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Portada del libro. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 15 de octubre de 2010. (RanchoNEWS).- Escribir sobre la propia vida, es decir, llevar la vida al cristal no es fácil, aunque ésta tiene en realidad un orden cronológico definido, o sea el tiempo no es caprichoso, en verdad es muy meticuloso: sólo lleva una dirección, cuando se nace es la línea de partida y se puede seguir, llegar tan lejos o tan cerca como el mismísimo día de hoy, aun así este proceso simple en apariencia tiene varias complejidades.
Primero que nada requiere un gran esfuerzo de selección ¿qué es importante? ¿Qué no? Los recuerdos no siempre se dan en orden, más bien nunca lo hacen, se disparan como fuegos artificiales en todas direcciones, junto al recuerdo de los veinte años viene el de los cinco y hay que acomodarlos y también desmitificarlos. Lo que uno recuerda no es exactamente lo que ocurrió, se tiene un punto de vista subjetivo, bien definido eso sí, uno siempre es uno, no puede ver lo que los demás sienten o piensan o lo que realmente está pasando alrededor. ¡Qué remedio estamos incrustados en nosotros mismos! Suponiendo que tuviéramos claros los recuerdos y los tuviéramos en orden de aparición y además estuvieran codificados de tal manera que se supiera qué es lo importante y se hiciera un esfuerzo supremo por salirse de uno mismo y ver alrededor, darse cuenta del entorno, de lo que sucede allá afuera, bueno aún así es difícil el descifrarse, el saber qué es lo que pasa dentro de nuestra piel, allá arriba en el corazón con tantos sentimientos, más arriba, en nuestra cabeza, con todos esos pensamientos y aún más alto, con los lazos espirituales que nos unen y nos contienen ¿qué haríamos con nuestra vida si la tuviéramos que poner en un libro? Menudo lío, lo digo sinceramente, menudo lío.
El emprender un recorrido por la propia vida y plasmarlo en letras es un esfuerzo para titanes, para gente que tiene su vida bien puesta, para personas con una sinceridad que permite llevar la vida al cristal, a la transparencia, a donde todo el mundo la pueda ver, leer, releer. Se corre el riesgo de volverse un personaje, una «celebridad», un ente entrañable a todos, porque así tenemos acceso a esa vida y podemos probarla desde afuera, podemos asomarnos y asombrarnos y dolernos y disfrutar de la mano de alguien, sin ser nuestra historia la que se ventila, sin ser nuestra memoria la que se vacía, sin ser nuestro pasado el que repentinamente se vuelve un presente eterno capaz de perdurar en el tiempo y en la memoria colectiva. Sólo los titanes se atreven y aquí tenemos uno, es una mujer, que, como se habrán de enterar cuando lean el libro, no la tuvo fácil, sabrán de sus esfuerzos, de su historia, de sus recuerdos, finamente preservados por un hilo conductor que se desenvuelve de capítulo en capítulo, pero al hacerlo, nos deja la vida enfrente para verla, no sólo la de ella, sino la de tantas mujeres, no sólo la de su generación, sino la de infinidad de generaciones, no sólo la de una persona, sino la de innumerables historias.
Si pudiéramos entrar en el pasado y viajar en los espacios, sería fascinante asomarnos a las vidas ajenas, saber cómo sucedieron las cosas, qué se pensaba y cómo se actuaba antes de nosotros y enseguida nuestro. Qué mejor manera que «bordear» la vida que al través de un libro, pero no de una biografía no autorizada llena de dimes y diretes, sino de una perspectiva limpia, sincera, llena de verdad con duros recuerdos y bellas anécdotas.
Aquí está señoras y señores el pasado como Usted nunca lo vivió. El pasado como no le hubiera gustado vivirlo, como se antoja añorarlo, el pasado como una enseñanza del futuro, y como un importante testimonio. Ella nos dice llanamente: «Sí, yo estuve allí yo, lo viví, esta es mi vida…»
Decía que había que desmitificarse, pero a uno mismo, aquí vamos a hacer exactamente todo lo contrario, vamos a ir a encontrar al mito que vive en la historia de esta mujer, de esta autora aquí presente. Es el testimonio de un siglo vivido, no desde su comienzo, pero si más de toda su segunda mitad, hasta nuestros días, una perspectiva de un país: de México, pero vivida no desde el centro, sino desde el norte y no precisamente a partir de la ciudad, sino desde las ciudades, varias, en distintos tiempos, pero sobre todo desde el origen en el campo, en una familia campesina, de 16 hermanos y siendo una mujer, de las menores. No es la historia sufrida e imaginada, no es el sufrimiento panfletario, ni el idílico, ni el transhumano, es el real, el que se vive día a día, hora tras hora, sol tras sol, el que es doloroso pero a la vez dulce, agrio y a la vez nostálgico, cruel pero lleno de dignidad, sufrido pero glorioso, en fin todo lo que una historia así debería ser, pero no en la ficción, sino en los huesos de lo real, no en la imaginación, ni los inventos, sino en las vértebras de la realidad. No, no está tampoco idealizado: fue vivido y con ello gozado y sufrido a la par, tuvo que ser transmutado para de «acto» convertirlo en páginas, en un puñado de signos que pudiera brincarse las barreras de la frágil memoria, no sólo de quien la conserva como vivencia, carga y a la vez tesoro, sino de quien la vive enseguida y no la conoce y por eso la olvida, porque no sabe que existió, no sabe que tal vez el vecino tuvo tal vida. La «frágil memoria», la de las generaciones que repetimos las mismas historias, sin saber que son las mismas. Por eso es importante que alguien lleve su vida al cristal y es por ello esencial que los demás vayamos a ese mundo y nos asomemos, porque la transparencia en su efecto de diamante no es común, no sé da en todas partes, somos lo suficientemente afortunados para tenerla cerca, estamos a tiro de piedra de una titana que ha pulido su vida, primero con esfuerzos y sufrimiento y luego la esgrime con comas y puntos y nos la entrega carbón hecho diamante, para llevarla a los ojos y disfrutar de lo que son las verdaderas joyas: la palabra pulida, tallada en papel hasta alcanzar los laureles de los tiempos, los que le otorgan permanencia, los que la traen hasta los palacios, como éste, en tardes como hoy y nos permiten saborear una probada de un testimonio del tiempo, de la historia, de la tierra, de la mujer y de ese interno que todos llevamos dentro y que pocos nos atrevemos a explorarlo, a llevarlo a esa aparente fragilidad, la del cristal, lo que convierte la vida en crisol, sol que se vierte en lente que amplifica, tal vez queme a veces, pero la luz concentrada de un Lucero, olímpico por su fuerza, titánico por su entereza y terquedad, convierte la palabra frágil en duradera memoria colectiva, en palabra perdurable diamántica que atraviesa las eras también transparentes, pero altamente abarcadoras.
Enhorabuena, de tantas victorias al olvido, venga hoy este inmenso triunfo de la memoria, la nuestra.
Chihuahua, Chih., Palacio de Gobierno, 15 de octubre de 2010
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