C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de septiembre de 2016. (RanchoNEWS).- Tenía ocho años cuando leí por primera vez a Roald Dahl. Me acuerdo que fue un regalo que mis padres me hicieron porque era completamente fan de la película que se había estrenado unos años antes, Matilda. Como muchas otras niñas, me imaginaba que era ella, que tenía sus poderes y que los usaba para ordenar mi habitación o para salvar a mis compañeros de los malvados ataques de otros niños o, en ocasiones, de adultos, escribe Guillermina Torres desde Barcelona para La Vanguardia.
Así, embarcarme en este recorrido es una llamada directa a mi infancia, a encender esos recuerdos y a volver a la magia de las historias plenamente atemporales que representan a este autor.
Harald Dahl, el padre de Roald, era noruego y procedía de una pequeña ciudad vecina de Oslo. El autor lo describe como un «consumado tallista en madera y un tremendo redactor de diarios los cuales escribía a pluma y en un inglés perfecto, aunque su lengua materna fuera el noruego» Adivinamos o sospechamos, quizás, que el hecho de contar historias fue una herencia de su padre, quien después de morir su hija mayor y enfermo de pulmonía, se negó a luchar por sobrevivir y terminó uniéndose con ella a la edad de 57 años.
Así llegó poco a poco la infancia de Dahl, experimentada con su madre y el resto de hermanos y hermanastros. «Recuerdo muy claramente los viajes de ida y vuelta entre mi casa y la escuela porque era de lo más emocionante. Las grandes emociones son tal vez lo único que interesa de verdad a un niño de seis años y eso es justamente lo que se le queda en la memoria», cuenta Roald Dahl en su libro Boy, relatos de infancia el cual no es una autobiografía sino una colección de sus recuerdos desde los 3 a los 20 años.
Las grandes emociones nacidas de enormes aventuras y relatadas siempre con irreverencia son los tres ingredientes protagonistas de todas las novelas infantiles del autor. Dahl representa a un niño, casi siempre acosado por algún adulto malvado que al final recibirá una venganza surgida de un brillante, pícaro y truculento plan.
Charlie y la fábrica de chocolate, Las brujas, Matilda, James y el melocotón gigante y un grande y suculento etcétera forman la columna vertebral de los títulos dirigidos al público infantil de Roald Dahl. Los protagonistas son los reyes de una existencia valiente, perspicaz y repleta de imaginación que el autor maneja siempre con humor negro y una agudísima inteligencia.
Aunque su distintiva entrega a la escritura podría haber llegado por herencia familiar, lo cierto es, también, que el autor se refugió en la literatura infantil para superar las adversidades que se presentaban en su vida y en su familia, cuando ya era adulto. Gran parte de sus ideas procedieron de cuentos que inventaba para sus hijos así como también de su propia biografía (representó a muchos de sus maestros y a algunas de las travesuras que él mismo cometió).
Dahl comprendió siempre la mentalidad infantil y la trató sin complacer, representando los problemas que existen en la niñez a través del humor y la fantasía y alejándose siempre, de dramatismos para enseñar que su lectura es apta para niños como también lo es para adultos.
La oscuridad que forma parte de la luz: lo que desconocías del autor
Roald Dahl ingresó con 13 años en un internado llamado Repton, en el que no destacó en absoluto como estudiante, pues más bien brilló gracias a sus logros como deportista. Cuando se licenció encontró trabajo en la empresa de hidrocarburos Shell y jamás pisó la universidad. Más tarde, la Segunda Guerra Mundial lo encontró en mitad de Kenia y tuvo que abandonar la jungla para alistarse en la Royal Air Force junto a quien recorrió los cielos de Grecia, Egipto o Siria, bombardeando y disparando a sus supuestos enemigos.
Más adelante y, gracias a los relatos acerca de sus vivencias que empezó a publicar en Harper’s y en The New Yorker, se conviritó en un brillante escritor con una vida social casi de pena. Fue entonces, cuando en 1951 conoció a la cotizada actriz Patricia Neal con quien se casó dos años más tarde. Dahl siguió creciendo como escritor mientras que ella fue, poco a poco, abandonando su oficio por culpa de las constantes y problemáticas maternidades.
