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Hace años que era mucho más conocida por sus problemas que por sus canciones. (Foto: El Cultural)
C iudad Juárez, Chihuahua, 24 de julio 2011. (RanchoNEWS).- Quedará su voz, su maravillosa voz, y el recuerdo de una personalidad turbulenta. Fue una tigresa a la que siempre vimos agitada y nerviosa, presa de emociones que adivinábamos tan desgarradoras como enigmáticas. ¿Por qué una persona dotada de un talento inmenso y bendecida por el éxito se pasaba la vida metida en problemas? Hay quien dice que los grandes artistas suelen ser desgraciados y aunque no sea del todo cierto, es posible que para cantar con la misma profundidad y belleza que Amy Winehouse haya que conocer, como mínimo, el infierno. Y sin duda, Amy lo conoció a fondo. Sus constantes idas y salidas de rehabilitación, ese lugar al que en su canción más famosa dijo «no, no, no» se convirtieron en pasto de los tabloides. Ironías trágicas del destino, la cantante fallece tan sólo una semana después de que News of the World, el periódico que se forró a costa de su decadencia, haya tenido que cerrar por sus excesos. Sin duda, The Sun se lo va a pasar muy bien este verano indagando en las circunstancias de su muerte. Una muerte que, por otra parte, no causa una absoluta sorpresa. Hace años que Winehouse era mucho más conocida por sus problemas que por sus canciones. Una nota de Juan Sardá para El Cultural:
Nunca perteneció a ese género de mujeres tristes y apocadas que acaban sucumbiendo a la melancolía. Su cuerpo, tan frágil, víctima de una anorexia que acentuaba ese aspecto desquiciado, daba la impresión de ser demasiado pequeño para albergar una fuerza semejante. Desde el principio tuvo una vitalidad arrolladora que la emparentaba con ese ilustre panteón de mujeres rockeras tocadas por el talento: de PJ Harvey a Courtney Love o Ani DiFranco, sin olvidar a Janis Joplin, con la que desgraciadamente ha coincidido en la edad de su muerte, los malditos 27 años con los que también se fueron Jim Morrison, Kurt Cobain y Jimi Hendrix. Winehouse despreciaba a Madonna y es comprensible: si la reina del pop es autocontrol y perfección, Winehouse significaba el caos y la creatividad desbordante, la pura locura contra una mujer que no da un paso sin pensarlo tres veces. Ambas tienen el mismo talento y quienes quieran encumbrar a Winehouse por su suicidio (o su muerte por dejadez, se parecen mucho) se pierden un detalle: por desgracia, ya no podremos disfrutar de ella nunca más. Su muerte como la de Jim Morrison, Kurt Cobain, Michael Jackson, Jimi Hendrix o Brian Jones no es la última demostración de su grandeza sino, simplemente, una tragedia.
Fue la gran renovadora del soul. Además de esa voz que pone la piel de gallina a un témpano de hielo, era una compositora virtuosa con un pasmosa facilidad para recuperar las raíces del soul y crear bellísimas y originales melodías que la acercaban al pop. Canciones como Stronger than Me, Valerie, Back to Black o la celebérrima Rehab, que en el verano de 2006 adquirió el status de epidemia, dan buena fe de su explosivo talento. Por mucho que la industria se empeñara en hacer de ella un producto súper comercial, muy probablemente Winehouse no tenía ninguna vocación para ser una superestrella. Se la veía siempre sorprendida e incómoda con su propio éxito, como si hubiera preferido mil veces ser una cantante medio desconocida que se gana la vida tocando en pequeños bares y a la que los estadios horrorizan. Es fácil imaginarla desbordada por el ejército de managers, agentes, relaciones públicas y figuras de todo pelaje que comenzaron a rodearla cuando se convirtió en una mina y en una de las artistas más famosas de la época.
Por desgracia, ha sido terriblemente fiel a su condición de artista torturada, una categoría plagada de grandísimas cantantes como ella. Es inevitable no recordar a esa Edith Piaf quebradiza y tumultuosa que anteponía su corazón a cualquier circunstancia. O en Billie Holiday, con la que compartía una capacidad similar para narrar sin tapujos las heridas más profundas del alma y que murió por culpa de su adicción a la heroína a los 44 años. Y viene a la memoria la muerte por sobredosis de pastillas de la sensacional Dinah Washington, quien a los 39 años terminó abruptamente con una existencia marcada por los divorcios y las depresiones. Desde hace años asistimos al triste destino de Whitney Houston, esa artista a la que conocimos siendo un volcán en erupción y que ha terminado devorada por sus costumbres tóxicas. Mujeres bellas, de enorme talento que han inspirado a millones de personas cuyo dolor jamás comprenderemos salvo escuchándolas y buceando en los infinitos registros de su talento. Este mundo, desde luego, nunca ha sido un buen sitio para las personas con una sensibilidad extrema. Qué pena.
Mayor información: Amy Winehouse
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