa. Arrancaba la segunda mitad de los años cincuenta y tan solo era cuestión de tiempo que irrumpiera la primera guitarra eléctrica…
El paso del cuarteto de Liverpool por el Budokan de Tokio supondría un antes y un después para la industria discográfica japonesa. En los sesenta, como en el resto del mundo, se impone el flequillo y todo aquello que huela a británico: The Animals, The Rolling Stones, The Who, The Kinks… Las réplicas se multiplican como hongos: The Catnabeats, The Wild Ones, The Spiders, The Golden Cups...
Mientras los más puristas comienzan a renegar del rock por considerarlo una consecuencia frívola del capitalismo, The Tigers inauguran la lucrativa corriente del group sound. Liderados por un afeminado Kenji «Julie» Sawada, el grupo abrió un nuevo mercado para las compañías de management, quienes no tardaron en encumbrar a una ristra de bandas prefabricadas como The Sherry's Sherry o el grueso de la factoría de Hiromu «Johnny» Kitagawa, de éxito tan fugaz como irrelevante. En su reflexión al respecto, Moreno asume su condición de precursores de la infame plaga de boy bands en el j-pop contemporáneo.
Por su parte, las jovencitas más modernas se sumaban al enka-yeyé, revitalizando las melodías tradicionales de la era Meiji con el sonido de la Motown y el beat-pop afrancesado. Nombres propios como Mieko Hirota, Linda Yamamoto (la «Twiggy japonesa») y la nacionalizada Emy Jackson aportaron desparpajo, alegría y sexualidad a la lucha por la igualdad de derechos. Lentamente los arcaicos valores tradicionales dejaban paso a la joie de vivre adolescente. En un sentido más recatado, pero igualmente revolucionario para los cánones de la época, las pioneras The Peanuts obtienen un espectacular éxito con su Kawaii Hana e inician un periplo cinematográfico como las diminutas guardianas de la mariposa mutante Mothra.
Llegados los años setenta, los albores de la psicodelia comienzan a hacerse notar. A medida que la frescura erótica a lo Birkin y Bardot se va asentando en el imaginario japonés gracias a hits incontestables como el Yellow Yellow de J-Girls, el pop se vuelve más canalla y cierra filas en torno a la tórrida escuela del pinku eiga cinematográfico. Entremedias la descocada Ike Reiko se demelena con un topless en portada y Akiko Wada se alía con The Mops para anunciar la inminente llegada del hard rock fumeta.
Inmersos en una vorágine lisérgica de activismo político como consecuencia de la intervención norteamericana en Vietnam, los estudiantes critican la estrecha relación de colaboración entre el gobierno japonés y los EEUU. Con el aumento de las tasas universitarias y el recuerdo de la Guerra de Corea todavía presente, se produce un brote de insurgencia underground de proporciones colosales. Los pesados riffs progresivos de Flowers Travellin' Band, Speed, Glue & Shinki, Flied Egg y Blues Creation invocan a Jimi Hendrix, Jeff Beck, Cream, The Stooges y Black Sabbath.
La era de Acuario apuntaba a su fin y el rock terrorista de Les Rallizes Denudés fue el encargado de constatarlo con su antológico Heavier Than A Death In The Family, monumento vanguardista a la desobediencia civil inspirado a partes iguales por The Velvet Underground y Charles Manson. En 1970, su bajista, Moriaki Wakabayashi, secuestró un avión a punta de katana junto a un grupo de camaradas del Ejército Rojo. Exigieron que el aparato tomase rumbo a Cuba, pero al tratarse de un vuelo interno la escasez de combustible les obligó a aterrizar en Corea del Norte, donde Wakabayashi todavía reside a día de hoy. Si argumentamos que Flowers Travellin' Band son los padres espirituales de Acid Mother's Temple, podríamos decir lo mismo de Les Rallizes y el gran Keiji Haino.
