Rancho Las Voces: Textos / José Luis Domínguez: «Archipiélago de Sirenas, de Yorgos Rouvalis»
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sábado, noviembre 01, 2014

Textos / José Luis Domínguez: «Archipiélago de Sirenas, de Yorgos Rouvalis»

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Portada del libro. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 29 de septiembre de 2014. (RanchoNEWS).- Muchas cosas le debemos a la cultura griega como mexicanos. Luego del latín, nuestra lengua madre, y del árabe, el griego es el siguiente idioma en importancia que ayuda en gran medida en la conformación de nuestro idioma español, de ahí se deriva entonces que un porcentaje importante de vocablos (sustantivos, adjetivos, adverbios, sufijos y prefijos) que conforman nuestra lengua castellana sean de origen netamente griego. Pero no sólo eso. Les debemos la filosofía. La dialéctica, esa maravillosa confrontación y dulce reconciliación de los contrarios. La dialéctica, esa capacidad del pensamiento para poner y anteponer ideas también nos viene de Grecia. Le debemos, por tanto, el debate intelectual, el diálogo, que generan crecimiento, cultivan la inteligencia y nos hacen elegir. Siendo éste uno de los verbos más importantes de nuestra vida, porque elegir, precisamente, nos otorga la capacidad de ejercer la crítica, que es fuente de todo cambio, de todo progreso entre los pueblos.

A Grecia le debemos La Ilíada y La Odisea, de Homero, esas dos monumentales obras épicas en verso, en las cuales se conjunta la perfección del canto con el acto de narrar. Por lo tanto, a Grecia le adeudamos la mitología, ese vasto conjunto de dioses y de diosas y de seres extraordinarios cuyas vidas e historias han sido entretejidas y conservadas a través de los siglos para el deleite de todos los lectores del planeta.


Hay un dios, en lo particular, que nos es muy familiar a los chihuahuenses, a los cuauhtemenses, y que ha sido referido por el notable notario, escritor y amigo, el licenciado Fernando Suárez Estrada, en una de sus ya famosas crónicas, estableciendo con ella esa conexión íntima y reaccionaria con dicha divinidad, me refiero a Hermes. Hermes es identificado como ese dios de casco y sandalias doradas que portan, a la manera de los ángeles judeocristianos, un par de alas a los costados. Hermes, en su acepción más popular, en griego significa entonces «el de los pies veloces o alígeros». Nuestro entramado cultural cuauhtemense está compuesto por el cruce de tres culturas: la mestiza, la etnia menonita y la etnia rarámuri. Es en ésta última en la cual se enlaza el concepto de Hermes, porque «rarámuri» es un vocablo que ha sido considerado equivalente, «rarámuri» significa «el de los pies veloces o alígeros». De tal manera que Hermes y «rarámuri» son, pues, sinónimos.

Hermes y rarámuri se hermanan en la velocidad y en el desplazamiento; en la trashumancia y en la aventura; en el conocimiento de distintos y distantes sitios. Hay en la sierra tarahumara una leyenda, la leyenda del padre Glandorff, un jesuita o franciscano cuya virtud o cualidad más alta era el de el don de la ubicuidad. Se dice que podía avanzar a pie por la abrupta serranía y abarcar increíbles distancias en muy pocos lapsos de tiempo, llegando incluso, primero que cualquier vehículo que hubiera partido de un punto distante de otro horas antes que él. El espíritu del padre Glandorff es considerado entonces como un equivalente al dios Hermes.

Hermes nos ha dado dos vocablos fundamentales, precisamente por opuestos, por dialécticos, que conforman todo nuestro mundo interior y exterior: le hermético y lo hermenéutico. Lo hermético es lo cerrado, lo de difícil acceso; lo hermenéutico tiene que ver con la interpretación de los textos antiguos, por lo tanto con la interpretación del mundo, interpretación vista aquí como sinónimo de llave que abre todas las puertas al conocimiento, lo que nos conduce entonces a lo abierto, al desciframiento de las claves de acceso a otras realidades, a otras interpretaciones de la realidad.

Hace ya casi un siglo, el poeta francés Antonin Artaud llegó a la sierra chihuahuense buscando, según las señas dadas por Platón, en su diálogo «Timeo», las huellas de los atlantes y permaneció entre los rarámuris durante varios meses, estableciéndose así, la leyenda de Antonito.

