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El dibujante Milo Manara posa con uno de sus dibujos (Foto: Samuel Sánchez)
C iudad Juárez, Chihuahua, 14 de octubre 2010. (RanchoNEWS). El lápiz acaricia la hoja blanca del papel y en unos segundos la llena de una mirada cálida y de una montaña de rizos. Es una cara de chica, pero no una chica cualquiera. Es la chica de Milo Manara (Luson, Italia, 1945). El maestro del cómic erótico y uno de los grandes nombres europeos de las historietas, está sentado en una butaca de metal que lleva impreso uno de sus dibujos. Ha venido a Madrid a dar una charla sobre su amigo Federico Fellini para el encuentro que cierra el ciclo dedicado al director italiano en CaixaForum, pero antes ha querido inaugurar la colección de mobiliario que una empresa de diseño española (Nekko Design) le ha dedicado. Llega con tres horas de retraso, pero nada más entrar se deja fotografiar y empieza a charlar como si no llevara encima los más de 600 kilómetros de carreteras que ha hecho desde Barcelona. La imagen es felliniana. En la sala donde relucen las bocas sensuales y las largas piernas de sus mujeres, y la música se mezcla al vocerío, todo para cuando, al final de la entrevista, coge el lápiz y empieza a dibujar. De sus manos, que en el fervor de la rebelión del 1968 dejaron la pintura para el cómic –porque le permitía recuperar una función social que el arte tradicional no tenía, suele contar–, han nacidos las fantasías sensuales de generaciones de lectores (El Click o El Perfume del invisible) pero también las escenas de las películas que Fellini persiguió toda la vida y nunca rodó (Viaje a Tulum y El Viaje de Mastorna), u obras a dos manos con Hugo Pratt como El gaucho. E historia, mucha historia, una de las grandes pasiones de Manara. Como Los Borgia, la saga que aún no ha acabado, y los memorables capítulos de la Historia de Italia en cómic. Una entrevista de Mariangela Paone para El País:
De su obra se han hecho películas, anuncios publicitarios, catálogos de moda, muebles... Es la industria cultural, pero ¿no le preocupa convertirse en una marca?
Sí se trata de cosas como éstas, divertidas, no. Pero por ejemplo una firma de ropa interior hace poco me pidió vincular mi nombre a una colección y dije que no porque en este caso, sí, mi nombre se convertiría en una marca.
En 1969, en la Bienal de Verona (un año después de la contestación en la más famosa Bienal de Venecia) presentó la obra Il calcio alla vacca (La patada a la vaca), un autorretrato en el que daba una patada a una vaca que representaba el arte figurativo tradicional. ¿Hoy qué es la vaca? ¿A qué daría una patada?
[Se ríe]. Es demasiado fácil decir la televisión. Yo la considero una de las invenciones más importantes de la humanidad. Pero es el uso que se hace de ella, sobre todo en Italia. Aquí por lo poco que he visto hay menos publicidad. En Italia la televisión, una invención importante desde el punto de vista cultural, sólo se usa para dos motivos: promocionar productos e indoctrinar a la gente, influenciar a la opinión pública. En este sentido seguramente sería la vaca.
¿Cómo viven las mujeres de Manara en la Italia de las velinas?
Cuando yo lo digo alguien se sorprende pero para mí una cosa muy irritante es el uso del cuerpo de las mujeres en los anuncios. Para promocionar cualquier cosa, una botella, una silla, el pegamento de silicón, se pone al lado una mujer poco vestida. Para mí es muy irritante... Puede parecer sorprendente dicho por mí. Pero yo siempre distingo: mis chicas son dibujos, no son personas verdaderas, vivas, mientras que la humillación se ejerce sobre personas vivas. Y luego, mis chicas venden sólo ellas mismas, se proponen con su simpatía, belleza, sensualidad, para hablar de erotismo. Un argumento que me gusta porque es uno de los valores de la humanidad. Sabemos que todo lo que es cuento se rige por el amor y la muerte. La vida misma se rige por estas dos cosas.
¿Y qué es para usted la vulgaridad?
Fingir que se está diciendo una cosa mientras se está diciendo otra.
¿Y el erotismo tiene aún la función de liberación, de emancipación, para la que usted lo eligió?