El clima de descontento generalizado alumbra propuestas encauzadas hacia el punk de raigambre glam: Benitokage acumulan citas a Sex Pistols y New York Dolls, travistiéndose definitivamente en Lizard, la respuesta nacional a la new wave de Talking Heads, B-52's y Devo. El CBGB particular de la escena de Shinyuku (Tokio) fue el LOFT, residencia de bandas tan representativas como Plastics, P Model o Mirrors (entre Wire y Gang of Four). Más experimentales resultan Friction, ejemplar combo de no wave abrasiva fundado por Reck y Chiko-Hige a su regreso de Nueva York, donde tomaron parte junto al mismísimo James Chance en las formaciones originales de Teenage Jesus & The Jerks y The Contortions.
Tonteando con el krautrock, el minimalismo marciano de Phew! supone una de las raras avis más interesantes de la historia del rock japonés. Su longeva trayectoria incluye colaboraciones con Holger Czukay y Jaki Liebezeit (miembros de Can), Ryuichi Sakamoto, Jah Wobble, Bill Laswell, Alexander Hacke o el mítico productor Conny Plank son representativas de su camaleónico talento. A día de hoy, su disco homónimo de 1981 es reivindicada pieza de culto por coleccionistas y fanáticos de medio mundo.
Pero seguramente junto a SS, el arquetipo esencial de punk japonés sea The Stalin, banda con un pie en Ramones y otro entre Black Flag y Fear. Excesivos, macarras y polémicos, representan en sí mismos el derroche de testosterona y rabia de toda una generación, magistralmente retratada por el cineasta Sogo Ishii en su flipe post-industrial Burst City (1982).
Internarse en la escena noise japonesa es un reto especialmente peliagudo del que Jaime Moreno sale nuevamente airoso. El apartado dedicado a glosar los experimentos ruidistas de creadores en el filo de lo extremo, como Hijokaidan, Merzbow, Keiji Haino, Fuyuki Yamakawa, Yoshihide Otomo, exige tener una mente abierta y el estómago a prueba de bombas. Pero también aceptar que parte de una serie de planteamientos estéticos e intelectuales lo suficientemente complejos y elaborados como para ser considerado ARTE (así, en mayúsculas).
El comentario político y sociológico no está reñido con el salvajismo aural, el ritualismo sexual y la provocación violenta. Todo lo contrario: le otorga cuerpo y coherencia a un discurso personal e intransferible, difícilmente extrapolable a otras latitudes. Como el propio Moreno resume en su libro, «la maravillosa facultad de los japoneses para imitar a Occidente» a la que se refería un periodista americano anónimo a principios de los años veinte queda en evidencia ante el radical posicionamiento del movimiento noise de principios de los años 90. Con él nace el primer género intrínsicamente nipón: «si el rock'n'roll es ruido, el japanoise es su consumación, su más alta cima... y su destrucción».
La última parada de nuestro viaje incluye el fenómeno indie como atracción principal, tanto en su faceta más calculadamente retro (Pizzicato Five, Cornelius, Cibo Matto) y revival (Guitar Wolf, The 5.6.7.8.'s, ), como en la sublimación de las modas del rock alternativo (X-Japan), el punk-pop (Shonen Knife), el grunge croosover (las malogradas Super Junky Monkey) o el college rock (The Pillows). Por supuerto, estamos conjugando ya en tiempo presente o como mucho «de antes de ayer». Por eso, de entre el amplio rango de grupos citados, merecen especial atención aquellos que puedan haber pasado despercibidos al oyente ocasional. Asi que pido disculpas si en apartados anteriores he obviado a bandas importantes como Melt Banana o Boredoms (y tantos, tantos otros) y permítanme la licencia de citar una de breve lista de recomendaciones finales extraídas del libro.
Así que si todavía no conocen el homenaje al garage-pop de Lulu's Marble, prueben a darles una oportunidad. Y lo mismo vale para los veteranos Happy End o los Flipper's Guitar (cuarto y mitad de The Style Concil y brit-pop) y, sobre todo, las recientemente disueltas Afrirampo: una de las uniones más felices entre verbena noise, los ritmos tribales y el rock esquizofrénico.
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