Tengo un poema dedicado a él que toca estas y otras realidades, lo leo de mi libro Los dedos en la llama, página 287:

HOMENAJE A ANTONIN ARTAUD

Alguien,
Artaud,
allá en el fondo de la sierra tarahumara, donde habitan tus
atlantes,
alguien,
anónimo y
artero,
Antonín, no sólo
a los pinos, sino también, y con el hacha
asesina, le parte su madre
a los últimos madroños, esos
árboles de noble sangre de la madre Tierra. Tú hiciste posible esa
alianza, entre los hijos de Hermes, el del los pies
alados, y los rarámuris, los de pies ligeros. El Timeo, de Platón, fue como una brújula
apuntando hacia el norte de México. Eran los tuyos otros tiempos,
Antonín, todavía, ciertamente, la poesía cantaba
al
antiquísimo y lúgubre oficio del
asombro. Todavía, ciertamente, se podían contemplar
a los últimos dioses caminando sobre el
agua.

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El poeta griego. (Foto: Archivo)

Yorgos Rouvalis, nuestro invitado especial esta tarde-noche, me refiere una anécdota de cuando Antonin Artaud estaba en la ciudad de México y alguno de sus anfitriones, poeta también lo lleva a una bohemia a una conocida plaza donde se dan cita los mariachis para turistas y les dice:

–¡Tóquenle con ganas, muchachos, que están ante nada más y nada menos que enfrente del gran poeta francés Antonin Artaud.

El jefe del mariachi, sumamente condescendiente, y quien por supuesto no sabía francés ni sabía del poeta mencionado, exclamó entusiasmado:

–¡Zúmbenle, muchachos, que estamos ante el gran Totonán Totó!

Por esta y todas las demás razones, damos la bienvenida al hijo de Atenas, Yorgos Rouvalis, poeta y traductor del cual presentamos su libro Archipiélago de Sirenas. Yorgos Rouvalis nace en 1949, es el año en que Odiseas Elytis conoce a Picasso, Matisse y Chagall, año en que en Cuauhtémoc cae una tromba que inunda la parte del puente naranja y el salón «Buganvilias», en el famoso «Barrio de la Presa», se cuenta que en una casa de una familia de apelativo Antillón, ubicada la zona de «Los alamitos», por la prisa en evacuar la zona, se abandona una mesa con una lámpara de petróleo encendida que cuando va subiendo el nivel del agua, la mesa flota y gira por la habitación toda la noche. Al amanecer, cuando baja el nivel del agua y la mesa se posa sobre el suelo, la lámpara seguía encendida.

La pasión amorosa se filtra a través de la conciencia de Yorgos Rouvalis y adquiere un acentuado localismo, típico acento de los poetas griegos modernos, basado en ese conjunto isleño de la multinacionalidad donde las sirenas del amor son una sola, se constriñen a una sola, a la sirena del «Sosiego», ese último poema amoroso dedicado a Elia. Recordemos que la novela en verso y de tema amoroso Erotókritos, de Vincenzo Kornaros, fue la que extendió su influencia por todo el territorio griego invadido por los otomanos y dio las claves orales del demótico para mantener viva una cultura en permanente riesgo de desintegración.

Pero antes de abordar el análisis de la poesía de Yorgos Rouvalis, toquemos levemente su enorme labor de traductor. Yorgos Rouvalis a mantenido a lo largo de más de cuatro décadas, una apasionada labor de vertedor del español al demótico o griego moderno a autores latinoamericanos como Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Alfredo Bryce Echenique, Julio Ramón Ribeyro, José Emilio Pacheco, Augusto Monterroso, Virgilio Piñera, Heberto Padilla, Vinicius de Moraes, entre otros. Tasos Denegris, poeta nacido en 1934, define muy bien esa preocupación amorosa y tenaz como traductor de Yorgos Rouvalis, cuando en su poema «Vista oriental» leemos el siguiente fragmento, cito:

Miseria, invierno,
y en la habitación, donde escribo
sigo de cerca
a Evaristo Carriego
por si logro entenderlo
y llevarlo a nuestra lengua.

Empero en algún momento me canso
Vuelvo la mirada hacia los ventanales.

Llevarlo a nuestra lengua, no dice traducirlo, sino «llevarlo», que implica algo mucho más profundo que verter a alguien de una lengua a otra y que nos define muy bien la gran labor de traducción de Yorgos Rouvalis de nuestros amados autores latinoamericanos al demótico o griego moderno.

