C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de septiembre de 2016. (RanchoNEWS).- Su destino quedó signado desde antes de que naciera. Más aún, sus padres ni siquiera se habían conocido. Todo comenzó cuando el que habría de ser su progenitor conoció a un artista extranjero que llegó a su comunidad, enclavada en la sierra Tarahumara, escribe Ángel Vargas para La Jornada desde la Ciudad de México.
La amistad entre ellos se hizo tan estrecha que el indígena rarámuri prometió al músico y etnomusicólogo estadunidense que bautizaría con su nombre al primero de sus hijos varones.
Pero el compromiso se extendió más de lo imaginado. Pues aquel niño, nacido seis años después del primer encuentro entre ambos hombres, no sólo lleva el mismo nombre de pila que el músico, quien se convirtió en su padrino y mentor.
También, sin que nadie se lo sugiriera o impusiera, tuvo la iniciativa de adoptar la profesión de éste, la cual ejerce hasta la fecha con gran fervor y apasionamiento.
Tal es la historia de Romeyno Gutiérrez Luna, considerado el primer pianista indígena de América Latina, quien nació a mediados de los años 80 del siglo pasado en la comunidad rarámuri de Retósachi, en el municipio de Batopilas, a 12 horas en auto de la capital chihuahuense.
Me siento muy feliz, pleno, por lo que soy y lo que hago. Tocar el piano es mi vida, mi manera de celebrar mi alegría y consolar mis tristezas. No me veo sin él. Es tan importante como el orgullo que siento por mi cultura, señala el intérprete en entrevista.
Por eso para las presentaciones visto de traje típico. Es para mí un símbolo de mis orígenes, del lugar donde vengo. Lo visto con orgullo porque así crecí, así viven mis padres y representa a mi comunidad. Soy una especie de embajador de la sierra Tarahumara, lo cual es un enorme honor, pero también una gran responsabilidad.
Tan singular indumentaria ha sido más que bien recibida en los diferentes sitios de México, Europa y Estados Unidos donde se ha presentado este joven pianista, quien a sus 30 años ha realizado ya dos giras por países del viejo continente.
Ha sido bastante impactante ver a un nativo proveniente de América presentarse de esa forma. No cualquiera lo hace. No hay otro nativo que esté completamente involucrado en la música clásica, que la ame tanto como yo. Me dicen que soy el primer pianista de una cultura nativa, lo cual me llena de orgullo, agrega.
Una de sus más grandes satisfacciones es que en Europa, donde saben mucho de música y mucha gente toca instrumentos desde muy niños, lo han felicitado por su manera de interpretar, tanto el público como maestros de conservatorios.
Romeyno Gutiérrez Luna es sabedor de que en su persona se sintetizan dos tradiciones en términos musicales: la de la cultura tarahumara y la del mundo occidental.
De la de su pueblo, destaca que es una música llena de alegría y que hace sentir paz, además de que tiene también una finalidad ritual: Es más que un gusto o una forma de entretener a la gente; es también una manera de hacer un tributo a Dios.
Tal es la razón por la que se ha dedicado a transcribir en partituras varias de las piezas tradicionales rarámuris y regularmente abre sus conciertos con alguna de esas versiones, para brindar tributo a Onoruame, nuestro Creador (Padre y Madre).
En tanto, el gusto por la música occidental se lo debe totalmente a su padrino, Romayno Wheeler. Su compositor predilecto es Chopin, cuya obra es la que más disfruta interpretar, seguida por la Mozart, de la cual dice que es una música muy alegre y ligera, lo cual le hace recordar a la de su cultura.
El primer encuentro de este pianista indígena con su instrumento fue a los cuatro años de edad, cuando espiaba durante horas a su padrino mientras éste ensayaba. El investigador había decidido asentarse en la comunidad de manera definitiva luego de enamorarse de la música y las danzas rarámuris.
Él me contaba que siempre había un niño viéndolo ensayar durante horas. Se le hacía extraño que ese pequeño estuviera tan atento y sin aburrirse. Un día decidió dejarlo tocar el piano y cuál fue su sorpresa cuando se dio cuenta de que tenía mucho oído, que podía tocar algunas de las piezas que él ensayaba, cuenta Romeyno Gutiérrez Luna.
Ese niño era yo. Como casi todos los músicos, comencé jugando. Veía ensayar todos los días a mi padrino y así me entró el gusto por el piano, a pesar de que para nosotros, los rarámuris, es un instrumento desconocido. ¡Claro!, siempre nos ha gustado la música, pero la nuestra es de diferente tipo y usamos otros instrumentos. El piano nos ha gustado mucho, porque suena como agua.
Pasaron los años y el incipiente ejecutante se fue compenetrando cada vez más con el instrumento hasta que prácticamente fue imposible disociarse de él. Al salir de la preparatoria, su padrino le regaló un piano vertical para que siguiera practicando.
Un día se dio cuenta de que debía salir de su comunidad si quería aprender más de ese singular aparato musical. Fue así que viajó a Morelia, Michoacán, a tomar cursos de especialización, y más tarde ingresó al Conservatorio de Chihuahua.
De allí para adelante ha sido vivir de y para la música, asegura el ejecutante, quien dejó de lado la carrera de intérprete para cursar durante cuatro años la de composición.
El propósito de ese cambio era, precisamente, adquirir los elementos técnicos y teóricos para preservar en partituras la música tradicional rarámuri, pero también enriquecer esa tradición con composiciones propias.
Mis intereses como compositor están muy enfilados hacia la naturaleza y el ser humano. Es una música en la se siente mi naturaleza rarámuri, porque trato de hacer ver de dónde venimos, finaliza el pianista, quien actualmente cursa esa especialidad en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACh).
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