El Guernica, simbólico lienzo que pintó Picasso como encargo del gobierno republicano para el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937. (Foto: ARCHIVO)
C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de septiembre de 2016. (RanchoNEWS).- Este 10 de septiembre se cumplen 35 años de un aterrizaje histórico, el de un boing 747 de Iberia con nombre Lope de Vega, el cual trajo a casa al Guernica, de Pablo Picasso. Atrás quedaban negociaciones interminables y el caos de una noche neoyorquina que parecía resistirse a la pérdida. Una entrega de Dpa.
«Fue el mejor aterrizaje que he vivido en mi vida. El avión cayó como una pluma que se posaba. Al llegar, el comandante dijo por megafonía: ‘Señores viajeros, les quiero decir que han sido ustedes compañeros del Guernica’. La gente se quedó pasmada». Es Álvaro Martínez-Novillo y aquel 10 de septiembre de 1981 tuvo bajo sus pies la gran obra del maestro (Málaga, España 1881-Mougins, Francia 1973).
No sólo viajaba en aquel vuelo, sino que también participó en el traslado del lienzo desde el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York hasta el Casón del Buen Retiro de Madrid. Y vivió la caótica noche previa al viaje, que hoy recuerda «como de película», cuenta el conservador de arte, quien entonces era subdirector general de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura.
«Hubo un apagón en todos los semáforos de Manhattan. Íbamos toda la comitiva, un coche de policía camuflado, dos camiones sin rótulos con las obras y varios coches. Había un caos... como en las películas. Parecía que se había hecho a propósito», rememora.
Martínez-Novillo había llegado a la ciudad estadunidense unos 10 días antes para hacer un informe del estado del cuadro y un inventario de las piezas que «Picasso había considerado inseparables», los bocetos previos y posteriores a haberlo pintado.
Pese a que las presiones habían aumentado en las últimas semanas, era verano y no esperaban una llegada inminente del cuadro a España, así que el viaje le tomó por sorpresa al conservador, quien viajó junto con José María Cabrera, director del Instituto de Restauración.
De la diplomacia a las amenazas
Tras la muerte de Franco y la llegada de la democracia, requisito de Picasso para la entrada del cuadro en España, desde las instituciones culturales llevaban años preparando el traslado y Martínez-Novillo había participado muy de cerca en las labores. Pero «la cosa estaba muy dura, porque pasaba el tiempo y no se movía nada, no se sabía lo que iba a pasar por los problemas con el museo y con los herederos».
Sin embargo, la presión crecía, porque el 28 de octubre de 198l se cumplía el centenario del nacimiento de Picasso y «España consideraba que el cuadro para esa fecha tenía que estar en el país y a la vista del público, porque era un cuadro del pueblo español».
Desde el gobierno se mandó incluso una misión diplomática para ejercer presión y se llegó a amenazar con poner una demanda. «Pero, ¿a quién se ponía la demanda? Al final si se hubiera ido a juicio hubiera sido un calvario», apunta Martínez-Novillo.
Por superstición, cuenta, Picasso no quiso hacer testamento y sólo dejó encargado «que el museo de Nueva York sepa que no puede entregar el cuadro a Franco» y que fuera llevado a El Prado con la llegada de la democracia. El MoMA finalmente cedió a las presiones.
Tras unos días en Nueva York, los expertos pudieron certificar que el cuadro estaba en condiciones de viajar. Llegó entonces el resto de la comitiva y se preparó todo para el traslado, que se hizo con el mayor secretismo, por si algo se truncaba.
«Se hizo la recogida en una noche muy divertida porque se cerró el museo sin decir nada y fuimos todos a trabajar. El cuadro se enrolló, se entubó. Asistimos después a un acto oficial de entrega y de ahí salió por la puerta de atrás del museo que da a la calle 54», recuerda Martínez-Novillo.
En medio del caos, la comitiva logró finalmente llegar al aeropuerto y embarcar en el avión. El simbólico lienzo que Picasso pintó como encargo del gobierno republicano para el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937, viajaba por fin a casa.
Pese a lo costoso de este viaje, no fue el último del cuadro.
Jorge García, jefe de restauración del Museo Reina Sofía, recuerda que entre 1937 y 1992, el Guernica se trasladó 45 veces entre más de 30 ciudades de Europa y América.
Pero el cuadro ya no se moverá más. En los años 90, cuenta, se realizó un estudio integral y se llegó a la conclusión de que «el cuadro no debe viajar, ya que podría sufrir daños irreparables.
«Todo el periplo sufrido desde su creación hasta su emplazamiento actual en el Museo Reina Sofía ha producido daños en la obra que requieren de cuidados, estudios y vigilancia permanente», apunta.
Pese a sus numerosos viajes, el de hace 35 años fue el más importante. Para García, «fue la culminación del deseo de Picasso», quien siempre manifestó que quería que su pueblo disfrutara de la obra, cuando el país quedara libre de las garras de la dictadura.
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