Ahora sí, abordemos entonces al libro de poemas Archipiélago de Sirenas . Primero que otras cosas, encuentro en la poesía amorosa de Yorgos Rouvalis, un enorme un paralelismo con su labor titánica como traductor, como hermeneuta o descifrador de la literatura escrita en la cartografía de los lectores hispanoparlantes: Colombia, donde sus mujeres siguen, inquietas, llamándonos a vivir; Argentina, y su poema representativo en la figura de «El billete de diez pesos color marrón» con los que se han de pagar las primeras diez funciones de cine; Cuba, en cuyas mismas calles caminó Guillermo Cabrera Infante, cargando los Tres Tristes Tigres, viendo pasar de cerca a esas maravillosas morenas cubanas que laboran como jineteras en la isla; Venezuela, la sobria, con su trópico y sus colibríes; Puerto Rico y ese viejo San Juan que canta Javier Solís, y que no cambia nunca, a pesar del tiempo; y, sobre todo, México, su México, en donde ha encontrado la paz y el sosiego de sus amigos y un gran amor en esa hermosa flor llamada Elia.

En la poesía de Yorgos Rouvalis descubro un gran canal coincidente con el ritmo sosegado y tranquilo, como el de un río donde se baña la diosa Venus, de los versos de Nikos Ergonópulos, poeta romántico griego nacido en 1910, cuya tesitura consigue el equilibrio sosegado del amor maduro y pleno, después de haber pasado por la pasión y el fuego que simboliza la experiencia hondamente erótica, en cuyo único poema titulado «Lactancia natural», tenemos una interesante muestra, vale la pena que lo leamos íntegro, cito:

Uno de los argumentos para la campaña de lactancia natural
«Es que el seno deje de ser objeto del deseo masculino y regrese a su función primaria».
Estoy de acuerdo.
Porque me gustan tanto tus senos abundantes
con unas aureolas grandes y rosadas y un pezón enorme
–tan abundantes que tú misma recordabas que te llamaban Matilda
del nombre de aquella vaca-estrella
y te daba risa la antonomasia.
Tanto me gustan que me adhiero sin más a la campaña
–niño de siempre al fin y al cabo–
y me parece que la mejor posición que existe en el mundo es boca arriba
con unas ubres colgando sobre mi cabeza y yo mamándolas
mamando la vida, mi mama, mi amor.

El poema tiene todo para ser un gran poema: humor, fina ironía, erotismo, el planteamiento de una buena historia, su justificación inteligente y su excelente resolución.

Dentro de la poesía amorosa, tierna, sosegada, de Yorgos Rouvalis, encuentro otros entramados o preocupaciones temáticas: el cine, donde los enamorados pasan deliciosas horas; el hecho de que los amantes compartan sus lecturas, cito un fragmento:

Y que goce inmenso, acostado junto a ella,
leer a cuatro ojos la novela que tanto amé.
Verla disfrutar cada giro del lenguaje,
cada acción enrevesada de los personajes, vivos, humanos,
y no robots hablantes.
Y reírse a carcajadas con los diálogos ingeniosos
del gran novelista que es Cabrera Infante.
«Tres tristes tigres en un trigal»
y dos alegres leopardos perfectamente aparejados en los gustos
y en la cama y en la cama… ;

Este tipo de finales de poemas con frases reiterativas, le sirve al poeta para remarcar musicalmente el tema del amor y una honda y soterrada sensualidad, como por ejemplo, el hermoso texto titulado «Aniversario», mismo que vale la pena citarlo íntegro, por su alta y honda cualidad y calidad afectiva:

Yo tuve que buscar en el calendario
el día exacto en que nos conocimos.
Me acordaba más o menos pero no con precisión,
pero tú recordabas todo:
Fecha, mes, día de la semana, de aquella tarde soleada
en que nos cruzamos por la calle.
Seis meses juntos, mi amor,
seis meses que endulzas mi vida,
seis meses ya que te admiro,
y que te quiero, te quiero, te quiero…

O como ese poema final, dedicado a Elia, la mujer del poeta, titulado «Sosiego»:

No es tu risa cristalina la que llena mi vida de alegría, ánimo, valor.
No es tu cháchara constante, pero consistente, que puebla mi mente con ideas, comentarios, chismes.
No es tu arte culinario del que nunca te cansas que llena mi estómago de delicias.
No es tu mente positiva, constructiva, crítica, analítica, que asombra a la mía.
Es tu mano delgada, suave, manita fina, que busco en la noche
en la tranquilidad y silencio de la cama,
y tú, dormida, la dejas coger por mi mano;
es tu vientre tranquilo donde dejo reposar, luego, mi mano,
que me dan seguridad, sosiego, fuerza.
En la oscuridad de la noche, en lo absurdo de la vida,
tengo un puerto de amante, algo donde refugiarme.
Tu mano, mi amor, tu mano, tu ser, mi amor, tu amor .

