Natalie Portman llegando a la premiere de Planetarium en Venecia. (Foto: AP)
C iudad Juárez, Chihuahua. 8 de septiembre de 2016. (RanchoNEWS).- Uno de sus exnovios solía llamarla Moscú, porque decía que siempre estaba mirando por la ventana con aire melancólico, «como en una novela rusa o una obra de Chéjov». Así se lo confesó Natalie Portman (Jerusalén, 1981) al escritor Jonathan Safran Foer, en la correspondencia privada que mantuvieron durante años, y que ha sido recientemente publicada en la prensa estadounidense. Y así aparece ante el periodista, observando el vacío que rodea su hotel en el Lido veneciano, un entorno siempre algo crepuscular. La noche anterior, la actriz levantó una ovación por su interpretación en Jackie, el biopic sobre la viuda de JFK que ha dirigido el chileno Pablo Larraín. Un papel que podría reportarle el premio de interpretación en la Mostra de Venecia y, más adelante, su posible segundo Oscar. «Nunca la había mirado de cerca. Me conmovió cómo, en aquella situación terrible, tuvo que mezclar lo público y lo privado, convertirse en símbolo de una nación mientras era una mujer aniquilada por el dolor», dice sobre su personaje. Álex Vicente escribr desde Venecia para El País.
Portman tiene, además, una segunda película en el festival, Planetarium, dirigida por la francesa Rebecca Zlotowski y presentada fuera de competición. En ella interpreta a una médium estadounidense de viaje por la Francia de finales de los treinta, en los días previos a la Segunda Guerra Mundial, contratada por un productor judío como protagonista de una ambiciosa película. Los dos papeles tienen poco que ver. En cambio ambos fueron rodados en París, donde vivió hasta hace unos meses con su marido, el coreógrafo Benjamin Millepied, y su hijo, Aleph. Y ambos están dirigidos por nombres surgidos del cine de autor, jóvenes no anglosajones situados en las antípodas de lo que suele ofertar Hollywood. «Me apetecía trabajar en París y con un tipo de directores con los que no había tenido oportunidad de rodar, porque no suelen pensar en actrices estadounidenses para sus películas», admite Portman. «A menudo siento la necesidad de hacer algo nuevo. No me gusta repetirme. Quiero explorar otras partes de mí misma, otras ideas y sentimientos». Aliándose con esos cineastas, cree haberlo conseguido.
Desde que ganó el Oscar por Cisne negro, Portman no ha tomado el camino más fácil. Participó en la saga Thor, pero la contrarrestó con papeles arriesgados. Rodó dos películas-río con Terrence Malick, Knight of cups y la todavía inédita Weightless. Dirigió Una historia de amor y oscuridad, basada en la novela de Amos Oz, sobre los orígenes del Estado de Israel y los relatos mitológicos que envuelven la cultura judía. Produjo y protagonizó un wéstern feminista e independiente, La venganza de Jane, proyecto maldito de complicadísimo rodaje. Y aún tiene en la recámara un filme de ciencia ficción a las órdenes del británico Alex Garland, autor de la extrañísima Ex Machina, y una participación en lo nuevo de Xavier Dolan, prodigio quebequés del cine de autor, además de un documental inspirado en Comer animales, el famosísimo libro de su amigo Safran Foer, que jura que la hizo convertirse en vegana. ¿La cuestión ha sido evitar Hollywood a toda costa? «No, porque una película de gran presupuesto puede ser tan satisfactoria como una pequeña. No existen reglas al respecto», responde. «De la misma manera, tampoco influye si el director es mujer, como Rebecca, u hombre, como Pablo. Cada cineasta es un individuo. La única diferencia es que las mujeres tienen menos oportunidades de dirigir».
Pese a todo, admite que algo ha cambiado en su forma de escoger sus proyectos: ya no teme equivocarse. «No hay que tener miedo a fastidiarla. Los actores no somos cirujanos: nadie se muere si te equivocas. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Es importante estar cómodo con esa idea, porque te permite hacer cualquier cosa», responde. Portman reconoce que no siempre fue así. Durante muchos años intentó controlarlo todo, lo que tal vez sea un antónimo de lo que significa actuar. «A los 19 años, hice una obra al aire libre en Central Park, con Meryl Streep y otros grandes actores. Después del estreno cometí el estúpido error de leer las críticas, lo que no he vuelto a hacer nunca más. Sufrí una crisis de pánico e histeria», relata. «Estaba paralizada y no quería salir al escenario. Entonces me encontré a Philip Seymour Hoffman en el camerino. Me dijo que todos los actores de la obra, donde también actuaban Christopher Walken y Kevin Kline, la habían fastidiado alguna vez, y ahí seguían», recuerda. Desde entonces, cuando le entra el más mínimo miedo, intenta acordarse de ese día. «Pienso que si un tipo tan genial como Philip Seymour Hoffman la fastidió alguna vez y siguió siendo el mejor, yo también puedo fastidiarla sin que pase nada». La obra era La gaviota. Y el autor, Anton Chéjov.
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