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El escritor cubano. (Foto: Archivo)
M adrid, 9 de noviembre, 2007. (Ángel S. Harguindey/ El País).- Estela y yo estamos unidos en este libro, en esta página, en estas palabras que se suceden. Un abismo nos une: ella murió y yo vivo para escribir este libro. Nos salvará este paraíso, nos condenará este infierno: un libro, la vida.
No fue un solo verano de felicidad sino un verano todo de miseria y fuego. Fue un verano inolvidable pero no por razones obvias, sino porque lo recuerdo ahora como si sucediera ahora. No hay mayor dolor, dice Dante, que recordar el tiempo feliz en la desgracia...
Son líneas de La ninfa inconstante, la novela póstuma que dejó acabada Cabrera Infante y que, probablemente, se publicará a principios del próximo año. Un eslabón más de esa ya amplia cadena de nínfulas y lolitas literarias que en esta ocasión rebosa ambiente habanero por los cuatro costados. «Guillermo trató de acabar esta obra hasta el último momento», comenta su mujer Miriam Gómez. «Escribió a mano cientos de páginas, y lo hizo a mano porque ya no podía trabajar bien con la máquina. Me iba explicando cómo debían organizarse esos cientos de notas manuscritas y, desde luego, consideraba que la novela estaba acabada aunque me insistía que si había algo que no me gustaba, lo rompiera».
Cabrera Infante (1929, Gibara, Cuba-2005, Londres) es uno de esos autores a los que el paso del tiempo les sienta bien. Su vida y su obra se revalorizan con la constancia de los valores seguros. En este final de 2007, por ejemplo, Miriam Gómez ha entregado a su agente literario una novela inédita; los afamados y poderosos Ridley y Tony Scott han iniciado los trámites para realizar una nueva versión de Vanishing point (Punto límite cero), la película que con guión del escritor dirigió Richard C. Serafian en 1971 y que se ha convertido en un filme de culto (Tarantino le rinde homenaje en Death Proof) y, por último, la Fundación Gabarrón y la Universidad de Murcia patrocinan unas jornadas sobre el autor de Tres tristes tigres, primera piedra de lo que será el Centro de Estudios Cabrera Infante, una tribuna universitaria de análisis y difusión de la cultura latinoamericana.
En la simple relación de los acontecimientos ya surgen dos de las pasiones de Cabrera Infante: la literatura y el cine, que, a su vez, no se conciben sin su entusiasmo por la música, La Habana y las mujeres. A ello hay que añadir que el paso del tiempo no ha hecho sino ratificar la lucidez de sus ideas políticas: ya nadie, o casi nadie, duda del carácter dictatorial del régimen cubano, del que se exilió en 1965.
«Es una novela muy personal, muy cubana y muy inglesa al mismo tiempo», apunta Miriam Gómez. «La acción transcurre entre La Habana para un infante difunto y Tres tristes tigres [1964]. En ella se narran los recuerdos de la historia de amor de un escritor maduro con una joven pero, también, se estimula constantemente el juego literario. Yo creo que la protagonista, Estela, no tenía 16 años, era mayor, aunque, a la vez, es una forma de rendir tributo a Jonathan Swift y a su joven dama Stella-Esther».
Una cosa era notable en Estelita: llevaba el sexo literalmente a flor de piel. La piel dulce, con labia en su cuerpo. Grandes labios, breves labios. Su sexo no sólo estaba entre sus piernas, sino que se extendía por todo su cuerpo como una segunda piel –o como su verdadera piel, aquella que revelaba su vestido, pero la piel oculta también. Era, de veras, de lo más perturbador. Nunca toqué la carne de Estela porque siempre se interpuso su piel, su frontera...
Mujeres, música, La Habana, literatura, cine (La piel dulce fue un filme de Truffaut)..., una vez más surge en esta novela el universo de su autor, sus obsesiones y pasiones, todo aquello que le ha convertido en uno de los grandes escritores en castellano.
«Es verdad», continúa Miriam Gómez, «que el libro tiene muchos puntos autobiográficos. Hay muchas situaciones y personajes reales del tiempo que refleja pero también hay mucho de juego. Se puede leer como un enorme flash-back, un ejercicio de memoria. El propio Guillermo escribió en una de sus notas unas líneas muy significativas de lo que pensaba sobre la historia de la ninfa»:
¿Le tuve lástima alguna vez? No tuve tiempo entonces, con mi vida convertida en un vértigo. Ahora es demasiado tarde para todos y ni siquiera sé si la quise o todo fue un espejismo de mi juventud que comenzaba a irse en una fuga de ocurrencias.
Pero esta historia, lectores, quiero que sea de literatura dura, esa que empezó con Cain y terminó con James M. Cain. El que llamó dos veces. Esa que está manejada por los dioses menores. Esa que se deleita en atrapar moscas con una mano por el puro placer de arrancarles las alas. Moscas propicias que después de donar las alas dan vueltas y revueltas alrededor de ellas mismas. Una nueva vuelta de tuerca con esa referencia a Cain (G. Cain era el seudónimo que utilizaba para firmar sus críticas de cine en la revista Carteles y a las que hace numerosas alusiones en La ninfa inconstante).
Escribir, lo que hago ahora, no es más que una de las formas que adopta la memoria. Lo que escribo es lo que recuerdo –lo que recuerdo es lo que escribo, señala en el prólogo de la novela.
«A Guillermo», concluye su mujer, «le quitaron todo pero no le pudieron quitar la memoria».
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