En la parcial distancia o lejanía que hace que los enamorados se extrañen tanto, en uno de los poemas de Rouvalis, encuentro una increíble coincidencia temática con un poema mío, es el llamado «Ausencia», en el cual el poeta siente que si la amada se arropa bajo el sueño deja de pertenecerle, y quisiera despertarla, pero no se atreve, vale la pena transcribirlo:

El amor te agotó
Y al cansancio de todo el día te vas en un «sueño reparador» y yo te pierdo.
Ansío tenerte viva junto a mí
y yo no me atrevo a despertarte.
Deseo tu vivacidad, tus gestos, tu risa, tus cejas inteligentes,
que suprarrayan cada palabra.
Pero te recuperas y vuelves a abrir los ojos
y me siento feliz otra vez.
Te tengo aquí, mi amor, presente, vivaz,
mujer madura y bella
para estos momentos de comunicación tan intensa,
que formamos un todo .

En este poema, el dormir es soñar, y el soñar es morir, el poeta siente el sueño de su amada como una pequeña muerte. Sólo despierta es cuando la amada está viva. Pero el sueño es tan sagrado para el vate griego que no se atreve a despertarla, es decir, a volverla a la vida. La nostalgia y la soledad tan hondas que son provocadas en el hombre por el acto de dormir de la mujer que ama, son dos de las sensaciones más reales y más perturbadoras que existen, dignas de psicoanalizarse en algún tratado sobre el fenómeno del sueño y sus temas adyacentes.

Mi poema, coincidente temáticamente con el del Yorgos Rouvalis, es el siguiente:

A veces, mientras duermes, siento celos. Porque dormir es una forma de no estar, una manera involuntaria de irse poco a poco. Entonces pienso que ya no me perteneces, que no te perteneces ni a ti misma. Cierras tus párpados y el mundo para mí se derrumba en un instante; los abres y vuelves a reconstruirlo; cierras tus párpados y me invade la más ciega de las noches. Soy, entonces, una lluvia fría, el necio extravío de mi nombre. En realidad, no sé cómo puede el mundo sostenerse en pie mientras tú duermes.

Hay dos textos en los cuales la televisión sale a colación como tema: En el primero de ellos, el titulado «Telenovelas no, novelas sí», la mujer en vez de ver televisión, «por las noches, cuando termina de hacer la cena, fregar, limpiar y de acostar a los niños», mejor se pone a leer un libro, el texto, en su primera frase encierra una severa crítica a ese acto de entretenimiento que en México resulta ser tan cotidiano, cito:

Mi novia, mi compañera, mi alter ego
no podía sino abstenerse de contaminar su vista y su intelecto
con la basura televisual.

En el segundo de los poemas, Rouvalis asienta un epígrafe con un fragmento del guión de una telenovela latinoamericana llamada «Flor salvada del fango», luego reafirma el contexto de la frase cuando hace que la voz narrativa del poeta nos cuenta cómo ha logrado realizar la gran odisea de sacar de la prostitución a una hermosa joven con un alma sensible. El texto cierra con una conclusión en forma de dístico que resume el desenlace del poema:

A veces la vida se parece a las telenovelas,
Y la flor es salvada del fango por el amor que todo regenera…

No sería en vano mencionar que la labor de traducción que Yorgos Rouvalis ha hecho de los clásicos modernos latinoamericanos, le ha funcionado como un segundo taller literario y a la vez como disparador de todos sus textos poéticos. Aunado a esto, el dominio del idioma, que lo ha hecho crear todos sus versos al español con la pulcritud con la que lo hace. Por todos estos detalles y otros más, en la lectura de Archipiélago de Sirenas nos encontramos con un excelente libro de poemas de Yorgos Rouvalis, quien, sintiéndose ciudadano del mundo y a la vez tan orgulloso de su pasado griego, hoy nos honra con su presencia.

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