C iudad Juárez, Chihuahua. 1° de abril de 2022. (RanchoNEWS).- «El campo de concentración propiamente dicho, no tenía, al crearse, ni una tienda de campaña, ni una barraca, ni un cobertizo, ni un muro, ni una hondonada, ni una colina; ni tampoco árboles, arbustos ni piedras. Es en la playa abierta y arenosa frente al mar, y, tierra adentro en terrenos eriazos y viñedos escuetos, donde han vivido y viven los refugiados de España. Es decir, que los cien mil hombres alojados en Argelès no tuvieron en un principio abrigo de ninguna especie, ni fuego para contrarrestar el frío invernal, ni un techo que les resguardara del cierzo, ni una pared que les defendiera de los aires marinos».
Con estas palabras, escritas el 24 de febrero de 1939, Isidro Fabela le describió al presidente Lázaro Cárdenas las condiciones de los refugiados de la Guerra Civil Española en la frontera francesa. Como representante de México ante la Sociedad de las Naciones (antecedente de la ONU), fue un personaje instrumental en la apertura de México al exilio español, pero el motivo que lo llevó a ser testigo de aquella crisis humanitaria fue más bien personal: viajaba al encuentro de dos niños, huérfanos de la guerra, a quienes adoptaría como sus hijos. Sensible ya, por lo tanto, a la causa de las víctimas de ese terrible conflicto, se vio profundamente conmocionado. «En estas condiciones, el aislamiento de los refugiados ha sido casi total —continúa la carta de Fabela—. Viven como presos sin serlo, con la circunstancia de que los reclusos, en cualquier parte del mundo, tienen casa en que vivir, lecho en que dormir y comida segura, y los refugiados españoles no».
El texto de Veka Duncan es de su columna Al margen del suplemento El Cultural de La Razón