El Victoria &Albert Musem dedica su gran muestra del otoño a la contracultura de los 60. (Foto: Carlos Fresneda)
C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de septiembre de 2016. (RanchoNEWS).- Si recuerdas los años sesenta, seguramente es porque no estuviste allí. Y si no los recuerdas es tal vez porque tuviste un mal viaje, de paso por Londres o por San Francisco, allá por 1966, cuando el LDS era todavía «legal». Así se explica tal vez todo lo que vino después, en esos cinco años convulsos en los que pareció girar el eje de la Tierra...Escribe Carlos Fresnada para El Mundo.
El hombre llegó a la Luna. Mohamed Alí se negó a ir a la guerra del Vietnam. Los Beatles lanzaron el Sgt. Peppers y Jimi Hendrix nos preguntaba si teníamos «experiencia». Mataron a Martin Luther King, y después a Robert Kennedy. Los jóvenes «incendiaron» París. La segunda ola feminista rompió en las calles y se dio la mano con la liberación gay. En Haight-Ashbury proclamaron el Verano del Amor y en Woodsotck se reunieron todas las tribus. Antonioni rodó Blowup y Kubrick nos embarcó en 2001, una odisea en el espacio.
Todo esto se sucedía de una manera atropellada y no necesariamente cronológica en esos cinco años (1966-70) examinados con nunca antes en la exposición del momento en Londres, que también puso su grano de arena con la «swinging city» y el micromundo de Carnaby Street. You say you want a Revolution da título a ese viaje lisérgico que abre sus puertas esta semana en el Museo Victoria & Albert, presto a emular el éxito de la legendaria muestra «David Bowie is».
La inmersión sonora y visual forma parte de la experiencia, desde la sala chill out donde uno puede ver y vibrar en pantallas gigantes con el rockumental Woodstock (dirigido por Michael Wadleigh y editado por Martin Scorsese) a las proyecciones alucinógenas en la pared con fondo musical de Jimi Hendrix, Janis Joplin, The Who o The Grateful Dead.
Las entradas lo advierten: «Sexo, drogas y rock and roll por delante». Y la pregunta no puede ser más directa: «¿Has pasado el test del ácido?» El comisario de la exposición, Geoffrey Marsh, nos invita dejar en la entrada los prejuicios y hacer un esfuerzo por viajar a esa época en la que el LSD «era perfectamete legal» y hasta casi un «sacramento» con una dimensión espiritual, usado para «abrir las puertas de la percepción», y para componer música, escribir letras, diseñar posters de colores cegadores.
Luego vendrían las prohibiciones y la conversión masiva a la nueva religión de la marihuana, y las manifestaciones por la legalización (con Sir Paul McCartney a la cabeza), y ese afán por las «experiencias inmersivas», como las que prometían cada noche en el club UFO de Londres, donde los Pink Floyd hacían ya alucinar al personal y se distribuían ejemplares semicladestinos de «The Long Hair Times».
Hasta el Victoria & Albert nos llegan por cierto los ecos de Lucy in the Sky with Diamonds, escrita de puño y letra por John Lennon, buscando a la chica de ojos caleidoscópicos bajo un cielo de mermelada naranja... «Flores de celofán amarillo y verde/ destacando sobre tu cabeza/ buscas a la chica con el sol en tus ojos, y se ha ido».
No hay manera de sustraerse al influjo de los chicos de Liverpool, incluido George Harrison, que nos cede desde ultratumba el traje rojo con el que entró en el club de los corazones solitarios. Los relojes se pararon en el momento del lanzamiento del Sgt. Peppers, y hasta Allen Ginsberg, que venía aullando desde hacía tiempo, se rindió ante la evidencia: «Los Beatles han llegado a la convicción de que el mundo y la conciencia humana tienen que cambiar».
La «revolución interior» rompe definitivamente las puertas y el 68 es el año en el que la acción se traslada a las calles, de París a San Francisco, donde los diggers celebran simbólicamente el entierro del hippie y comienza el éxodo a la naturaleza, la eclosión de las comunas, la busca de estilos alternativos de vida y la creación de una conciencia ecológica.
La cúpula geodésica de Buckminster Fuller y el Whole Earth Catalogue de Steve Brand contribuyeron al giro copernicano, culminado por la foto de la Tierra del Apolo 8: el momento en que el hombre despertó por primera vez a la fragilidad del planeta. El propio Steve Jobs reconoció tiempo después el poderoso influjo de toda esta «contracultura» en su visión del mundo, al igual que otros techies de Silicon Valley que se dejaron contagiar por el lejano influjo del espíritu de los sesenta: «Seguid hambrientos seguid alocados».
«Viajar a finales de los sesenta no es un ejercicio de nostalgia, sino más bien de rabiosa actualidad», sostiene el comisario Geoffrey Marsh. «Aquellos años fueron una auténtica explosión de creatividad cultural y social, como respuesta a una realidad opresiva. Los efectos de aquella "revolución" han llegado a nuestros días, cuando estamos ante una encrucijada más o menos similar y necesitamos tal vez una nueva "sacudida".»
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