C iudad Juárez, Chihuahua. 3 de septiembre de 2016. (RanchoNEWS).- Cees Nooteboom tiene cara de Nobel. Es decir, tiene todo lo que se necesita: está parado entre la aclamación mundial y la marginalidad, es un autor todoterreno sin miedo a la poesía ni a la prosa y lo más importante: no es estadounidense, escribe Concepción Moreno desde Querétaro para El Economista.
Nooteboom habla un español si bien no perfecto, sí notable. Debe hablar 10 lenguas simultáneas el hombre. El holandés ha redescubierto (y hecho redescubrir a millones de lectores) la literatura de viajes. No ha dejado de viajar desde los 17 años, el buen Nooteboom, allá por los años 50. De pequeño le tocó presenciar la Segunda Guerra mundial prácticamente en el patio de su casa (dice el escritor que su padre ponía un sillón en la ventana para ver la batalla), de adulto la primavera de mayo en París, el levantamiento húngaro contra los soviéticos, en fin. Un testigo de si tiempo.
En el Hay Nooteboom es una presencia querida. El Teatro de la Ciudad tiene buena concurrencia para venir a escuchar a este, que puede ser tu próximo autor favorito.
Esta corresponsal descubrió a Nooteboom con Hotel Nómada (Siruela), un libro que logra, en palabras, recrear la emoción del viaje. No sé cómo decirlo: no es sólo que haga crónicas de viaje a lo Paul Bowles, es que al leerlo, a Nooteboom, uno siente el aire de la carretera, la arena de la playa, la música de otra lengua.
«Me encantan los desvíos», dice Nooteboom en su charla en el Hay. Y precisamente el Hay es un festival adecuado para desviarse, torcerse. «Cuando se es viejo todo comienza a regresar», dice Nooteboom sobre sus memorias, pues ha comenzado a transcribir sus diarios de toda la vida. Ya lleva 300 000 palabras y no va ni por la mitad. ¿Las publicará? «Quizá cuando haya muerto, no quiero meterme en problemas», dice y el público le ríe la broma.
En sus viajes se ha encontrado de todo, y dice que estaba listo para todo. Para todo excepto la violencia. En México la violencia lo toma desprevenido. Habla de la diferencia entre la violencia del narco y la del Holocausto («violencia industrializada») pero que ambas comparten la misma raíz. Para Nooteboom México impone un interesante acertijo. Ha escrito sobre el cura Hidalgo preguntándose si se trata de un gran héroe o simple y llanamente un fracasado.
El autor holandés es sin duda un hombre despierto, dueño de una amplia cultura. Es fan de Onetti más que de Borges. Dios lo bendiga.
Desvíos y brechas
En este segundo día del Hay tenía varias opciones. Podía irme a ver a Le Clézio, el premio Nobel francés casi mexicano, o podía tomar el consejo de Cees Nooteboom y hacer algo simple pero salvaje: desviarme.
En esta nueva curva me encontré con Claudia Piñeiro y Martín Kohan, dos argentinos geniales. Ya, digámoslo: Argentina produce los mejores autores de Latinoamérica.
A Piñeiro yo no la conocía de nada y mal por mí. En mi habitación de hotel comienzo a leer Un comunista en calzoncillos (Alfaguara) y es genial. Es la historia del padre de la Piñeiro, narrada por la niña que fue en aquellos pocos años antes de Videla y la dictadura. Se lee como mantequilla en un hotcake.
También he descubierto a Martin Kohan en una charla a tres voces entre el propio Kohan y los mexicanos Álvaro Enrigue y Ricardo García Mainou.
Kohan y Enrigue se traban en una sabrosa discusión sobre diferentes misterios: la diferencia entre escribir cuento y novela; las decisiones que toman los editores cuando han de publicar un libro; si importa más seducir al público o simplemente ensimismarse en la forma del texto mientras se escribe.
Enrigue es divertido (siempre lo es) pero Kohan se lleva la palma. Dice, por ejemplo, que él nunca sabe qué contestarle a los periodistas cuando le preguntan de qué van sus libros. «No sé, para mí escribir no es un tema, es una forma», dice Kohan. La novela como mapa, como escultura.
El público es imaginario, coinciden los tres. Lo que importa es arrear la pluma y cada texto encontrará a su lector. Así sea.
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