Los hijos de Dahl eran la esencia de su vida. Olivia, Tessa, Theo, Ophelia y Lucy formaron parte de la creación de las novelas más importantes de su carrera como autor. Y la esencia de su vida comenzó, con algunos de ellos a ir mal. Olivia tenía 7 años cuando falleció por culpa de un sarampión. Esto ocurrió en 1962, dos años después del terrible accidente que sufrió otro de sus hijos: Theo.
Este suceso supuso un antes y un después en la vida de Dahl. Theo tenía tan solo 4 meses cuando su carrito de bebé, donde paseaba junto a su niñera, fue atropellado. Este accidente generó daños irreparables en el cerebro de Theo, quien además de perder irremediablemente la vista, sufrió hidrocefalia.
Tratado numerosas veces para conseguir disminuir su malestar, no consiguió sino escasos resultados y ninguna mejora y su padre, Roald Dahl tomó una iniciativa que cambió la historia de la medicina. Junto al ingeniero hidráulico Stanley Wade y el neurocirujano Kenneth Till, fabricó un prototipo de válvula «de robusta construcción y poco propensa a la ruptura» para ayudar a su hijo a que la vida fuera más cómoda y llevadera. El invento se llamó The Wade-Dahl-Till (WDT) y sigue utilizándose a día de hoy para ayudar a drenar el fluido del cerebro de niños con heridas en el cráneo.
Donald Sturrock, biógrafo de Dahl, explicó que «al investigar sobre su vida se sorprendió con lo emocionante y variada que fue ya que muchos otros escritores simplemente se sientan en sus mesas a escribir. Roald vivió muchísimas experiencias: viajes, inventos, fue espía, piloto y además sus historias no se limitaban a ninguna edad».
Los relatos eróticos
«De todos modos, estaba de pie delante de mí cuando se quedó congelado, y como llevaba los pantalones muy ajustados pude ver qué estaba ocurriendo allí debajo (...) Siguió tragando saliva y mirándome con los ojos desorbitados y agitándose durante un minuto aproximadamente. Entretanto yo veía crecer su desmesurada lujuria a medida que los polvos actuaban». Así habla por sí solo uno de los libros más recomendables de Roald Dahl: Mi tío Oswald.
Sus relatos van fluyendo entre la caos y la seducción, creando escenas cómicas y bastante subidas de tono, aspectos que no son tan diferentes a los presentados en sus novelas infantiles pero con una clara diferencia en cuanto al tema a tratar y al vocabulario que nos lleva por la narrativa concretamente erótica.
La faceta más canalla del autor se ve reflejada en este libro que representa sólo una pequeña parte de toda la creación en esta línea que Roald Dahl poseía y realizaba. Otra de sus obras es El gran cambiazo, libro en el cual aparecen 4 relatos: El visitante, El gran cambiazo, El último acto y Perra. Un fragmento del último relato dice así: «la flor veraniega es dulce para el verano, florece a pesar del intenso calor, pero dime la verdad, ¿has visto alguna vez un órgano sexual tan espléndido como yo?».
Así pues, Roald Dahl alternó sus novelas infantiles con cuentos eróticos para adultos que iba publicando en diferentes revistas, hasta que en 1959 consigue formar parte de una de las revistas eróticas más famosas del mundo: Playboy. El autor traslada su humor negro a un entorno de encuentros sexuales y fantasías eróticas que va enlazando con diferentes tramas.
En ocasiones plantea deslices fortuitos que no son, en absoluto, placenteros, así como también escribe sobre coitos frustrados en relaciones sexuales de un realismo asombroso, intercambios de pareja a escondidas, venta de esperma, relaciones sucias sin protección y un conjunto de temas que reflejan el lado más osado y verde de Roald Dahl y nos ayuda a observar la capacidad que tiene el autor para ser completamente atemporal, como si sus historias se hubieran escrito en la misma actualidad.
Su historia, repleta de altibajos, de experiencias, de personas y de aportaciones a la cultura y a la medicina, debe ser conocida por todos. Su legado tiene que ocupar nuestras estanterías y ser, sin duda alguna, parte de nuestras vidas.
REGRESAR A LA REVISTA