Cierto que sí aunque no como cuando yo lo elegí como argumento central de mi obra: hablamos de los años setenta y eso tenía un poder subversivo muy fuerte. Ahora, especialmente después de Internet, seguramente no lo tiene. Pero cierto tipo de erotismo más libre, menos enjaulado en una dimensión maniaca, un erotismo vivido más libremente aún está muy lejos. Ahora el erotismo está lleno de morbo. Mientras que el erotismo que yo dibujo quiere ser algo tranquilizante.
¿Quiere decir que en la época del «todo a la vista», el erotismo ya no es expresión de libertad?
Sí. No me parece que tenga un poder liberatorio desde el punto de vista de la serenidad de las personas.
¿Ha tenido algún problema con las feministas? ¿Le han reprochado algo?
No, todo lo contrario. Una vez organizamos un encuentro en la ciudad de Siena. Yo estaba muy a la defensiva pero la moraleja del encuentro fue que a ellas también le gustaba el erotismo que hacía... En mis historietas las protagonistas siempre son las chicas. No hay un hombre que mueve los hilos, a parte de mí. Siempre son personajes completamente autodeterminados, no son manipulados por nadie.
¿Qué queda ahora de Manara que participó a la rebelión de 1968?
Mucho, muchísimo. Pero creo que con respecto al '68 he dado un paso más. Entonces se creía que todo era política, que el privado fuese política, que todo se podía reconducir a la dimensión política. Ahora yo creo que todo es cultura. Y que cualquier elección política es también una elección cultural. Creo que la cosa más importante es la educación, preocuparse de saber, de conocer, de darse una propia cultura.
¿Cómo era trabajar con Fellini? ¿Qué es lo que echa de menos de trabajar junto a él?
Echo de menos a él, al mismo Fellini. Porque me divertía mucho hablando con él, riéndonos durante las pausas. Era una referencia: yo sabía que estaba ahí y mientras yo trabajaba sabía que él podía juzgar mi trabajo. Pero trabajar con él ha sido muy duro. Ahora estoy trabajando con Alexandro Jodorowsky [con el director chileno, Manara ha realizando la serie Los Borgia, publicada por Norma Editorial]. He trabajado con Hugo Pratt con otros como el periodista Enzo Biagi o Vincenzo Cerami... Pero el trabajo más difícil ha sido con Fellini. Él sabía exactamente lo que quería y hasta que el resultado no era el que él quería, había que corregir, rehacer. Con Pratt siempre he tenido máxima libertad. Él escribía el texto y la puesta en escena era mía. Con Fellini, no: la puesta en escena era la suya, y yo sólo era un ejecutor material de su imagen.
¿Por qué Fellini conseguía representar tan bien la sociedad contemporánea?
Las películas de Fellini más feroces, las últimas –Ginger y Fred, La voz de la luna, La entrevista– representaban un acto de acusación terrible hacia una sociedad que ha perdido cualquier sustancia cultural, espesor cultural...Cuando yo hablo de cultura no hablo sólo de Proust, de Thomas Mann. También en el entretenimiento hay una elección cultural, también cuando se hace televisión, espectáculo. Si se busca la calidad ya es una elección cultural muy importante. No hablo de una cultura triste y pensativa, hablo de calidad. Lo que Fellini denunció es la falta de calidad, de calidad de la vida, el aplastamiento sobre la busca de la riqueza a cualquier precio, el vivir a una sola dimensión...
¿Tiene usted un Viaje a Tulum, una obra inconclusa?
Inconclusa no. Ahora tengo que entregar a finales de mes la última parte de Los Borgia. Y luego tengo previsto trabajar la historia de la modelo del pintor Caravaggio, Anna Bianchini. [Se levanta y enseña con el dedo un recuadrito con una mujer con un traje rojo entre las decenas de retratos de mujeres que plagan una de las mesas de la sala de exposición].
¿De los personajes de la actualidad política contemporánea, a quién dedicaría una serie?
Personajes de aventura, hay muchos. [Se ríe]. Pero yo creo que en general la vida más extraordinaria que merece ser contada es la de Obama. Si uno considera que su abuelo vivía en un pobre pueblo de Kenia, que el nieto de este hombre se haya convertido en el presidente de EE UU, es extraordinario. Merece ser contado.
¿Qué efecto le hace cuando le llaman maestro?
Me hace sentir más viejo, aunque ya lo soy [Se ríe]. Y pienso en cuando yo llamaba maestro a Hugo Pratt.
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