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Portada del libro. (Foto: Archivo)
M éxico, 7 de noviembre, 2007. (Carlos Paul/ La Jornada).-Explorar el cuerpo masculino, como un terreno de la violencia contemporánea, sirvió de premisa a Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964), para escribir su más reciente novela, La muerte me da (Tusquets)
La idea de poner en cuestión el cuerpo masculino y la violencia que sobre él se puede ejercer, «fue con el interés de colocarlo como parte de nuestra interacción social, pues por ser de alguna manera omnipresente (el cuerpo masculino) no se habla mucho de él, no se le ve», explicó a La Jornada, respecto de la obra que le implicó más de cuatro años de escritura.
La perturbadora historia gira en torno al día en que una mujer descubre, de manera accidental, el cadáver castrado de un hombre joven al fondo de un callejón, acompañado de unos «misteriosos» versos de la poeta argentina Alejandra Pizarnik.
Es el primero de varios homicidios, lo que hace pensar en un asesino o asesina serial. Al notificar su hallazgo a la policía, esta mujer, de nombre Cristina Rivera Garza, se convierte en la Informante. Dos mujeres, una periodista de nota roja, levemente jorobada, y una detective, se empeñarán en resolver el caso.
Para la autora, se trata de «un texto que continuamente se subvierte a sí mismo, con tiene ciertas características asociadas al thriller, pero que no necesariamente las respeta», dice.
«Se ponen de manifiesto una serie de lugares de la violencia que no nos llegan a la mente, digamos, de manera natural». Conforme avanza la historia se percibe cierto mecanismo, «el cual creo tiene que ver con verse al espejo con franco descreimiento e ironía, con esas cuestiones que la literatura puede transformar en posibles, como riesgos del pensamiento».
Aquí «no se trata de poner las cosas de forma maniquea, pues no se puede ver el mundo dividido en víctimas y victimarios. Las cosas suelen ser mucho más oscuras, sutiles y dinámicas de lo que creemos; y eso forma parte de los mecanismos internos del libro. Los epígrafes que abren cada capítulo fueron lecturas que acompañaron el desarrollo de la novela y que invitan a cierto tipo de percepción de la violencia, de la muerte, de quién es el otro. En otro aspecto estructural se apuesta no a la tercera persona del singular, sino a la primera del singular, personaje que como tal, es muy personal, pero que no tiene nada que ver conmigo».
Tiempo después de terminar el texto, a la autora, sin proponérselo, le llegó la idea de que «había escrito algo acerca de las características de lo fálico en el mundo contemporáneo. Creo que la novela toca algunas de ellas, y no me refiero a la parte física, sino a las asociaciones del falo, a cómo nos acomodamos alrededor de esa figura, qué tipos de deseos, amenazas o de horror puede provocar. Eso lo pensé luego de terminar la novela, no antes», explicó Rivera Garza.
«Ahora será el lector quien decida si esa visión que tuve es cierta o no».
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