C iudad Juárez, Chihuahua. 1° de abril de 2022. (RanchoNEWS).-Haríamos muy mal de no cuestionarnos el por qué y para qué necesitamos otra película de Batman y al mismo tiempo es un debate irrelevante. Las mitologías deben contarse una y otra vez, actualizarse desde distintas perspectivas para responder a su momento y hablarnos de nosotros mismos. Los superhéroes han estado presentes desde tiempos de Gilgamesh y son una ilusión fantástica y necesaria. Batman es sin duda uno de sus exponentes modernos más exitosos. Desde la ingenuidad de sus orígenes en Detective Comics (1939), pasando por el camp (el estilo y sensibilidad que valora el atractivo del mal gusto y la ironía) de la serie de televisión psicodélica (creada por William Dozier, 1966-1968), hasta visiones fílmicas que van del gótico de Tim Burton (1989) a la estridencia pomposa de Zack Snyder (2016), pasando por la poética sucia y realista de Christopher Nolan (2005-2012) y Todd Phillips (2019), la característica fundamental de estas épicas en spandex (o licra) es la estetización del crimen en universos donde los villanos suelen ser tan poderosos como los héroes y definitivamente más vistosos y exuberantes.
EL MÁS RECIENTE RECICLAMIENTO del mito del hombre murciélago es The Batman, de Matt Reeves (Cloverfield: Monstruo, 2008; Déjame entrar, 2010; las secuelas de El planeta de los simios: Confrontación, 2014 y La guerra, 2017). Enfatiza el artículo The, no para señalar su autenticidad o singularidad sino para marcar un periodo de definición del personaje en el que ni siquiera él mismo se ha bautizado. Esta versión se sitúa cuando Bruce Wayne lleva apenas dos años siendo el vigilante enmascarado que desea limpiar Ciudad Gótica, dos años que lo han convertido «en un animal nocturno» cubierto de cicatrices, que sale lastimado de sus combates y aún está aprendiendo el oficio (con momentos de inseguridad como al tirarse desde un edificio). Una fase en que parece más un Travis Bickle, de Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) que un justiciero: «Creen que me escondo en las sombras, pero yo soy las sombras». «Dos años de noche» marcados por un auge del crimen y la explosión en el consumo de la droga drop. La urbe gótica es imaginada como un Nueva York siempre lluvioso y triste, en el espíritu de Edward Hooper, con un Times Square con más pantallas gigantes que el real, así como rascacielos y puentes inspirados en Hugh Ferris. Al mismo tiempo es una ciudad inmersa en una especie de Halloween permanente, donde la locura ambiental hace que héroes y villanos se vuelvan figuras de carnaval y el mal se convierta en espectáculo.
La reseña de Naief Yehya es de su columna Filo luminoso del suplemento El Cultural de La Razón