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Imagen de la modelo Nicolle Meyer para el calendario Pentax de 1980. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 14 de octubre 2010. (RanchoNEWS). Una exposición descubre por primera vez en España la obra del fotógrafo de moda francés. Sus provocativas imágenes definieron las décadas de los setenta y ochenta. Una nota de Eugenia de la Torriente para El País:
Siempre hay algo que no se entiende completamente en las fotografías de Guy Bourdin (París, 1928-1991). Y lo mismo sucede con su autor. En la Sala Canal Isabel II de Madrid se puede ver hasta el 9 de enero una exposición sobre su obra centrada en las imágenes que tomó a la modelo Nicolle Meyer –entre 1977 y 1980– en la cima de su carrera. El francés es uno de los padres de la fotografía de moda contemporánea. La audacia, provocación e inventiva de sus instantáneas las convierten en una referencia desde los años sesenta. Su forma de cuestionar tabúes consigue que sus composiciones mantengan su (elevado) potencial de controversia. Aunque goza del respeto de los expertos, fuera de la industria es menos conocido que Richard Avedon o Helmut Newton.
Varias razones podrían explicarlo. Casi todas parten de la singularidad de Bourdin. Ni su obra ni su vida se parecen a la de otros fotógrafos. Desarrolló su trabajo exclusivamente de forma comercial. Sus imágenes tienen una esencia profundamente artística y dialogan con Man Ray, Francis Bacon o Magritte. Pero nunca se vieron en otro escenario que revistas –sobre todo, la edición francesa de Vogue– o anuncios, como los de zapatos Charles Jourdan.
Siempre quiso ser pintor y, según su hijo Samuel, pintó hasta el final de sus días. Parece que sentía cierta frustración por haber alcanzado el reconocimiento en una disciplina que consideraba menor y no en las grandes artes plásticas. Una actitud que explicaría su negativa a participar en libros y su rechazo al Premio Nacional de Fotografía que le fue concedido en Francia en 1985. Desde su muerte en 1991, se ha especulado que su relación con su obra era tan compleja que no conservó sus trabajos e, incluso, deseaba que se destruyeran. «Eso no es cierto», afirma Shelley Verthime, comisaria de la muestra organizada por la Comunidad de Madrid. «Todo está guardado: pinturas, Polaroid, las imágenes que seleccionó y las que no».
«Se han enfatizado los aspectos más controvertidos», lamenta Samuel Bourdin, que controla su legado tras una batalla legal con Martine Victoire, la última pareja de su padre. «Él venía de un planeta diferente. No era mundano, como Helmut Newton. No iba a desfiles ni a fiestas. Era excéntrico y no deseaba ser mediocre».
En las fotografías de Bourdin aparecen casi exclusivamente mujeres. Muchas veces, sólo un fragmento de ellas. Las modelos y la ropa están al servicio de una narrativa críptica y minuciosamente controlada. Plasmar sus surrealistas visiones en la era previa al retoque requería elaborados decorados, trucos y modelos dispuestas a soportar incomodidades. Tenía fama de ser exigente hasta la crueldad y proliferan leyendas sobre sus estrambóticas demandas, que incluyen teñir el mar o cubrir de pegamento a una chica.
Desde luego, fácil no debía de ser. Pero Nicolle Meyer, de 51 años, también parece decidida a destruir mitos sobre el creador. «Cualquier artista es exigente. Conozco los relatos de otras modelos, pero yo no experimenté nada parecido. Era muy perfeccionista y todos éramos herramientas para su idea. Su sentido del humor era oscuro... Dicen que sus imágenes son perversas. Yo las veo inteligentes y humorísticas».
A esta muestra, A message for you, le seguirá otra de su trabajo en blanco y negro –al que se ha prestado menos atención– y un documental. La campaña para sacar al creador del misterio y el olvido empezó en 2003, con una retrospectiva en el museo Victoria & Albert (Londres).
«Jamás concedió una entrevista. Entre 1991 y 1998 su nombre quedó como un enigma», reflexiona Verthime. «Creo que la percepción sobre él cambiará con el documental y con esta exposición. He oído muchas veces que era misógino, pero yo creo que en esencia admiraba a lo femenino. Tenía un lado muy poético y frágil».
Una biografía cargada de pistas falsas, y propensa al drama, no ayuda a evitar las hipótesis sobre la mente que generó tan inquietantes imágenes. Dos datos en particular se arrojan como explicación y evidencia de su tortuosa relación personal con las mujeres: el abandono materno y el suicidio de sus parejas. El primero está, según Samuel, frecuentemente mal explicado. La madre de Bourdin, una mujer casada, tuvo una relación adúltera. Cuando su marido se enteró que el hijo no era suyo, le rechazó. Pasó al cuidado de su padre biológico, Maurice Bourdin, y de la madre de éste. Nunca volvió a ver a su madre. En 1981, su pareja durante una década, Sybille Dallmer, se ahorcó. La rumorología gusta de añadir a la madre de Samuel, Solange Geze, y a otra amante, Eva Gschopf, a la lista de mujeres que Bourdin abocó al suicidio. «Mi madre murió de un ataque al corazón y Gschopf no tenía relación con mi padre cuando falleció», afirma Samuel.
Fragmentos de sus escritos y proyecciones completan las 75 fotografías de la muestra. Estampas con una capacidad de seducción perturbadora y extraordinaria. Prueba de ello son las palabras que ante ellas pronunciaba ayer Ignacio González, vicepresidente y consejero de Cultura y Deportes de la Comunidad de Madrid: «Dan ganas de ponerse los zapatos».
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